Mi dolor.

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Ir a clases no era bonito para Sam. Le gustaba aprender, era algo que hacía desde muy pequeño por sus propios medios, husmeando en libros que ni siquiera sabía leer de corrido. Pero en cuanto a la parte social del ámbito escolar, las cosas se complicaban.

Siempre habían sido Sam y Dean, iban juntos a todas partes, e incluso durante el receso. Sin embargo, ahora su hermano estaba "con los mayores", ya tenía doce años, y al parecer eso era un límite entre ser mayor o niño. Bufó como siempre, sentado bajo un árbol, con la comida preparada por su madre a un lado y su libro favorito al otro lado.

Los adolescentes y los niños se congregaban en diferentes zonas del amplió patio, e incluso tenían comedores y baños diferentes. Solo podía ver a su hermano a lo lejos, como una pequeña cabecita rubia al otro lado del terreno. Y entonces, entre todos esos chicos, distinguió a Castiel. El dulce ángel se acercaba hacia la zona de niños luego de despedirse de Dean.

Su corazón comenzó a latir muy rápido, el tiempo aplacó su ritmo. La suave brisa despeino el cabello castaño oscuro y Cas lo volvió a su acostumbrado lugar. El azul del cielo luchaba a muerte con el perfecto azul de los ojos de Castiel, y siempre perdería ante tanta belleza acumulada en un simple humano. Dios, era hermoso.

Alguien golpeó el costado de su cabeza y lo despertó de su alucine.

- ¡Hey! Te estoy hablando, Winchester. ¿Qué es tan interesante?

Por alguna razón que desconocía, siendo un niño bastante normal, lograba atraer a los idiotas del salón para que lo molestarán. Este era el caso del pelirrojo que se paró justo enfrente de él, tapándole la visión de Castiel.

No iba a permitir que ese sujeto le avergonzará frente al amor de su vida. Castiel debía verlo como el maldito príncipe azul que el merecía. Pero tampoco quería que pensará que era un troglodita y lanzarse a pelear por nada. Se puso de pie, tomó su libre y su almuerzo y, sin cruzar miradas, comenzó a caminar en dirección a Cas.

- ¿Dónde crees que vas?

Fue lo último que escucho, antes de ser empuja y perder el equilibrio. Vio el rostro del ángel dibujar una sonrisa al verle, para luego desdibujarse en la sorpresa de presenciar su caída.

Estaba en el suelo, de rodillas, rodeado de idiota riéndose de él. Pasando la peor de sus vergüenzas frente a Castiel. Quería llorar, pero no por el dolor en sus raspones o el bochorno, sino porque había sido avergonzado frente al amor de su vida.

- ¿Qué creen que hacen? – Increpó el ojiazul a aquellos matones. – Déjenlo en paz.

A pesar de ser mayor, Cas era muy poco intimidante en su física, y mucho más utilizando ropa que eran de más talla que la que correspondía. Los chicos de su salón no se molestaron en hacerle caso y estuvieron a punto de burlarse de él también.

- ¿Quién empujo a mi hermano? – Escuchó decir a Dean, que había corrido hasta allí para ver lo que sucedía.

De la misma forma que Sam era un blanco fácil para los matones, Dean ganaba mala fama muy rápido, y por supuesto que nadie iba a meterse con él. No supo cuántos insultos su hermano mayor propino a esos chicos porque estaba perdido en la dulce voz de Castiel.

- ¿Estás bien? ¿Te duele mucho?

Sus ojos estaban llenos de lágrimas y alguna había escapado por su mejilla, y Cas la apartó con su suave tacto. Suspiró profundo, estaba en el cielo. El mayor le alentó a que lo acompañara al baño y limpiaran sus heridas en rodillas y palmas. Con ayuda de su amor, pudo subir sobre la larga mesada de lavamanos. En su mochila, Castiel tenía un neceser que servía de mini botiquín.

- ¿Estás bien? – Pregunto Dean sentándose a su lado.

- Si. – Dijo, escondiendo su rostro para que no viera sus ojos.

Dean le había enseñado que no debía llorar, porque entonces, los imbéciles se volvían más molestos. Tampoco le gustaba llorar, porque se sentía débil y él ya era un niño grande; además, eso no se veía bien frente a Castiel.

- Va a arder un poco. – Advirtió el ojiazul, antes de colocar algún tipo de desinfectante sobre su rodilla.

Apretó los dientes al sentir el escozor, pero Cas sopló suavemente y todo dolor desapareció. Tenía banditas cuadraras con dibujos de dinosaurios en el botiquín, tomó dos y las colocó en sus rodillas.

- Listo. – Anunció Cas, ayudándolo a bajar de allí. – Déjame ver tus manos.

- Cas es un excelente doctor, no tendrás que pasar por la enfermería del colegio. – Dijo Dean divertido.

- Papá sabe mucho de medicina, hizo media carrera y me enseño mucho. – Explicó Cas. – Aunque no debí soplar tus heridas, eso podría ser perjudicial, pero no iba a dejar que sufrieras.

Y Sam se sintió especial. En el poco tiempo que venían compartiendo tardes con Castiel, se sentía como parte importante de la vida del mayor. Se quedó callado todo el rato, solo perdido en los movimientos del ángel, porque era lo único que a él le interesaba.

Cas revisó sus manos y lo dio vuelta, para que las colocará bajo el grifo, tenían algo de tierra y no podía vendarlas así. Pero Sammy se dio cuenta de que estaba muy cerca de él, e incluso, si levantaba la mirada, podía ver su perfecto perfil.

- Listo. – Volvió a repetir el ángel.

Sammy ya tenía sus manos y rodillas con banditas, y nada parecía doler.

- Si alguien te molesta de nuevo, ya sabes. – Recomendó Dean. – Derechazo y gancho. – Demostró su técnica.

- Si alguien te molesta, - Corrigió Castiel. – puedes buscarnos en la primera mesa de la salida de mayores, siempre nos sentamos ahí, y pasar el receso con nosotros.

Por supuesto que Sam solo escucharía los consejos de Cas. Le abrazó, en un agradecimiento que no podía expresar con palabras. El ángel despeino sus rulos color chocolate y le sonrió.

- Y si te lastimas, yo voy a curarte. – Prometió. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora