Feliz.

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Le juró que regresaría, y la promesa fue cumplida al pie de la letra. Sonreía de solo recordar que Castiel estaba en esa misma ciudad, de nuevo, como en los viejos tiempos. Habían intercambiado solo unas palabras rápidas, no quería retrasar al mayor porque apenas se estaba reacomodando en su casa. Le deseó un feliz cumpleaños, como en tantas de sus cartas; pero este deseo se sintió tan cálido como el primero que recibió de su parte, cuando era un niño pequeño enamorado de un ángel.

Quedaron en llamarse, y acordar un nuevo encuentro.

- Muy bien, espero verte pronto –sonrió Cas, cuando su caminata hombro a hombro llego hasta su auto.

- Por supuesto –dijo, tan lleno de emoción que sus palabras eran dudosas.

Entonces hubo un momento de silencio, en que ambos compartieron un sentimiento tan antiguo y dulce, tan solo en miradas. Sammy creyó haber abandonado esa dulzura surgida de su corazón joven e infantil con tan solo cuatro años; pero ese particular latir seguía allí, aferrado a su cuerpo como el primer día. Sintió todo ese amor revivir con una sola mirada celeste y angelical.

- Estoy feliz de verte, Sammy

Su corazón le suplicaba estar a su lado a cada segundo, pero no podía simplemente desaparecerse de casa para ello. Como cuando era pequeño y se despertaba muy, muy temprano, se sentaba en los escalones de la entrada a esperar que se hiciese la hora pertinente para visitar a Castiel. Miró hacía la derecha, a la dirección en que debería caminar para llegar a la enorme mansión de su ángel, para verle y sentir su abrazo de nuevo.

Una taza humeante de chocolate le interrumpió los pensamientos. Mary, envuelta en su bata, se sentó a su lado para desayunar juntos. Algunas arrugas adornaban su rostro, pero su madre seguía siendo la mujer más hermosa que conoció jamás; más, hoy no parecía haber felicidad en sus ojos.

- ¿Qué pasa, Sam? –interrogó; seguro había notado el cambio en él.

Era cierto que saber de Castiel le había hecho tremendamente feliz, hasta el punto de sentir la necesidad de gritar a todo pulmón. Pero volvió a casa, con su familia, y durmió con su novia. Jess no tenía culpa absoluta en esto, pero recordar que ella estaba en su vida y eso significaba que debía mantener los modales con Cas, le ponía de malas.

Sonrió amargamente, y decidió contarle a su madre.

- Castiel regresó –sopló con suavidad su bebida.

- ¡Wow! Que gran noticia. ¿Cuándo vendrá a visitarnos?

- No lo sé, mamá –aquí era cuando su voz sonaba más triste-. Dijo que podríamos reunirnos pronto, pero...

- ¿Qué? ¿No quieres verlo? –la angustia en ella regresó, sabiendo que sus sexto sentido de madre no estaba equivocado-. Se llevaban muy bien antes.

Como una búsqueda de consuelo, dejó la taza a un lado y tomó la mano libre de Mary entre las suyas. Respiró y trato de ser lo más claro que podía, ya que ni siquiera se podía explicar a sí mismo lo que sentía.

- No es que no quiera, es que siento que no está bien. Es solo un amigo y no debería ser problema; pero no quiero presentarle a Jess. Y siento que traerlo a casa es casi un insulto a mi relación con ella. Yo... -sopesó un momento, mirando al cielo- tengo claro que mis sentimientos por Cas no han cambiado, mamá.

Mary escuchó con atención; sus ojos y hombros cayeron, procesando aquella información. Como cuando le decía entre lágrimas que había sacado una calificación más baja de lo esperado, ella lo abrazó con calidez.

- Eras un niño cuando te diste cuenta de lo que sentías, pero eso no le quita valor a tu amor, cariño –Mary se apartó y acuno entre sus manos su rostro-. Haz lo que sientas, pero mira por donde caminas. Debes dejar claras las cosas con Jessica, tampoco existen excusas para utilizar su corazón.

- No creo que sea el momento de terminar con nuestra relación, mamá.

- ¿El momento? No hay momentos adecuados para eso, Sammy. Y mientras más alargues las cosas, más difícil será.

Para despejar su mente, continuaron conversando de otras cosas, mientras el chocolate caliente se acababa. Escucharon a John despertar y preparar su café como cada mañana, por lo que Mary apresuro su final y le dejó allí solo.

- Te daré tiempo, pero tienes que traer a Castiel a casa, que lo extraño mucho –rio divertida.

Sonrió a la idea de volver a cenar en familia como en lejanos tiempos atrás. Pero la mensión de hogar, le hizo recordar la mudanza. Siguió el mismo camino de Mary para dejar su taza en la cocina, y subió las escaleras con prisa.

- Buenos días –le saludó Jess, bajando; pero no tenía tiempo para eso.

Se vistió con una remera cualquiera, pantalones de deporte y zapatillas. Ató su cabello en una coleta apresurada, y bajo de vuelta a toda velocidad. Escuchó a Jess preguntar a donde iba; a John retarle por correr con sus dos metros en la casa, advirtiendo que iba a matarse un día de estos; y Mary no dijo nada, sabiendo perfectamente hacía donde iba su hijo menor.

El barrio tenía pequeños cambios en su entorno, y sintió el desconcierto de la primera vez en que camino a casa de Castiel, de la mano de su hermano mayor. La casa seguía siendo tan enorme como siempre, pero ya no parecía medir millones de kilómetros hacia arriba, tampoco él tenía 4 años.

Algunos empleados estaban arreglando el jardín delantero, limpiando los interiores y exteriores de la casa, y haciendo algunas reparaciones. Se sintió afortunado de encontrar a Chuck entre todos ellos, hablando con el sujeto que lustraba la estatua central.

- ¿Señor Shurley?

. Desde su altura, Chuck era mucho más pequeño de lo que lo recordaba. El escritor se volteó con desconcierto y frunció el ceño

- Eres el de los candelabros, ¿cierto?

- Creo que se equivoca –rio por la confusión-. Soy Samuel Winchester, ¿Me recuerda?

El rostro tan expresivo del Shurley se convirtió en sorpresa total.

- ¿Cómo olvidar al prometido de mi hijo? –sonrió-. Sammy, cuanto has crecido. ¿Vienes a buscar a Cassie?

- ¿Cómo lo supo? –bromeó con confianza.

- Creo que está organizando su despacho.

No iba a decir que conocía la casa de memoria, mucho menos sintiendo las miradas de los empleados dispersos por allí; pero podía adivinar hacia donde estaba yendo. Una canción a piano sonaba hacia el fondo del pasillo, con la luz del sol entrando por cada habitación de puertas abiertas, camino hacia ella.

Libros aún en cajas y estanterías no colocadas, fotografías fuera de sus cuadros e incluso alguna cortina descolgada. El despacho era amplió para Cas, pero ocuparía cada rincón del mismo.

Tocó la puerta con suavidad; Castiel dejó de seguir la canción y dejó a un lado el cuadro que iba a colgar.

- Sam –sonrió de inmediato.

- Hola. Vine a ayudar –dijo, lleno de timidez.

Cas parecía tan feliz de tenerle allí, o eso era lo que importaba para Sammy. Arrastró la primera caja cerca de él y comenzó a organizar libros en la enorme biblioteca que ocupaba toda la pared izquierda, tal como se lo pidió Castiel. A pocos metros, su ángel encuadraba sus fotos favoritas, hasta aquella que compartía con él.

- Soy muy feliz de que estés aquí, Cas –dijo sin más.

- Te dije que Dios no tiene motivos para separarnos, y hay muchas razones para reencontrarnos –repitió como antaño.

- ¿Incluso si no todo es perfecto?

- Los encuentros no son oportunos, Sam, pero si son perfectos. Dios sabe cómo, porqué y donde deben darse.  

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora