Capítulo 22

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Caleb
 

 
Bajé la escalera con los puños apretados, la niñata no se encontraba en la habitación, le ordené que a cualquier lugar que fuese me avisase. Saliendo al jardín la vi en la piscina, estaba flotando en el agua. Sus ojos cerrados y el sol cubriendo su cuerpo, mientras su bañador no daba mucho espacio a la imaginación. Cerré los ojos  frustrado, estaba todo el maldito día pensando en ella, no salía de mi puta cabeza. 

Un ruido, me hizo abrir los ojos. Se había dado cuenta de mi presencia, y se envolvía en una toalla, con urgencia se encaminaba para entrar a la mansión. No parecía asustada más bien me daba la sensación de que buscaba evitarme. Al pasar por mi lado, sujeté su muñeca deteniéndola. Sus ojos reflejaban un ardiente verde menta, tranquilos, calmados, casi armoniosos !Maldición!, por qué tiene  que mirarme así. 

 —Quédate… —pedí, no era una orden, aunque mi tono pareció serlo. Ella frunció el ceño, deformando su rostro en un gesto de desagrado.

—Tengo frío…

Fue la excusa que dio antes de tirar de su muñeca, y perderse de mi campo de visión. Apreté los labios, intentando no ir detrás de ella y comportarme como el salvaje que era. De la nada me sentí ansioso; saqué un cigarrillo en un gesto demasiado rápido e inhalé hondo. «Es mía, la quiero a mi lado, pero no a la fuerza, quiero que seda, que ella quiera esto como yo. Pero no tengo paciencia y este tipo de escenas me desesperan».

—¡Jefe! —gritó Alex a mi espalda—. Los rusos, están dispuestos hablar,  lo recibirán sin ningún problema, Samuel y yo nos hemos encargado de ir organizando todo.
 
Asentí, dejando escapar el humo, mirando a la nada.
 
—¿Qué hay de los Italianos? ¿Los D' Olivo, han vuelto a Roma? —quise saber, era el único lugar en donde podía esconderse Ángelo, después de que me haya traicionado y yo haya derramado la sangre de su mujer, las cosas han estado muy calmadas. Por eso puedo esperar cualquier cosa.
 
—Si, él y sus hombres han abandonado EEUU, efectivamente deben de estar en Roma, o en alguna parte de Italia, escondidos como la rata que son.
 
—Quiero que lo mantengan vigilado, no hay que bajar la guardia con Ángelo, va a querer derramar sangre.
 
Alex asintió, y yo me disponía a irme.
—Caleb. Esta noche habrá una pequeña fiesta por el cumpleaños de mi hija. He dejado toda la seguridad lista, me he encargado de todo, ¿puedo tomar el resto del día?
 
—Bien —Fue lo único que dije, y me adentré a la mansión.

Me detuve en la puerta de la habitación de la niñata. Donde  ella prefería refugiarse gran parte del día a pesar de que sus cosas ya no estaban ahí. Cerca estuve de tocar la puerta, en mi jodida mansión, donde tengo el acceso a cada maldito rincón. No necesito tocar y tampoco tengo motivos para hacerlo. Pero ella se ha vuelto como una maldición, un puto imán con el más altos de los magnetismos habidos y por haber; no la quiero, no siento nada por ella, solo necesito observarla, contemplarla como un puto obseso. Y no tengo idea de por qué coño se ha incrustado en mi cabeza. No he vuelto a tocarla y la deseo, deseo hacerla mía, pero no a la fuerza. Quizás eso es lo que me está enloqueciendo.  Necesito sacarla, necesito alejarla de mí, pero soy incapaz de dejarla ir.  A pasos rápidos me encaminé a mi oficina, me dejé caer sobre el sillón en un gesto seco. Y di paso a que el alcohol entrara a mi cuerpo, dos vasos para comenzar.
 
Cerré los ojos, súbitamente mi reciente conversación con Alex destelló en mi cabeza. Volver a Rusia conllevaba abrir una herida en mi, una que aún seguía fresca. Recuerdos. Todos en mi cabeza taladrando mi infancia.
El sonido de la puerta me hizo volver a la realidad, dos golpes suaves e indecisos.

—Pasa  —siseé. La cabeza de la niñata se asomaba tímidamente. Me incorporé hacia adelante apoyando mis codos en el escritorio, bastante sorprendido de su visita—. Entra…
 
Sus pasos lentos y audaces, seguros y desconfiados a la vez, se detuvieron frente a mí.

—Quiero que hablemos.

Me incliné hacia atrás en el sillón. Mirándola de arriba abajo.

—Te escucho.

—¿Qué quieres de mí?  —Directa al grano.

Esbocé una media sonrisa.

—A tí —respondí incorporándome dando pasos en su dirección.

—¿Por qué?  —quiso saber.

Me detuve frente a ella y levanté su mentón con dos dedos obligando a que  nuestras miradas se encuentren.

—Porque quiero, porque puedo.

—¿Qué hay de lo que quiero yo?

Fruncí ligeramente los labios.

—Pide lo que quieras y te lo daré.

—¿Lo que quiera? —repitió moviéndose hacia el ventanal. La seguí—. Deja ir a Rocío, está embarazada y no es un buen lugar para un bebé. También quiero más libertad y volver a ver a mi familia.

Me tensé en el acto.

—Dejaré ir a Rocío, el resto lo miraremos después del viaje a Rusia.

—¿Me das tu palabra?

—Te doy mi palabra —aseguré.

Ella asintió con la cabeza y  dudosa levantó una mano a lo que deduje llevaría a mi mejilla. La detuve en el aire.

—Queda prohibido cualquier intento de caricia hacia mí.

—Una caricia no te hace menos hombre.

—No me gustan —casi gruñí.

 —¿Por qué?

Solté su mano. Y di algunos pasos alejándome.

—Demasiadas preguntas por un día.

Ella mordió su labio, un gesto sin segundas intenciones aparentemente. Pero a mí me incitaba a querer devorarla. Dio algunos pasos decidida a irse, pero antes de salir volví a escuchar su voz:

—Estaré en nuestra habitación, esposo.

Salió. Y yo esbocé una media sonrisa, ¿a qué estas jugando Valery? Una mujer hermosa e inteligente es un peligro en toda la extensión de la palabra, pero ella quiere jugar. No me creo del todo su repentina aceptación, pero la dejaré que crea tener el control. Con sigilo me encaminé ha seguirla, «en nuestra habitación había dicho…».

 Con sigilo me encaminé ha seguirla, «en nuestra habitación había dicho…»

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Enamorándome de la Bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora