Capítulo 12

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Caleb


Me incorporé de mi asiento al mismo tiempo que Ernesto se levantaba dando por terminada la reunión. 100 kilos de cocaína, un negocio inigualable por eso Ernesto, es uno de mis mejores compradores. Arreglé mi Americana con determinación, mientras caminábamos hacia la salida de su oficina.

—La entrega se hará en dos partes, te entregaré la mitad el lunes y el resto cuando tenga el dinero en mis manos  —recordé. Ernesto asintió satisfecho, y yo lo estaba más.

Ya había recuperado el triple de las pérdidas que tuve gracias a Patric.

—Es perfecto —comentó pasándome una tarjeta con hora, nombre y dirección—. El domingo tendremos una cena, algo formal puedes venir acompañado, Irán varios de mis compradores, quiero presentarte algunos de ellos, es en el Hotel Four Seasons.

Escudriñaba la tarjeta, mientras lo escuchaba.

—Bien ahí estaré.

[...]

Azoté la puerta cerrando mi  coche, rodee la fuente central que formaba una rotonda en la entrada, encaminándome a la puerta de la mansión. Visualicé al jardinero recogiendo las tijera y el corta césped, ya había terminado su turno, y se disponía a irse. No me miró, simplemente agachaba la cabeza, con la intención de evitarme, todos hacían lo mismo. Fingí no haberlo visto y me dirigí hacia la entrada, topándome con Alex que iba de salida. Tenía las manos sucias y rastros de sangre en la ropa.

—¿Has echo lo que te ordené esta mañana?

—Si, la niña está en el sótano. Aproveché que iba saliendo del instituto, no fue difícil.

—Perfecto —dije adentrándome en la mansión.

Apenas entré me topé con Susan, estaba bajando las escaleras con una bandeja en la mano.

—¿Quien diablos te dio la orden de que le llevaras de comer? —pregunté sosegado.

—Na-nadie... pero yo pensé que... —Me acerco interrumpiendo su balbuceo. Adentro mis dedos por su pelo y tiro de el obligándole a levantar la cabeza.

—No te pago para que pienses. Aquí tu solo recibes órdenes y calladita. —susurré en un tono confidencial mientras hacía más presión en su pelo conforme iba hablando.

—Entendido señor —balbuceó.

—Creo que así nos vamos a entender mejor.

La solté en un movimiento seco haciendo que su cuerpo se inclinara desequilibrado hacia adelante. Caminé y comencé a subir las escaleras.

—Estaré en mi habitación no quiero que nadie me moleste y cuando digo nadie, es nadie  —ordené mientras subía.

—Señor, ya casi es hora del almuerzo, ¿quiere que se lo suba? —preguntó a mi espalda.

No respondo a su idiota pregunta, que parte de que no quiero que nadie me moleste no entendió. Si entra interrumpiéndome con una estúpida bandeja, le quitaré la idiotez de un tiro.

Entré a la habitación al mismo tiempo que dos pares de ojos se posaron en mi. Lo  primero que noté es que ella estaba vestida.

Enamorándome de la Bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora