Capítulo 27

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 Valery

 
Nos habíamos alejado unos pasos de las lápidas hasta detenernos junto a un viejo árbol. Él se apoyó de espaldas al tronco y sacó un cigarrillo. Me acerqué y me apoyé junto a él con mis manos aún en los bolsillos, la noche estaba helada. Lo miré de soslayo, pensativo mirando hacia la nada mientras se fumaba aquel cigarrillo, yo por mi parte, me quedé quieta pensando en lo que había pasado hace un momento; aún podía sentir la suavidad y calidez de sus labios sobre los míos en un beso que fue exquisito y que por un corto segundo hizo que olvidara todo, y mi mundo temblara. ¿Podría acostumbrarme a esto?. Dios, no puedo dejar que esto me confunda, esto no es real, solo nos dejamos llevar por las circunstancias del momento.
 
Abrí los ojos, dándome cuenta de que los había cerrado de forma inconsciente y que tenía  mi dedo índice acariciando mi labio inferior. Me sentí ridícula, por estar fantaseando con algo que tenía claro estaba mal.
 
Suspiré, llevé mis manos nuevamente a mis bolsillos asegurándome de que se quedaran ahí. Afortunadamente, él no lo había notado.
 
Nos quedamos en total silencio por un par de minutos hasta que lo vi dando una última calada a su cigarrillo y finalmente lo arrojó al piso. Empezaba a ponerme impaciente, quería que me contara pero no lo quería presionar para que hablara. Quería que como hace un momento, él solito lo hiciera.
 
Como si hubiera leído mi mente, giró su cabeza en mi dirección encontrándose con mi mirada. Mis ojos buscaron sus labios y sentí un pequeño impulso por volver a besarlo.
 
—Tu hermana murió —soltó de golpe evitando que me acercara mas, mi rostro ya había empezado a moverse en dirección al suyo. Lo miré a los ojos.
 
—¿Q- qué? —balbuceé.
 
—Ordené que la mataran. Nunca llegó a su destino —confesó y yo me quedé tiesa con la boca entre abierta.
 
Sentí una opresión en el pecho al mismo tiempo en que mi visión se tornaba borrosa y mi corazón latía de forma loca y descontrolada ante sus palabras.
 
«Ordené que la mataran».
 
Aquellas palabras rezumbaban en mi cabeza de forma dolorosa como si me estuvieran taladrando el cerebro.
 
—Dime que es mentira… —pedí en una voz apenas audible antes de que empezaran a salir las primeras lágrimas.
 
Él se incorporó y se puso frente a mí.
 
—Es verdad, Valery cuando alguien cae en mi poder, nunca escapa de mi mano con vida —murmuró.
 
Y apenas terminó, le propiné una fuerte bofetada en su mejilla izquierda haciendo que volteara el rostro.
 
—¿Por qué? ¡Lo prometiste! —chillé—. Era un trato, dijiste que la dejarías ir  —le recordé en un tono acusador. Me sentía engañada por que había faltado a su promesa. Una vez más se había burlado de mí.
 
Levanté la mano con la clara intensión de darle otra bofetada pero mi desconcierto era tanto que mi mano se quedó congelada en el aire estaba ida, dolida. Me dejé caer en la nieve sobre mis rodillas, cubriendo mi rostro con mis manos, llorando. Deseando que fuera mentira, una broma…, lo que sea. Pero no la verdad. En menos de un minuto una y mil imágenes de mi hermana vinieron a mi mente como una película. Cientos de recuerdos bonitos que ahora dolían y desgarraban como cuchillas. Me la imaginaba sufriendo, implorando por su vida en todos los escenarios posibles y eso hizo que doliera mucho más.
 
—Dijiste que la dejarías marchar… —repetí—. Eres un maldito, mentiste.
 
Dejé escapar un grito de frustración. Victoria estaba muerta ya nunca la volvería a ver, ni escuchar su voz, su risa. Mis esperanzas…, las esperanzas que guardaba en lo mas profundo de mí terminaron por desgarrarse.
 
Me había mentido, me había quitado lo mas importante de mi vida sin ninguna compasión. Y lo peor de todo era que en todo este tiempo yo había buscado una razón para justificarlo, para entenderlo por que me sentía estúpidamente atraída por él. La culpa era mía, por que quise ver algo bueno en él, empecé  a olvidar lo que me había hecho y nunca debió ser así. Él era una bestia salvaje, incapaz de sentir o tener compasión por alguien.

Ni siquiera lo que me había contado justificaba todo lo que hacía, todo lo que me hacía a mí, era un demente que buscaba apagar su frustración en los demás, quitar todo lo que tiene luz a su alrededor, quitármelo todo y dejarme tal como está él vacío y sin nada.
 
Mis piernas temblaban pero aun así me obligué a ponerme de pie. Lo miré a los ojos sin esforzarme en disimular como me sentía.

—Felicidades —ironicé con una cuerda en la garganta que estrangulaba cada vez con más fuerza—. Ya puedes estar tranquilo, sabes…, lo has conseguido Caleb, has conseguido lo que tanto te propusiste desde el primer día, hacerme nada. Hacerme daño, destrozarme, burlarte de mi, dejarme sin nada.

Le grité reprochándole hasta quedarme afónica, quería que mi frustración y el dolor que sentía desapareciera. Lloré hasta que ya no pude más. Esta situación me estaba sobrepasando.
 
Había perdido la noción del tiempo, mis dedos comenzaban a perder sensibilidad, sentía la nariz roja del frio, mi cara helada y mis párpados pesados o hinchados nos sabría diferenciar cuál, pero nada en mi cuerpo, nada estaba más frio y agujereado que mi corazón. Limpié mis lágrimas con el dorso de mi mano. Tan pronto como lo hice, él me miró.
 
—Bien ya te desahogaste. Ahora me vas a escuchar —dijo sujetando mi ante brazo.
 
—No, no quiero que me toques. ¡Suéltame! —grité sollozando.
 
No lo quería tener cerca de mí, no quería verlo ni escucharlo. Si lo que pretendía era intentar justificarse, era claro que perdía el tiempo por que nada… absolutamente nada podía justificar esto. No cumplió con lo que me había prometido, faltó a su palabra. Ya no podía esperar nada de él. Todo era una maldita mentira. 
 
—Creo que ya es suficiente ¡Valery! —musitó aflojando su agarre, frustrado.
 
Di un paso hacia atrás liberándome. Nuestras miradas retadoras volvieron a encontrarse y me pareció que sus ojos reflejaban algo diferente, una expresión que nunca habían mostrado antes. Aparté la vista de esas malditas pupilas sínicas que solo buscaban manipularme.  
 
El sonido de su teléfono interrumpió y él lo buscó en los bolsillos de su abrigo. Di media vuelta dándole la espalda dejando que mis lágrimas siguieran su recorrido por mis mejillas, tapé mi boca con la mano ahogando un sollozo. Todo lo que quería ahora era irme muy lejos y no volver a verlo nunca. Miré nuevamente en su dirección intentando no ahogarme en mi propio llanto, él miraba la pantalla de su teléfono y parecía que una arruga de disgusto se había formado en su entrecejo.
 
—Sé que piensas que no tengo palabra. Pero eso no es cierto —murmuró volviendo a guardar el teléfono.  
 
Intentó acercarse nuevamente a mí, pero una vez más lo rechacé.
 
—Claro que no la tienes. Yo confié en ti. —Negué moviendo frenéticamente la cabeza—. Ella no merecía esto Caleb. Tú tenías que haberla dejado en paz  —espeté precipitándome hacia él y golpeando su torso con mis puños. Él no hizo nada para impedirlo.
 
Me detuve cuando sujetó mis muñecas, me removí inquieta hasta que mis fuerzas ya no daban más de sí, y terminé pegando mi frente contra su torso empapando su ropa con mis lágrimas.
 
—Es suficiente Valery. No hagas esto más traumático, con el tiempo dejará de doler. Ya no puedo hacer nada para cambiarlo.
 
—Tal vez tú ya no puedas hacer nada pero yo si. —Me alejé, él me miró confundido.
 
—¿A que te refieres con eso? —inquirió, no respondí.
 
Pero yo sabía bien lo que quería decir, él no cumplió con su parte, mi hermana estaba muerta y por lo tanto ya no había nada que me obligara a seguir con él.
 
—No sé lo que has querido decir con eso. Pero más vale que no hagas una tontería —gruñó.
 
—¿Y si lo hago que? ¿También me matarás?
 
Me miró amenazante pero cuando iba a acercarse, una vez más el sonido del teléfono nos interrumpió.
 
Recibió la llamada de mala gana.
 
 —¿Qué pasa?  —preguntó en tono irritado.
 
Desvié la mirada y limpié mis mejillas.
 
—No hagas nada. Que Samuel de las órdenes. Voy para allá. —Lo escuché decir.
 
Tomó mi mano sin darme tiempo a nada y me arrastró al auto.

 Tomó mi mano sin darme tiempo a nada y me arrastró al auto

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