Capítulo 17

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Valery

Lo vi salir dando un portazo. Suspiré irritada, quería que estuviera lista a las 10 p.m. para ir a una cena, ¿por qué tenía que ir yo? Odio este tipo de eventos y mucho más si tengo que estar en su compañía. Me encaminé hacia la ventana y miré a través del cristal.
 
Todo lo que me quedaba ahora eran dos opciones: gritar, maldecir y así liberarme de todas mis frustraciones arriesgándome a que finalmente se harte y me mate, o intentar calmarme para no enloquecer y esperar a que la oportunidad para escapar me llegara. Creo que la segunda opción es la más razonable. Después de todo nadie quiere morir tan joven, nunca pensé estar así a mis 23 años.
 
Caminé hacia la cama y me tumbé en ella. Mis ojos recorrieron las paredes, esta habitación era todo lo que odiaba, una jaula de oro. ¿Enserio salí de un encierro para pasar a otro? Siempre pensé que estar con mi padre era lo peor, en definitiva una tiranía absoluta, claro todo eso era antes de conocer a Caleb. Aunque mi padre podía llegar hacer tan frío y distante, tenía el poder de herir con educación, lo que dolía el doble.
 
Esto me llevaba a pensar en mi hermana que a diferencia de mí, tenía un concepto totalmente herrado de nuestro padre. Tenía incertidumbre al no saber si en verdad Caleb cumpliría y si Victoria llegaría a su destino sana y salva, ¿acaso puedo confiar en él? Sinceramente pienso que no,  pero que otra opción me queda. En el fondo de mi quiero creer que si, quiero creer que ella estará bien y que algún día nos volveremos a ver.
 
Cerré los ojos lentamente, pensar en todo esto me desgastaba  necesitaba descansar. No sabía en que hora de la tarde nos encontrábamos pero intuía que no era mas de las 4 p.m. sería tiempo suficiente para descansar un par de horas antes de ir a esa cena. Me encaminé hacia la cama y me dejé caer, en ese instante me di cuenta de lo cansada que estaba.
 
[...]

 
Pestañé repetidas veces  levantando la cabeza. El sonido de la puerta me había despertado.  Tardé más de lo esperado en reconocer que no me encontraba en mi antigua habitación.
 
Tallé mis ojos con una de mis manos mientras que  estiraba la otra hasta alcanzar la lámpara de la mesita de noche, la habitación se había oscurecido. Esto me dejaba en claro que ya estábamos en horas de la noche. Había dormido varias horas y eso me había sentado muy bien. Estaba lista para enfrentar cualquier cosa que se me presentara.
 
Tan pronto como la habitación se iluminó, miré en dirección hacia la puerta, dos iris color esmeralda me observaban con curiosidad. Una joven claramente de no más de 20 años, se encontraba frente a la puerta. Me incorporé  lentamente y me apoyé al respaldo de la cama. Era la misma chica que había visto antes en la cocina.
 
Dudó en acercarse, pero sin necesidad de que yo la invitara a hacerlo, caminó hasta encontrarse a mi altura mirándome con recelo.
 
—Perdón, he tocado la puerta pero como nadie respondió pasé. Le traigo la ropa que el señor Caleb encargó para usted... —informó.
 
Miré varios paquetes que tenía entre sus manos.
 
—No te disculpes, está  bien —hablé apenada desviando la mirada, tan cansada estaba que no la había escuchado.
 
Ella dejó el paquete sobre la cama haciendo que la volviera a mirar, parecía algo nerviosa y teniéndola a esta corta distancia pude notar sus ojos rojos e hinchados, había llorado…
 
—¿Necesita que la ayude en algo? —preguntó mirándome con timidez.
 
Esta chica de alguna forma me recordaba a mí. Daba la sensación de no estar cómoda, tal como yo. Sabía que mi sitio no estaba en este lugar.
 
—Te hago la misma pregunta, ¿puedo ayudarte?
 
Ella me miró con algo de sorpresa. Se encogió de hombros y me dedicó una media sonrisa claramente forzada, en su intento por aparentar que todo estaba bien.
 
—No quiero molestar, yo estoy bien. Usted tiene que prepararse y no quiero quitarle el tiempo.
 
Mordí el interior de mi mejilla, tenía razón debía de arreglarme para ir a esa odiosa cena. Sin embargo, no me preocupaba ni mucho menos me importaba el hecho de que pudiera llegar tarde, sentía que algo no iba bien con ella y es que la verdad nada podría estar bien aquí.
 
—Estoy segura de que aún tengo tiempo y además siento que hay algo que te preocupa. Nadie llora sin una razón.
 
—¿Tan obvia he sido? Lo que pasa es que tengo miedo. Soy nueva aquí y no tengo ni la más mínima idea de en donde me he metido, estoy pagando una deuda de mi padre, ya te puedes imaginar que no quiero estar aquí, además… Alex, me mira de una forma que no me gusta. La idea de solo pensar que podría intentar algo en cualquier momento me aterra. He escuchado algunos rumores, que ha matado algunas chicas del servicio que se han rehusado a realizar sus peticiones…
 
Me levanté de la cama, quería decir algo que la reconfortara pero no sabía que. Podía entender perfectamente como se sentía.
 
—Me gustaría poder decirte que no te preocupes por nada, asegurarte que estarás bien. Pero me temo que no, no se puede estar bien aquí. Solo ten cuidado yo intentaré cuidarte la espalda. Te ayudaré en todo lo que pueda, saldremos de aquí, lo prometo.
 
Acorté la distancia entre nosotras regalándole un pequeño abrazo. Ese abrazo que hace apenas unas horas era yo quien lo deseaba y ahora me encuentro dándoselo a alguien más. No sabía por que hacía esto, quizá por que ella me recordaba un poco a mi. Tenía esa necesidad de  hacerla sentir segura y que tiene a alguien quien la respalda.
 
—Por favor ya no llores, se valiente. Ellos quieren sembrar pánico en todas las personas que los rodean, pero tú y yo no vamos a darles ese gusto —hablé segura.
 
—Gracias... —susurró.
 
Me separé limpiando algunas lágrimas que se deslizaban por sus mejillas rosadas.
 
—Soy Valery —murmuré.
 
—Andrea… —respondió regalándome una sonrisa.
 
Asentí y tomé el paquete que yacía sobre la cama para abrirlo, dentro llevaba un bonito vestido rojo con unos tacones negros a juego. Hice un gesto de desagrado al levantar la prenda, tenía una abertura que iba en la pierna izquierda y un escote pronunciado. Sabía que al usarlo me sentiría como una muñeca tonta, era bonito, pero las circunstancias no lo eran y eso me hacía sentir muy incómoda. Andrea se alejó en dirección hacia la puerta y tomó del piso algunas bolsas que había colocado en el suelo.
 
—Aquí hay más ropa, hay de todo. Desde ropa interior hasta maquillaje.
 
Dejé caer el vestido sobre la cama y la ayudé con las demás bolsas. Había algo dentro de mi que no le gustaba de toda esta situación, y ese era el hecho de que en el fondo sentía como si Caleb me hiciera un favor, al darme todas estas cosas; cuando en realidad no era así.
 
—Bueno, la dejo para que se arregle. Según tengo entendido saldrán pronto ya casi es la hora así que le recomiendo que empiece, en si el señor Caleb no es nada agradable menos cuando se enoja —comentó Andrea, en un hilo de voz muy suave casi armonioso.
 
Caminó hacia la salida sin darme tiempo a decir nada, y desapareció cerrando suavemente la puerta acorazada que tenía la habitación.
 
[...]

Enamorándome de la Bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora