Valery Kenner, una chica con inseguridades, un poco rebelde y altanera. Caleb Lodbork, un hombre: agresivo, posesivo y egocéntrico. Valery, deseaba amar y poder ser amada, capaz de hacer cualquier cosa por sus seres queridos. Mientras que Caleb, era...
«Doloroso y repugnante...». Alguna vez escuché de mis amigas que la primera vez dolía, tanto que el dolor asemejaba a miles de cuchillas desgarrándote desde dentro. Dudo de que exista un diccionario en dónde pueda encontrar una sola palabra que defina todo lo que siento. Me siento sucia, como si mi cuerpo y mi alma se hubieran contaminado. Pero en especial me siento culpable, porque se que hubo un momento en el que sucumbí, me dejé llevar tontamente por el placer que empezaba a sentir, no lo negaré... soy humana después de todo. No se que pudo haber pensado él de todo esto, pero se que debe de tener la idea equivocada.
Cerré los ojos con fuerza intentando recuperar el aliento, pequeñas gotitas de sudor se deslizaron por mi frente. Intenté incorporarme pero mis piernas flaquearon y un pequeño quejido de dolor hizo eco entre mis labios. No lo miré, no dije ni hice nada, solo sentí cuando se alejó y se dirigió al cuarto de baño. Él tampoco dijo nada y eso me preocupaba.
Aproveché aquellos minutos en que me encontraba a solas para analizarlo todo. Hundí mi rostro en el sillón dándole paso a la incertidumbre: no sabía lo que pasaría ahora, había hecho todo lo que él quería pero, ¿había sido suficiente? Un mar de pensamientos tormentosos me carcomía, y en todos ellos estaba mi hermana, quería verla y comprobar que estuviera bien.
El chirrido de una puerta abriéndose me hizo levantar la cabeza, supe que era la puerta del baño y lo miré por el rabillo del ojo. Caleb se paseaba frente a mi hasta llegar a un vestidor: tomó dos camisetas y un pantalón, se vistió. Y luego colocó una camisa sobre el bordillo de la cama.
—Ahora ve a ducharte, te pones eso, solo eso... —dijo señalando la camiseta mientras se dirigía hacia la puerta principal.
Me incorporé lentamente intentando ignorar lo incómoda que me sentía, era tan molesta esta situación, mis piernas temblaban y sentía un ardor desgarrador al momento de caminar. Di unos pasos hacia el cuarto de baño, pero antes de que pudiera pasar, sus siguientes palabras me detuvieron:
—Te espero en la cocina, y date prisa, vamos a hablar sobre lo que haré contigo y tú hermana —musitó serio.
Entré al cuarto de baño, cerrando la puerta detrás de mi y exhalé aire con urgencia, por unos segundos me había olvidado de respirar.
Pestañé varias veces dejando correr el surco de lágrimas que se habían posado en mis ojos, ni siquiera sabía la razón exacta por la que lloraba, simplemente sentía que era demasiado, ya no lo soportaba; esto era demasiado para un día, demasiado para una persona, demasiado para mí.
Tomé la ducha más larga que he podido tomar, el agua tibia había hecho que mi cuerpo se relajara y que mi mente se dispersara haciéndome sentir una falsa calma que no existía. Caminé hacia la cama y tomé aquella prenda que Caleb había dejado. Esto era extraño, creía que una vez que hiciera lo que él quería no se molestaría en preguntar qué quería yo, y simplemente me mataría.
Miré mi reflejo en el espejo, su camiseta me llegaba un poco más abajo de las nalgas, mi rostro lucia cansado, tenía los ojos rojos e hinchados y mi piel estaba ligeramente pálida.
—Al menos no caminaré desnuda —susurré.
Salí de la habitación y empecé a caminar por un largo pasillo. Me movía con lentitud observando todo mi alrededor, me sentía tan perdida como en un bosque en plena madrugada, estaba susceptible a cualquier ruido, todo era tan sobrio.
Mis pies descalzos tocaron el mármol del último escalón, miré de un extremo a otro sin saber que dirección tomar: no tenía idea de dónde se encontraba la cocina, esta mansión era realmente inmensa.
Dirigí mis pasos hacia mi izquierda, este lado de la casa no lo había visto aún, como casi nada. Supuse que el sótano se encontraba del lado derecho de la mansión, lo cual me hacía suponer que la cocina quedaba del otro lado.
Di unos cuantos pasos en esa dirección, de pronto se escuchó un grito y me detuve. Giré sobre mi eje y di unos pasos en dirección contraria sucumbiendo a la curiosidad por saber de dónde provenía. El sonido de tres disparos me sobresaltaron, ¿qué había sido eso? ¿Acaso esos disparos fueron dirigidos a mi hermana? Sentí un inmenso terror recorrer todo mi cuerpo.
—¿Buscas algo?
Pegué un brinco y ahogué un grito de sorpresa al escuchar una voz a mi espalda. Me giré lentamente. Una chica delgada, alta y de apariencia demacrada me analizaba con sus ojos entre cerrados, me daba la sensación de que no había dormido en días. Sujetaba un cesto de ropa apoyado en sus caderas y su expresión facial no era nada amigable.
—La cocina —respondí.
Ella señaló con un dedo hacia la izquierda, el mismo camino del cual me había desviado, y no se movió de su lugar hasta que yo empecé a caminar. Me encaminé hasta el fondo del pasillo, y me acerqué a lo que con seguridad distinguí que era la cocina.
—¿Quieres que te recuerde lo que pasó con la última chica que vino, a la que no estabas haciendo nada y terminó dos metros bajo tierra? No voy a contratar una cada tres días. —Reconocí comentar la voz de Caleb mientras me acercaba.
No había logrado escuchar con claridad el principio de la conversación, pero parecía ser un tema de mujeres. De todos los lugares donde podría haber acabado, tuve que terminar aquí: rodeada por un montón de sádicos que lo único que les importa es hacer su maldita voluntad, sin importar a quien se lleven por delante.
—¿Pero quién lo dice, tú? Desde cuándo te importa la servidumbre, recuerdo que me dijiste que hiciera con ella lo que yo quisiera y cuando te dije que se me había ido la mano, no te importó en lo mas mínimo —contestó Alex visiblemente desencantado.
Di un paso hacia dentro, al momento en que lo hice: todos los ojos se posaron en mi, acompañado de un silencio sepulcral. Miré en dirección a Caleb, esperando escuchar algo por su parte, él se limitó a indicar con un gesto de su mano que me acercara a la mesa.
—Siéntate —ordenó.
Caminé hacia la silla. Todo era tan incómodo, tenía la extraña sensación de ser un corderito en un nido de hienas totalmente hambrientas, esperando el mejor momento para atacar.
Separé la tercera silla, que estaba a dos espacios de Caleb y me senté. Miré de reojo en dirección a Susan, que preparaba algo de comer. Sus ojos se estrellaron con los míos en un reproche silencioso cargado de incertidumbre y acusaciones; seguramente ella había mal interpretado todo y por lo visto no era la única. La tensión que inundaba el lugar era tanta que podía respirarse y con suerte no te intoxicabas. Desvié la vista.
Evitaba mirar a cualquiera de ellos: Alex, Susan, otra chica que parecía parte del servicio y en especial a él, a Caleb.
Me tensé al sentir que Alex se acercaba a mi, su aliento chocaba contra mi rostro, sentí como tomaba un mechón húmedo de mi pelo, y lo enrollaba jugueteando entre sus dedos, al tiempo que acercaba sus labios a mi oído.
—Tus gemidos se escuchaban hasta el otro lado de la mansión —ronroneó burlón.
Mis mejillas ardieron, podía sentir como mi cara se tornaba color carmesí. Por un momento quise desaparecer, seguro todos me habían escuchado. Me sentía mas culpable que nunca por que de forma evidente, todos creían lo que no era y eso me confundía a tal punto que hasta yo dudaba de lo que fue realmente.
—Deja a la niñata y ve por su hermana, Alex…—habló Caleb haciéndome mirar en su dirección.
Por fin iba a poder ver a Victoria.
—Odio cuando estás de humor Caleb... —bufó Alex.
Caleb le lanzó una mirada fría y Alex se tensó.
—Vuelves hacerme una de tus bromitas, y decapito a tú mujer, a tú hija y por último a ti.
Sus miradas retadoras empezaban a poner más tenso el ambiente. No fue necesario mirar nuevamente a Alex, como para saber que las amenazas de Caleb lo habían afectado, y salió de la cocina sin decir nada.
El hecho de saber que Alex tenía esposa e hija, me hacía preguntar cómo sería la relación entre ellos. Sinceramente pensaba que debía de ser una cruel tortura, una mala broma del destino. ¿Quién en su sano juicio se casaría con un Gánster? Y sobre todo darle un hijo, me parece la cosa más cruel que alguien podría hacer, traer un hijo al mundo bajo ese legado.
Tras unos pequeños minutos de silencio, en los que Susan servía el almuerzo, Caleb volvió a hablar.
—Dime lo que te gustaría que pasara contigo y con tu hermana.
Posé mis ojos en los suyos, encontrándome con sus ojos fríos como un Iceberg.
—Creí que nos dejarías ir una vez que hiciera todo lo que desearas. —Hice una corta pausa—. ¿Nos dejarás marchar?
Él estiró sus labios vacilante y toqueteó sus dedos sobre la mesa.
—Pues creíste mal… Solo a ti se te ocurre que te dejaría ir —respondió tranquilo, posando su vista en el plato que le colocaba Susan, tomó el tenedor y empezó a comer.
Su actitud era desesperante. Bajé la vista al tiempo que Susan dejaba otro plato frente a mi, el guisado se veía exquisito sin embargo lo que menos deseaba ahora era comer. Lo único que quería era que mi hermana cruzara esa puerta sana y salva y que nos dejara marchar. Pero no, eso sonaba demasiado bueno como para creer que él nos complacería.
—Sin embargo puede que deje ir a tu hermana —recalcó recostándose en su silla.
—No entiendo... ¿por qué yo no? —exclamé.
Lo miraba con reproche, ¿acaso todo el dolor por el que había pasado había sido en vano? ¡¿Tuve que soportar que me tocara con sus sucias manos para que al final, me venga a decir esto?! Apreté mis puños tan fuerte que sentí como mis uñas se clavaban en mi carne.
—El motivo por el que no te dejaré ir, es simplemente por que no se me da la gana. Desde hoy en adelante eres mi juguete y cuando esté aburrido me divertiré contigo —confesó en tono divertido y arrogante.
Sus manos se dirigieron nuevamente a los cubiertos.
—Cuando me aburra de ti... te dejo ir. Eso si no estás muerta —murmuró perverso.
Sentí rabia e impotencia. Esto tenía que ser una maldita broma, no iba a quedarme y darle el gusto de que siguiera humillándome cada vez que se le diera la gana. Iba a protestar, pero el sonido molesto de su móvil me interrumpió.
Caleb se levantó de su lugar, y me miró haciendo un gesto de que me quedara aquí, mientras el salía de la cocina.
Aparté el plato de mi vista empujándolo hacia el centro. Apoyé mis codos sobre la mesa y hundí mi rostro entre mis manos dejando escapar un suspiro de frustración.
Sentí unos pasos acercándose a mi y aparté mis dedos.
—¿Quieres que te de un concejo? —preguntó Susan en voz baja, sujetando una de mis manos—. No te dejará ir nunca ¿Quieres irte, verdad? —preguntó nuevamente dirigiendo su vista hacia la puerta.
—Yo... Claro que me quiero ir, pero...
—Conozco a Caleb —me interrumpió—, no como la palma de mi mano pero si lo suficiente como para poder sobrevivir —expresó en tono suave.
Sobrevivir…. Sobrevivir no era una palabra muy reconfortante.
Susan me escaneaba con la mirada de forma un poco insistente, esperando a que dijera algo. Su actitud me parecía algo sospechosa, ¿por qué quería ayudarme?. Hasta hace apenas unas horas se había negado y ahora parecía que estaba dispuesta a ayudarme a escapar ¿A que se debía su cambio de actitud? ¿Sentía lástima?
Negué con un suave movimiento de la cabeza, pero qué me pasaba, ahora era yo la que dudaba.
—Si es lo que quieres yo puedo ayudarte pero dime, ¿por qué estas aquí?
La voz de Susan era cada vez más insistente. Intentaba encontrar la manera menos incoherente de explicarle que estaba aquí por un Martini. Aunque mi mente me gritaba que irme no era una opción; quizás eso solo complicaría más las cosas.
Una voz familiar interrumpió haciendo que Susan se sobresaltara, giré mi cabeza en dirección a la puerta y ahí estaba él; Caleb, dejó salir el humo del cigarrillo que sujetaba entre sus dedos, y nos analizaba de una forma tan fría y metódica que hasta yo me estremecí.
—¿Enseñándole como escapar, Susan? —preguntó, caminando hacia la mesa.
—No, no, yo nunca haría eso —balbuceó Susan, incorporándose.
Caleb se acercó más, dio una última calada a su cigarrillo, y lo apagó lentamente en el brazo de Susan. Un pequeño olor a piel quemada me perturbó, parpadeé varias veces viendo como una hilera de humo blanco se desvanecía en el aire. El rostro de Susan, se deformó por el dolor, algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras apretaba los labios.
¡Esto era inhumano!
—Eso espero por que, ¿sabes lo que le pasa a los que me traicionan, verdad? —gruñó él.
Susan asintió.
—¡Lárgate! —bufó.
Ella no dudó, salió de la cocina dando grandes zancadas hasta desaparecer de nuestro campo de visión.
Desvié la mirada hacia mis pies, y pasé un mechón de pelo detrás de la oreja. Sentí sus ojos sobre mi, mientras él volvía a ocupar su lugar en la mesa.
Levanté la vista y lo miré. Tenía la sensación de que me hundía en sus ojos, que sus pupilas me proponían un viaje silencioso, donde hay mucho que decir, y poco que callar; que sus iris me hacían una invitación sigilosa a que descubriera todo lo que se ocultaba en ellos. Pero claro, no me sorprendía que a esta altura estuviera delirando. Mi subconsciente me hacía una mala jugada; tratando de justificarlo, buscando un motivo para entender un por qué, un por qué que ni siquiera me incumbía.
Victoria se desplomó en el suelo, Alex la había empujado con brusquedad. Mi hermana tenía los ojos hinchados de tanto llorar, pero no por eso dejaba de mirar a Caleb, con rencor. Me levanté de mi lugar sin esperar nada, y me precipité hacia ella.
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