˚⁀➷⚘ c. 1990
_____ trabaja en el cementerio de Poblenou. Un misterioso joven se muda a la ciudad y, rápidamente, los vecinos comienzan a esparcir rumores sobre él, puesto que luce peligroso y aterrador como un criminal.
Sin embargo, _____ descubre q...
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Hoy era un día nuevo. _____ se levantó de la cama, abrió las cortinas de la ventana y se preparó. Hoy más que de costumbre, teniendo entre sus planes ir a saludar al nuevo dueño de la tienda. Quizá también le deba una disculpa. «Eh, hola, perdón por parecer una loca acosadora el otro día».
Quizá cambiaría las palabras.
—Bon dia —saludó _____ a las señoras cuyo único propósito en esta vida era criticar a los demás.
—El otro día pasé por la floristería —las oyó decir—. La Mari tenía razón, parece un criminal. Éste no nos va a traer nada bueno, te lo digo yo. Si empiezan a haber alborotos por aquí, ya sabemos de quién es la culpa —la joven quería alejarse de la conversación, algo molesta.
Sí, _____ también se había sentido algo intimidada la primera vez que lo vio, pero seguía sin sentirse bien escuchando aquello. Ella también fue criticada por trabajar en un oficio tan raro para una señorita, vivir sola, y un sinfín de cosas más. Sería hipócrita de su parte no admitir aquello. Pero, al fin y al cabo, la burguesía catalana siempre encontrará cosas que criticar, hasta de donde no las haya. ¿Qué otro pasatiempo tendrían si no?
Aun así, quiso defender al hombre. Ella también habría apreciado que alguien la defendiera en su momento.
—¿No es algo arriesgado decir esas cosas? —la interrumpió con voz amable, sin querer empezar una discusión—. Seguro que es un buen vecino, denle una oportunidad —guiñó el ojo pícaramente.
—Ay, hija, si tú lo dices... —negó con la cabeza la señora de cabellos canosos.
—Estoy de acuerdo con la señorita —una voz masculina sonó detrás de _____. Se giró y no esperó encontrarse con el nuevo dueño de la floristería. Era tan alto que le tapaba el sol. _____ le sonrió con incomodidad, sorprendida.
Las señoras se ruborizaron. Era una práctica común meterse en los asuntos de los demás y cuchichear, y no importaba si todo el pueblo sabía que lo hacías. Incluso si criticabas a Fulanito y alguien se lo contaba a él, no era para tanto. Era una especie de acuerdo tácito. Lo vergonzoso, por algún motivo, era cuando la persona de quien hablabas te pillaba con las manos en la masa.
«Hablando del rey de Roma», pensó ______.
—Bueno, voy a trabajar —sonrió a modo de despedida y entró en el cementerio.
