CAPÍTULO NUEVE "Cuando el hambre ataca"

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Un dolor de cabeza me despertó. Sentía mi cabeza pesada. Dolía. La almohada estaba fría y húmeda, debido a mis lágrimas. le di la vuelta.

El cielo afuera seguía obscuro, por lo que deduje que serían no más de las cuatro. Me di vuelta en la cama. Cerré los ojos...

Y un estruendoso sonido me despertó, asustándome, haciendo que me incorporara de golpe en la cama. ¿Cuándo me había dormido de nuevo?

La alarma de mi móvil seguía sonando, imponente y ruidosa. Saqué el móvil del bolsillo de mi pantalón y la apagué, por fin.

Me levanté con pereza y me estiré. No tenía ganas de ir al instituto. La discución con mi madre aún me daba cierto sentimiento de vacío dentro, pero también sabía que si había algo que mejoraría mi humor, serían los chicos. Así que acoplé todo mi esfuerzo y me arreglé lo más rápido posible para estar lista y esperar el bus.

Cuando ya estaba vestida, tomé el móvil y caminé hacia la puerta. Miré por encima del hombro la chaqueta de Bill que descansaba sobre mi cama. Me mordí el labio, dubitativa. No tenía ni idea de porqué me encantaba sentir alguna prenda de ropa suya sobre mi, pero lo hacía. Mmmm... Mañana. Se la devolvería mañana. Liberé mi labio inferior del agarre de mis dientes antes de que me hiciese daño, y salí finalmente de la habitación, directo a la cocina a por una gran taza de café.

Por suerte mis padres ya se habían ido. Siempre se iban antes. Por lo que no tuve que cruzarme con mi madre. Me recalenté el café que estaba allí, lo serví en mi termo y caminé hasta la parada.

A diferencia del día anterior, cuando llegué Gustav ya estaba allí. Agitaba la cabeza al ritmo de alguna canción que se reproducía en su móvil. Sonreí y me acerqué, pero estaba demasiado concentrado en la música como para notar que yo estaba allí. Me reí cuando empezó a gesticular con las manos, como si estuviese siendo él quien tocaba la batería ena canción y no el baterista de la banda que escuchase. Le retiré un audífono. Volteó a verme y me sonrió, con un ligero rubor adornando su rostro.

-Hey, Anna.-dijo algo avergonzado.-¿Qué tal?

-Buen día, Gustav.-saludé con alegría.-Me encanta cómo tocas la batería ficticia.

Ambos soltamos una carcajada y el negó con la cabeza. Retiró los audífonos del móvil y los guardó en el bolsillo de su chaqueta azul luego de enrollarlos.

-¿Cómo amaneces?-preguntó cortez.

-Bien. Con mucho sueño-dije mientras agitaba el termo de café frente a él.-Pero bien.

Gustav pareció mirarme por primera vez desde que llegué. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza. ¿Qué? ¿Se me había corrido el lápiz de los ojos? Desenrosqué la tapa del termo y le di un enorme sorbo a mi café mientras escuchaba Gustav hablarme de nuevo. Uffff. Glorioso néctar. Amaba el café.

-¿Estuviste llorando?

Casi me atraganto cuando preguntó eso. ¿Tan mal me veía? Empecé a toser y él a darme palmadas en la espalda.

-¿Qué?-pregunté con voz pastosa.

-Tienes los ojos hinchados...

Nos miramos por unos segundos. Santa vaca. Gustav era muy observador. Debía maquillarme mejor para la próxima...

-Ahí viene el bus-fue todo lo que dije. Pasando completamente de su pregunta.

Subimos en silencio. Genial. Momento incómodo.

Suspiré y volví a tomar mi café.

-Es mi chaqueta favorita-dijo Bill mientras tomabamos nuestros asientos.-Traela mañana, ¿vale?

-Vale-dije con una sonrisa. Casi hasta me sentí culpable de haberla "olvidado".

-¿Tuviste problemas con tu madre anoche?

-No, descuida-dije forzando una sonrisa, tratando de no pensar en la discución de la cocina.

La hora de matemática se hizo eterna. Aparentemente el café no servía de nada cuando tenías un profesor que con sólo-y no estoy exagerando-abrir la boca, ya querías dormir. En una oportunidad, estaba quedandome dormida, que Bill tuvo que sacudirme del hombro.

Se los digo. El tipo no necesitaba ni decir 'Buenos Días' para que quisieras empezar a roncar.

Para la hora de biología ya no tenía sueño. TENÍA HAMBRE. Sí. Ese hambre atroz con el que te comerías hasta un caballo. Todo es posible cuando ataca el hambre...

Estaba pensando en la cantidad de cosas deliciosas que podría comer cuando escuché a Bill reir por lo bajo. Lo miré como si se hubiese vuelto loco.

-¿Qué pasa?-susurré.

-Te suena el estómago-dijo mientras este volvía a emitir un gruñido. Me puse roja. ¿De verdad podía escucharlo?

-¡¿De verdad lo oyes?!

Asintió con una sonrisa burlona. Mi estómago volvió a sonar y Bill a reir. ¡Será idiota!

-Oh, cállate-le susurré seria, pero luego no pude evitarlo y reí también. Nos tapamos la boca, tratando de controlar la ruidosa risa que amenzaba con salir. Yo lo hacía en parte para que no me viese reir como una foca con problemas mentales.

-Señor Kaulitz-escuchamos al profesor de biología. Ambos nos pusimos serios y nos sentamos derechos en nuestros asientos.-Si piensa que mi clase es graciosa, su compañera y usted pueden retirarse-especto mirandonos iracundo. Ayyy. Pero qué mal genio...

-Eh... No, Señor Bennet. Lo sentimos.

Este asintió aún molesto y volvió a explicar no se qué sobre algo de un Krebs.

El profesor se dió vuelta... Y mi estómago volvió a sonar. Bill y yo volvimos a reir.

Demonios. Tendría que aprender a desayunar, sino quería que escucharan mi estómago de nuevo como si fuese un animal salvaje.

HIFL MIR FLIEGEN#Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora