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Phoebe
De alguna forma, me desperté. Sentía el cuerpo pesado, y sabía que el veneno aún estaba haciendo efecto en mi sistema. La herida que tenía en mi hombro seguía abierta y sangrando, ya que la flecha seguía ahí, es un milagro que no haya muerto desangrada. Quise quedarme ahí, tumbada en la tierra hasta que mi momento de abandonar este mundo llegue. Pero un recuerdo llegó a mi mente: Nimue. Rápidamente volteé la cabeza a mi derecha. Ahí estaba ella, con las flechas aún incrustadas en su piel sangrante. A pesar de la pesadez de mi cuerpo, me obligué a ir hacia ella.
Su pulso era débil, pero estable. Cerré los ojos para concentrarme y pude sentir un pequeño cosquilleo mágico entre mis dedos. Me apresuré a quitarle las flechas antes de murmurar el hechizo, sintiendo mis últimas fuerzas evaporarse. Sus heridas cerraron correctamente y fue hasta entonces que pude volver a tumbarme en el suelo. Ahora sí, ya me puedo ir de este mundo. Cerré mis ojos, esperando que esa anhelada oscuridad me cubriera, pero no fue así. ¿Así que aparte de todo voy a tener que morir agonizando de hambre, sed y dolor? No pues que vida tan maravillosa me tocó y una muerte aún mejor. Mi hombro empezó a sangrar más. El veneno evitaba que mi cuerpo funcionara con la habilidad con la que debería y agotar la poca magia que me quedaba solo contribuyó a que mi cuerpo se deblitara aún más.
A mi lado escuché unos pequeños gemidos adoloridos, pero ya no volteé mi cabeza. Ya está curada, no se va a morir, mi labor estaba hecha. Pero claro que no me iban a dejar morir en paz.
— ¡Phoebe! — Nimue se arrodilló a mi lado mirándome preocupada.
— Nimue, tienes que ir con ellos — susurré con una sonrisa algo triste.
— No pienso dejarte aquí — dijo con determinación. — Si de algo puedo estar segura es que en este momento te debo la vida, no te voy a dejar morir.
— Nimue, no me debes nada — dije. — Tienes que irte, no sé cuánto tiempo hayamos estado inconscientes pero van a venir a asegurarse de que estamos muertas, lo van a hacer y tu no tienes espada y yo no tengo la fuerza para luchar.
— Si me das tu espada puedo luchar por las dos — dijo.
— No puedo — expliqué — esta espada es mía, nadie más la puede tocar... — Nimue intentó tomarla — literalmente.
— Entonces moriremos las dos, pero vamos a intentarlo — rasgó una parte de su túnica. — Esto te va a doler — avisó y de inmediato entendí que iba a hacer.
— Hazlo rápido.
Sacó la flecha de mi hombro, sacando una mueca de dolor de mi parte. Empezó a sangrar mucho, pero rápidamente, Nimue lo vendó con el trozo de vestido, deteniendo un poco el sangrado. Inmediatamente me ayudó a levantarme, recargando casi todo mi peso en su hombro.  El veneno y la pérdida de sangre hicieron que un fuerte mareo casi me tirara al suelo, mientras que mis piernas temblaban y mis ojos luchaban por estar abiertos. Sería más fácil morir, pero aquí estoy como siempre, eligiendo el camino difícil. Empezamos a caminar a paso lento y torpe, algo a lo que realmente no estoy acostumbrada. Intentabamos no frenar, pero el cansancio en mi cuerpo por luchar no solo por seguir despierta, si no que también por caminar a un paso decente, lo hacía inevitable, además de que Nimue también se cansaba de básicamente cargarme. Llegó un momento, después de tal vez una hora de caminata, en el que mis pies no pudieron aguantar mi peso al dar el siguiente paso y caí de rodillas.
— Vamos Phoebe — insistió Nimue. — Y no falta mucho para llegar.
— Déjame aquí — supliqué. — No lo voy a lograr, por favor.
Mi voz sonaba en un susurro entrecortado. Los ojos de Nimue estaban empañados por las lágrimas.
— No te quiero dejar, no a tí.
— Lo intentaste — dije con una sonrisa compasiva. — Además... no puedes salvar a quien no quiere ser salvado.
— Se supone que tu no te rindes — espetó Nimue.
— Ya no puedo.
— ¡Solo quieres la forma fácil! — me criticó. — ¡No entiendo ni por qué me esfuerzo contigo si siempre fuiste una egoísta! — Vi atrás de ella y rápidamente la empujé hacia un lado, sacando mi espada.
Apenas me dio tiempo de rodar hacia el otro lado para que no me enterrara la espada. Me dio un pequeño rasguño en el hombro, sacándome un pequeño gruñido. Me levanté de mi lugar de un salto, haciendo que el mareo que ya había abandonado mi cuerpo regresara. Nimue estaba en shock en el suelo, mientras que el hombre sostenía su espada. En la punta, vi una gota de mi sangre caer, mezclada con algo transparente.
Mierda.
Mis fuerzas flaquearon por unas milésimas de segundo, que el hombre aprovechó para atacarme. A este, no tardaron en unirseles más, algunos con túnicas rojas y otros con túnicas negras y máscaras doradas. La adrenalina recorrió mi cuerpo al no reconocer la situación. ¿Quiénes eran ellos? Vi que unos avanzaban hacia Nimue, quien estaba indefensa. La preocupación logró que algo de mi fuerza y habilidad regresaran conmigo, matando rápidamente a uno de los hombres para quitarle su espada.
— ¡Nimue! — grité, aventándole la espada, que milagrosamente atrapó. No era buena, pero iba a sobrevivir.
Por primera vez en varios años, no tuve consideración alguna durante la batalla. Apenas encontraba una oportunidad para matarlos, lo hacía. Si sobrevivía, después me lamentaría, pero ahora el objetivo era ese: sobrevivir. Llegó un momento en el que después de una ardua batalla todos estaban muertos en el suelo. Los pequeños cortes que habían logrado hacerme empezaban a doler y el veneno surtía efecto. Jadeaba de cansancio, intentando recuperar el aire, pero no tuve tiempo para eso.
— Bueno, bueno, al parecer el monjecito no mintió de tus habilidades con la espada — volteé hacia donde provenía la voz. Era el hombre que estaba con Carden la vez que fui a buscar a Gawain, y junto a él, estaba Iris con el mismo uniforme que los hombres de máscaras doradas. — Pero tú vas a morir, bruja, y lo harás ahora.
La niña sacó su espada y tras ella aparecieron más soldados con su mismo uniforme. La espada me pesaba y a duras penas lograba mantener la espada en alto. El hombre hizo una señal con la mano y los soldados avanzaron hacia nosotras. Tomé aire, alistándome para el segundo round. Me juré a mi misma que no les iba a dar a los religiosos la satisfacción de verme morir y aunque estuve a punto de hacerlo con la chica, yo no cometo el mismo error dos veces.
El choque de los metales comenzó y mi colección de rasguños rápidamente aumentó. La adrenalina en mi sistema empezaba a ser insuficiente para contrarrestar la cantidad de veneno que estaba entrando en mi sistema. Mis ojos pesaban al igual que mi cuerpo, haciendo que mis movimientos fueran más débiles y lentos, pero me obligaba a mi misma a seguir luchando. Sin importar todo eso, iba ganando. Los soldados me lograban hacer rasguños entre todos, pero no acertaba ni un golpe, yo en cambio cada que había oportunidad los mataba, cada uno de sus errores eran una victoria para mi.
Un grito en el aire hizo que desviara mi atención. Por un segundo vi a Nimue con un corte en la muñeca y sin espada, siendo amenazada por los soldados. Por ese segundo no pude frenar la espada. Se enterró en mi estómago, pero no dolió.
— ¡Phoebe! — el grito de Gawain tronó en el aire, antes de que él junto con más inefables llegaran para terminar con los pocos soldados que quedaban.
La espada salió de mi estómago, mientras la sangre empezaba a salir sin control, sentía el veneno correr por mi sangre. Solté mi espada. Intenté mantenerme en pie, pero mis pies se enredaron entre sí. Caí al suelo de rodillas y muy pronto me encontraba en el suelo.
— No han ganado la guerra — pude oír al líder de los soldados decir.
— Phoebe, por favor, resiste — Gawain se había arrodillado a mi lado. — Adelántense, que los sanadores se preparen.
Sentí que sus manos se deslizaban por mi espalda y mis piernas, segundos después, mi cuerpo ya no tocaba el suelo. Mi cabeza empezaba a pesar, así que la recargué en su pecho, luchando por no cerrar los ojos.
— Phoebe, no soy Lancelot — me dijo.
— Lo sé.
Me sumí en la negrura.
✨✨✨
Lancelot
Percival y Elizabeth me acompañaba mientras trabajaba. Gracias a él no me hacían nada, aparte de dedicarme unas cuantas miradas de odio. Desde que Alayah se fue, la cabeza me dolía. Era soportable, pero no me podía quitar de encima el presentimiento de que tiene que ver con ella. "Ella se enlazó a tí, Lancelot" las palabras de Alayah rondaban mis pensamientos, trayendo consigo tanto un sentimiento de suma alegría como de culpabilidad. Ella se enlazó a mi, quiso quitarme las pesadillas y no lo merezco. No merezco compartir mi vida con alguien tan bueno como ella, no después de que fue mi culpa. Todo fue mi culpa, mis estúpidas predicciones, mi decisión, el veneno que yo les di...
— ¡Sujétalo!
Alguien me tiró al suelo, sujetándome las muñecas a la espalda. Levanté la mirada para encontrar a Arturo desenfundando su espada. Los niños se pusieron entre Arturo y yo.
— ¿Qué crees que estás haciendo? — chilló Elizabeth.
— Alayah y Gawain dijeron que él viviría — intervino Percival con un tono más demandante que Elizabeth.
— Apártense, mocosos — dijo, empujándolos de un manotazo. — Ninguno de los dos está aquí y mientras ellos no están, yo estoy a cargo y digo que deben morir.
Su espada se alzó sobre mi cabeza justo en el momento en que una terrible punzada de dolor me hizo soltar un grito ahogado. El dolor era insoportable y sentía que parte de mi vida se ahogaba en él. De un momento a otro, paró y sentí que una parte de mí se había perdido. Respiraba muy rápido, con los ojos aterrados. ¿Qué demonios acaba de pasar?
— No nos hagas perder el tiempo, monje — dijo Arturo recomponiendo su compostura.
Alzó su espada sobre mi cabeza y la bajó rápidamente. Esperé el golpe que me daría muerte, pero no llegó. Levanté la mirada y vi a Alayah deteniendo la espada de Arturo con la suya. Su espada, al igual que la de Phoebe era muy característica de ella, un mango negro y con bastante detalles de alas, en contraste con el filo plateado y liso.
— ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? —preguntó con tranquilidad, pero tenía el ceño fruncido.
— Matar a esa escoria — dijo Arturo con firmeza.
— ¿Y a ti en qué idioma hay que hablarte? ¿latín? ¿griego? ¿español? Porque parece que en inglés no entiendes — se burló Alayah. — Dijimos que vivía, entonces vive y no vas a desobedecer a esto.
Arturo apretó fuertemente sus labios y con resignación apartó la espada. Puedo estar seguro de que Alayah sonrió con satisfacción, apartando también su espada. El hombre que me sujetaba me soltó, dejando que me levantara del suelo. Alayah no tardó en voltear a verme, borrando cualquier rastro de sonrisa.
— ¿Ahora en que problema te metiste? — preguntó cruzándose de brazos.
— Te juro que no hice nada — respondí — al igual que las últimas tres veces.
Su expresión se ablandó.
— Lo sé — dijo, tapándose la cara para después bajarlas lentamente. — Estoy segura de que entiendes que te encuentras en una situación difícil ¿verdad? — asentí levemente con la cabeza. — Tu vida pende de un hilo, Lancelot, debes de tener mucho cuidado, porque al primer error no lo vamos a lograr.
Su mano se posó en mi hombro, dándome unas pequeñas palmaditas en este. Iba a decir algo más, pero los cascos de los caballos se escucharon a la distancia. Corrimos a la "entrada", por así llamarlo, de la playa. Llegaba Merlín, seguido de los demás inefables, incluída la bruja sangre de lobo, pero no veía a Gawain ni a Phoebe. 
— Necesitamos a los curadores — gritó Merlín.
La gente se movía sin control y los curadores se preparaban.
— ¿Qué demonios pasa, Merlín? — preguntó Alayah desconcertada.
Merlín iba a decir algo, pero entonces otro caballo se acercó. La escena me heló la sangre. Gawain galopaba en su caballo con una mano, mientras que con la otra sostenía a Phoebe. Su cabeza estaba hacia atrás, mientras que su cabello caía suelto. Pude ver los cortes en sus brazos, rojizos por la sangre. Pero lo peor era una terrible mancha roja en su estómago. Apenas el caballo frenó, Gawain bajó del caballo, siempre sujetándola, antes de empezar a correr a donde los curadores los esperaban.
No lo pensé dos veces, me eché a correr hacia donde la habían llevado: esa pequeña cueva que había en la parte rocosa de la playa. Al llegar, no me dejaron entrar.
— Lancelot — gritó Alayah, alcanzándome.
— Necesito verla, Alayah, por favor, te lo suplico.
— No en este momento, voy a ver que tiene y te mantendré informado ¿sí? — dijo con tono calmado, aunque en sus ojos se notaba su angustia. — Por favor.
Asentí con la cabeza, resignado. Los niños llegaron a mi lado.
— Ella va a estar bien — me dijo Elizabeth con una sonrisa.
Al poco tiempo, sacaron también a Gawain, quien se movía impaciente en la entrada.
— ¿Qué pasó? — pregunté.
— Es peor de lo que creían, las espadas tenían veneno de luna nueva, estaban intentando sacar el veneno — se restregó la cara con cansancio y frustración.
— Entra y dale esto a Alayah — dije sacando un frasco de mi túnica. Siempre lo guardaba conmigo por si algún día se sobrepasaban con el veneno o intentaban usarlo de alguna forma en que la dañara. — Ella sabrá que es.
Lo tomó inseguro, pero hizo lo que le dije. Al poco tiempo salió con una sonrisa tranquila.
— Alayah dice que va a sobrevivir, con eso va a sobrevivir — me dijo tranquilo.
Sonreí agradecido por cargarla conmigo. Me senté en la arena, recargando mi espalda en la roca junto a la entrada de la cueva. Gawain se sentó a mi lado, mientras que los niños se sentaban frente a nosotros, jugando un juego de manos.
— ¿Cómo supiste? Quiero decir... ¿Cómo lo tenías ahí? — preguntó Gawain.
— Para que siguiera atrapada necesitaba ese veneno, entonces lo hice y se lo di a los paladines — empecé. — Al inicio no les di la receta, no quería que lo usaran a su antojo, pero luego tuve que empezar a probar mi lealtad... y si algo no salía ella lo pagaba. Empecé a darles ubicaciones, empecé a cazarlos, les di la receta... la lista se hizo interminable.
— ¿Por qué no te detuviste? — preguntó.
— Quise hacerlo, desde el primer segundo me arrepentí... pero era demasiado egoísta para parar. Sabía que prefería su odio que verla muerta, menos si era por mi culpa. Fue mi última opción, en cuanto lo soñé intenté todo, puse distancia, dejé de hablar con ella, si tenía que conversar con ella era tan cortante como me era posible, pero ella seguía intentando. No veía otra opción. Cuando me fue imposible parar... tomé mis medidas. Lo tenía listo por si algún día lo usaban de manera indebida. Aunque no lo parezca... siempre quise tenerla a salvo, sé que no fue la mejor manera, pero eso era todo lo que quería. El mundo está avanzando, no hay lugar para las personas que son diferentes y todos nosotros somos parte de esa categoría... quería mantenerla a salvo el mayor tiempo posible.
Las lágrimas salían de mis ojos en silencio. Sentía su sabor salado cuando pasaban por mi boca.
— Hiciste lo que creías correcto, lo que tus circunstancias te permitían.
— No lo intentes, no hay forma de justificarlo.
— Te perdonará, ya verás.
Esbocé una sonrisa triste. No estaba seguro, prefería que lo dejara ir, era lo mejor. Podía estar con alguien que la mereciera. Mi mano se fue a mi bolsillo derecho, sacando el anillo de madera. Lo vi con tristeza, recordando ese hermoso día. Seguirá siendo un recuerdo, uno que atesoraría como si fuera lo último que le quedara en la vida. Tal vez, así era.

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Les dejo otro pequeño capítulo para compensar el tiempo que estuve inactiva. Espero les guste y no olviden comentar ❤️

Bruja de Luna  ⭐The Weeping Monk ⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora