✨🌖10🌖✨

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Lancelot

Ahora que ya no había muerte que le pudiera atormentar, soñaba con el día que la conoció.
Sin duda alguna el día más feliz de su vida. Una luz después de años de oscuridad, en los que un padre Carden más joven se esforzaba en su adoctrinamiento,  para tenerlo como perro a sus servicios. Pero él no era tan pequeño como para no entender que ellos mataron a su clan, quemaron a su padre y apuñalaron a su madre. Él había sido el único sobreviviente de esa noche sombría.

Después de diez años, las torturas para que su parte "demonio" se viera convertida, aún no frenaban. Ya se podía considerar a sí mismo un hombre, sus dieciocho años le daban ese poder. En ese entonces, Carden no tenía tanto poder, pero aún así tenía un grupo de séquitos que no sabían su secreto, solo que él no debía escapar. Ese día no había sido la excepción. Los golpes en mi espalda después de una sesión de azotes con el padre Carden habían hecho que lo intentara otra vez. Que volviera a intentar escapar de ese terrible infierno, incluso cuando sabía que al no lograrlo las cosas iban a ser peor. Pero ese era su día de suerte.

Corrí por el bosque, escuchando las pisadas que me seguían. Mi torso estaba desnudo gracias a la rapidez con la que salí de ahí. No podía pensar en algo tan trivial como una playera. Sabía que se acercaban, sabía que pronto me iban a atrapar. Mi espalda ardía por las heridas abiertas y mis ojos llorosos me nublaban la vista. Estaba exhausto. Mis pies tropezaron con algo, una piedra, una rama; no lo sé, pero las lágrimas de frustración no tardaron en rodar por mis mejillas. Inmediatamente me levanté, para que por lo menos mis manos verdes por el reciente contacto con el pasto no me delataran. Intenté seguir corriendo, pero ya era tarde.
Los hombres de Carden llegaron, agarrándome sin ningún cuidado de los brazos. Las telas de sus ropas raspaban con las heridas de mi espalda, haciendo que el dolor fuera insoportable. Dejé de luchar bajando la cabeza derrotado, no iba a escapar, ya me habían atrapado.
— ¿Qué creen que hacen? — dijo una voz frente a mi.
Levanté levemente la mirada, encontrándome con la mirada grisácea de una hermosa chica. Alta, aunque era más baja que yo; sus facciones eran delicadas, como si el más diestro artesano la hubiera tallado con todo su esmero. Sostenía una espada muy singular, con varios detalles en el mango, incluyendo esa luna llena tan característica de Phoebe, la Bruja de Luna. La reconocí de inmediato, era ella, nuestra reina. No podía odiarla, claro que no, si fue mi pueblo quien decidió no llamarla para que nos salvara. Verla parada frente a mí era simplemente irreal. Era simplemente hermosa, y esos ojos grises... le daban una frialdad infinita a su mirada, pero muy en el fondo podía ver ese calor y bondad que también se podían reflejar en esos ojos brillantes. Recordaba ese momento con todos los detalles. Tal vez fue amor a primera vista, tal vez era porque ese día era mi salvadora, pero sin importar que nunca voy a olvidar esa imagen. Su cabello castaño estaba atado en una típica trenza floja, algo común entre mujeres inefables.
— Nada de tu incumbencia, bruja — escupió uno de los hombres que me sujetaban.
Eran tres en total. En ese tiempo no conocía todo el poder de Phoebe, no entendía realmente porque la llamaban bruja de Luna o reina inefable; así que la ví con súplica, queriendo que corriera lejos para no arrastrarla a la misma miseria que yo.
— Les pregunté qué hacían, no si era asunto mío o no — su voz era suave, incluso algo burlona, pero conservaba la firmeza de sus primeras palabras.
Los hombres me soltaron, sacando sus espadas, pero por más valientes que quisieran verse, sus manos temblaban con pánico. No entendía nada, eran tres contra uno, por más que no quisiera creerlo ellos le iban a ganar.
— Ya veo que saben quien soy — una sonrisa ladina se asomó en sus labios. — Bueno, entonces creo que van a ser hombres sabios, dejarán al chico y se irán de aquí; no tiene por qué haber heridos.
Esperó pacientemente, se veía calmada: recargando su peso en su espada que estaba enterrada en el suelo. Fueron segundos que parecieron eternos, antes de que uno de los hombres se lanzara con espada en mano sobre de ella. No se vió apresurada por frenarlo, pero con un movimiento rápido de su espada detuvo el arma de su contrincante.
— O no — dijo con verdadera indiferencia.
El segundo hombre entró a la batalla para apoyar a su amigo, mientras que el tercero me sujetaba con la mano temblorosa. Ella no tuvo problema en detener la segunda espada, empezando un choque constante entre sus metales. La batalla parecía más una danza, en la que Phoebe era una profesional, con movimientos gráciles y hábiles; mientras que los dos hombres intentaban seguirle el paso con movimientos torpes y lentos. Ahí aprendí que Phoebe era el ser más compasivo del mundo, porque si ella quería ganar una batalla no necesitaba mucho esfuerzo. La batalla no debió de durar más de treinta segundos, pero podía ver como dejaba pasar cada oportunidad que se le presentaba de terminar la batalla y sabía que era a propósito porque sus ojos se desviaban por milésimas de segundo hacia el objetivo.
— ¿Por qué no se rinden? Así todos ganamos, salen con vida y dejan al chico en paz, en fin, una boca menos que alimentar — dijo.
Ja, como si me dieran comida.
— ¿Y qué ganas tú, bruja? — dijo un hombre chocando su espada con la suya.
— No llevarme en la conciencia que dejé que un pobre muchacho siguiera sufriendo sus maltratos.
Luego me enteré que realmente ella sintió lo mismo que yo en cuanto la vi. Fue tarde cuando me enteré de que esa cosa era amor.
— No hago tratos con demonios — masculló el otro hombre enojado.
Algo en su mirada se apagó. La seriedad y frialdad con la que los veía se fue derritiendo . Ahí supe también, que los ojos de Phoebe eran los más expresivos del mundo.
— Entonces, lo lamento — susurró.
Su espada se enterró en el abdomen del primer hombre y en pocos segundos había matado al segundo también. El hombre que me sujetaba me soltó en un ademán de desenfundar su espada.
— Ni siquiera la pienses — había dicho Phoebe aún de espaldas. Se dio media vuelta, regresando a su mirada fría, aunque no era igual que antes. — Vete de aquí si no quieres terminar como tus amigos.
Apuntó su filosa espada hacia nosotros, más específicamente hacia el hombre que en pocos segundos salió corriendo despavorido. Bajé mi cabeza cuando su mirada se posó en mí, tal vez por vergüenza o porque lograba intimidar a las personas. Escuché como sus avanzaba hacia mí, sin la cautela que antes había tenido, casi se veía humana.
— Hey, tranquilo, no te voy a hacer daño — dijo con voz suave y cariñosa, haciéndome levantar la cabeza.
La suya fue la primera sonrisa sincera que había recibido en años. Era de labios cerrados y muy natural, pero sus ojos lo decían todo. Cuando antes habían sido hielo ahora eran como la luna: una luz brillante en la oscuridad de la noche. Una luz, una esperanza en la oscuridad en la que se encontraba en ese momento.
— Eres del pueblo ceniza, ¿cierto? — cierta tristeza tiñó su semblante. Me toqué levemente la parte inferior de mi ojo para notar que los polvos que Carden usa para esconder las marcas ya no estaban. — Lo...
— No fue tu culpa — la interrumpí, sabiendo dentro de mi que se iba a disculpar. — Mi pueblo tomó la decisión de no llamarte, sabían que esas serían las consecuencias.
Ella asintió levemente, bajando un poco la cabeza.
— ¿Cómo te llamas? — preguntó.
— Lancelot.
— Soy Phoebe — sabía quien era, pero no sabía que su nombre era tan hermoso. — ¿Puedo curarte, Lancelot? — preguntó con suavidad.
No encontré mi voz para responder a eso, así que simplemente asentí. La Bruja de Luna me quería curar, a mi una simple alma perdida entre las enseñanzas del enemigo y un pueblo extinto. Esa fue la primera vez que murmuró ese hechizo que se volvió tan normal entre nosotros. Creo que de todas las veces que lo usó, esa fue la más necesaria.
— Listo — ahora también tenía una camisa holgada. — ¿Vienes? — La vi confundido, sin entender a lo que se refería. — ¿Acaso tienes un lugar mejor a dónde ir?
— ¿Por qué? ¿Por qué me ayudas? Estuve con los paladines porque podía oler a los de nuestra clase ¿por qué confías en mí? — sus palabras estaban fuera de mi comprensión.
— Porque si lo hubieras hecho esas heridas no estarían en tu espalda — dijo con una sonrisa algo burlona. — Además, no se debe juzgar a alguien hasta que el ¿quién es? se convierta en ¿quién fue? Hasta las peores personas pueden redimirse, Lancelot, pero no creo que tú seas una mala persona.
Me extendió su mano con elegancia. La tomé con torpeza. Nuestras manos encajaron tal como una llave encaja en la cerradura. La suya era más pequeña que la mía, por lo que la podía cubrir completamente. Ambos sonreímos. Nightmare llegó después de unos segundos y ella montó con agilidad.
— ¿Vienes? — me volvió a extender su mano.
Esta vez no dudé. Tomé su mano para que ella me ayudara a montar. Su caballo relinchó antes de emprender su camino a lo que pronto llamé hogar.

Bruja de Luna  ⭐The Weeping Monk ⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora