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He entrenado mucho con Madara-Sensei en estos días y ya puedo usar mejor el Kamui.

No es perfecto, pero puedo mantenerme intangible por varios segundos; Madara dice que si entreno más, el tiempo aumentará. Normalmente estaríamos entrenando a esta hora, pero hoy no es el caso. Madara sacó una botella de sake de no sé dónde y está borrachísimo. Muy buen ejemplo, al igual que siempre. No me he ido por miedo a que haga alguna estupidez como quemar una aldea o algo así. No sé tratar con borrachos, son tan…

En eso, llegó con un cartón de leche y gritó. Supongo que lo sacó de la basura.

—¡Obito, no jodas! Estaba viendo la leche…

—Ajá —le seguí la idea—. ¿Y qué ocurrió?

—Y luego me pregunté: ¿por qué la leche sale empaquetada? —Sí, no está bien divertirse cuando alguien no está en sus cabales… la vida solamente es una.

—¡Sensei, no sea tonto! Pues, porque la plantan en el piso y sale una planta de leche de cajas de cartón.

Su rostro mostró tanta sorpresa como le era posible —que no era mucha, pero se notaba cuando lo estaba— y me miró un momento. De verdad que el alcohol idiotiza a la gente; no quiero imaginarme a mí borracho.

—¿En serio? —exclamó, sorprendido.

—Sí.

—Pero, entonces... ¿no ordeñan a las vacas? —interrogó, medio desilusionado.

—¡Las vacas no existen! —pretendí revelar.

—¿No?

—¡Eso es una mentira! Un mito.

—¡Ah! ¿Una conspiración? —dedujo.

—Sí.

—No…

—¿Sabes cómo es?

—¿Cómo?

—Como el amor que siente él por ti. Así, igual de falso.

—¿En serio?

—Síp.

—¡Wow! ¿Así de falso? —dicho esto, pareció tener nauseas, saliendo a vomitar casi instantáneamente. Juro que, aunque me hace reír, no volveré a permitir que beba así. Como dije, yo tampoco soy bueno cuidado gente, por lo que me dormí aquí.

A la mañana siguiente, me desperté en dónde me había acostado, pero con una almohada y una cobija, las cuales yo había traído anteriormente. Cuando me levanté y ví a Madara, casi muero de risa.

—¿Quiere una mascarilla hidratante, sensei?—bromeé, sin ser capaz de cesar mi risa. Y no era para menos, ya que tenía unas bolsas enormes en los ojos, el cabello hecho un desastre, la ropa bastante sucia y la voz ronca.

—No te rías, me duele todo. No entiendo el porqué me pasó esto, antes resistía maravillosamente el alcohol —recordó. Los años pesan, Madara—. No me daba una resaca así desde que tenía como veinte. Por el amor de Dios, no permitas que beba de nuevo. Además, sigo sin entender el motivo por el cual tenía una almohada con la cara de Justin Bieber al lado.

—Ah, eso fue adrede. Esa la había traído para mostrarte que la conseguí, ¿te acuerdas? Entonces anoche, antes de dormirte, la pusiste a tu lado y dijiste: «En la mañana, esto me confundirá mucho». Borracho, te haces bromas a ti mismo.

—Ahora todo tiene sentido, más o menos —concluyó—. Por cierto, ¿entrenaste un poco?

—Trabajé bastante en mi Taijutsu, pero siento que aún me falta. Soy lento, quizá.

El aprendizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora