Bajo ataque

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Agonía, que la hacía pedir clemencia a un Dios sordo a su dolor.

¿Cómo?

Segundos antes se encaminaba hacia el arroyuelo cercano a casa, tarareando esa tonta canción. La misma que Erik le cantaba al oído cada que se veían a escondidas, en el bosquecillo que rodeaba la aldea. Haciéndose promesas de amor.

Se casarían, tendrían bebés y serían felices, incluso en un mundo tan caótico como aquel que les había tocado.

Ese siempre fue su sueño, el ideal, que ahora junto con la sangre que chorreaba de sus heridas se diluía en el agua del arroyo.

Siempre que le llegaban las historias de demonios arrasando aldeas como Stonhess, le parecían tragedias lejanas y ajenas a ella, aun cuando la extinta aldea estuviera a solo 45 minutos de distancia de la suya.

De hecho, en un mundo en guerra contra el infierno, ella jamás experimento dolor ni perdida cercana, así que todos los rumores e historias le parecían eso, chismes e inventos de personas sin quehacer y con mucha imaginación.

¿Quién lo diría?

Morir así, sólo tenía 17 años recién cumplidos. Además, el día era bellamente soleado con un cielo azul con pocas nubes, que parecían más pinceladas blancas en el firmamento; para nada encajaba con su visión de un día trágico, en color azul naval, con lluvia y relámpagos alrededor.

Irónico, que precisamente sus últimos momentos fueran así, en un día que quizás hubiera elegido para su boda, para festejar la vida.

Esa "cosa" apareció de la nada y con sus afiladas garras le corto el vientre en cuestión de segundos, heridas lo suficientemente profundas como para hacerle el mayor daño sin llegar a desparramar sus intestinos.

El maldito bicharrajo fue muy "considerado". El muy hijo de puta no la mató; ahora solo se desangraba dolorosamente lento, pensando en tonterías que carecían de sentido, pues esos, eran sin duda, sus últimos momentos.

Lo peor fue que mientras esas afiladas zarpas la cortaban pudo ver esos cuatro inmensos ojos, de un color que le recordaba una ventisca en el peor de los inviernos, y nada. Lo que fuera ese demonio, solo era un recipiente sin alma.

Un escalofrío recorrió su maltrecho cuerpo.

Por la absurda posición en la que habia terminado después del ataque podía ver perfectamente a ese energúmeno alejarse de ella, para acercarse a su casa, a su familia y luego, a toda la maldita aldea.

Quizás pudo intentar moverse y buscar ayuda pues era obvio que, aquella bestia, luego de herirla no estaba ya interesada en su humanidad, sin embargo, la idea fue desechada al instante pues ni empleando toda la fuerza que aún le quedaba lograría moverse y para finiquitar cualquier esperanza, del mismo sitio de donde habia salido el inmundo animal, otros tres, igualmente grandes y aterradores, salieron para unírsele y pronto, corrían uno al lado del otro. Volviéndose solo una masa de afilados dientes y garras, enormes cuernos colocados de manera, aparentemente azarosa, en sus descomunales cabezas.

Jamás había visto nada como aquellas bestias, de pelaje crespo y de un negro descorazonador. Sí, ese era su color, uno que te quitaba la esperanza de tajo y molía tus ganas de vivir. Negro muerte.

Los gritos y pedidos de ayuda desesperados de las voces de su familia le llegaron llevados por el viento y luego silencio, siendo el funesto aviso de que ya no habia nadie quien pudiera ayudarla. De hecho, de que ya no habia nadie y ya.

Seguro devastarían la aldea, pues estaba en su camino hacia la maldita Asociación Ackerman. Otra ironía más, todos los habitantes de Greenstone siempre creyeron que estando cerca de la antigua organización que luchaba contra el infierno, estarían a salvo. Se habian equivocado, tanto como los extintos habitantes de Stonhess.

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora