Lujuria

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Mikasa había olvidado la maldad que se acercaba con intenciones asesinas hacia donde estaban, pero el grito de la acólito Zöe hizo eco en todo su ser. Esa horrible opresión dentro de sí misma que se había desvanecido en el momento en que los labios de Levi tocaron los suyos ,  al escuchar la advertencia de la acólito desde lo alto del edificio que estaba a sus espaldas, regresó con mayor fuerza, como un explosión, instalándose, pesada en todo su cuerpo. Girando sobre si misma, Mikasa estaba decidida a advertirles a todos los miembros de la Asociación lo mortífero que era el enemigo.

– ¡¡¡Acólitos, esas cosas son armas sin misericordia, si permanecen afuera, los asesinaran!!! ¡¡¡Ninguno de ustedes duraría ni un segundo, si no se refugian, morirán!!! ¡¡¡Refugiense!!! - Los miembros de la Asociación en lo alto del edificio, escucharon atentamente lo que la súcubo dijo, pero ninguno se movió. Ella era un demonio y ellos estaban decididos a permanecer orgullosos e inamovibles, pues pertenecían a la gran Asociación Ackerman. Sin embargo, está determinación se esfumó cuando pudieron ver mejor lo que se acercaba a toda velocidad hacia los muros. Todos los habían visto aún en la lejanía, pero al poder ver sus facciones a detalle su alma sintió pavor, pues por fin pudieron notar el olor a muerte de esos seres y toda la energía de maldad pura que emanaban. Pronto en lo alto del edificio sólo quedaron los miembros de la primera jerarquía, que habían cambiado sus habituales armas por arcos.

Salvo Hanji, que su arma era Refugio de los pecadores, el mejor arco de la Asociación, los demás tenían un arco en apariencia normal. Sin embargo, las fechas que portaban los acólitos de primera jeraquia eran bastante llamativas y delicadas en aspecto, al mismo tiempo. La acólito Zöe había decidido compartir las flechas de su arco, las poderosas, "Lágrimas de arrepentimiento" que contaban con la habilidad de tomar prestado el poder del arquero que las disparara sin minar su fuerza; así estas flechas no se desviarían de su objetivo, y al llegar destruirían todo cual ácido, tal como lo había hecho la misma Zöe al disparar directo a los ojos de Mina Carolina, aquella demonio de la pereza.

Abajo, Levi y Mikasa se hallaban a escasos metros el uno del otro, cuando la pelinegra se dirigío al acólito.

-Levi, por favor, voy a retirar la piedra y por piedad... entra al edificio. - Esta vez la voz de Mikasa calzaba con lo que decía. Una auténtica súplica, que estaba destinada a ser solo escuchada por el acólito.

–Lo siento, no puedo. Me quedaré aquí y pelearé. Quizás no sea de ayuda para alguien tan poderosa como tú, pero no me daré por vencido. - Las palabras fueron contundentes, Mikasa sabía que no podía convencer a ninguno de los que se habían quedado de refugiarse, así que solo suspiró e hizo lo que debía para salvarlos.

Mikasa se agachó apoyando una rodilla en el suelo, mientras que la otra, la pegaba a su pecho, para luego apoyar las manos en cada uno de sus costados, imitando la postura que los pequeños niños en las aldeas usaban para ponerse en sus "marcas" y jugar, compitiendo para averiguar quién era el más rápido. De pronto, usando esta postura como una especie de resorte, Mikasa se impulsó hacia el cielo. La fuerza que utilizó en sus piernas fue tal que al saltar , el sitio donde segundos antes estaba se había vuelto solo un cráter de un metro y medio de diámetro con una profundidad considerable. Los presentes no pudieron creer que tan alto pudo llegar, pues incluso los acólitos Bott y Kirschtein, que estaban parados en el punto más alto del edificio, la atalaya norte, tuvieron que levantar la cabeza prácticamente en un ángulo de 180° para poder ver hasta a donde se había impulsado la súcubo.

Todos los acólitos que se habían quedado para la defensa de la Asociación lo siguiente que vieron fueron las prendas que componían el uniforme de la Asociación cayendo; Mikasa se había despojado de su uniforme y de la totalidad de la ropa que la cubría, mientras empezaba a descender del cielo en caída libre.

Su piel blanca bajo los rayos del sol brillaba como una perla del más alto valor y su cabello completamente suelto, parecía mágico al moverse de un lado a otro debido a las corrientes de aire que la golpeaban,mientras ella seguía cayendo de vuelta al suelo.

Mikasa ajena al espectáculo que estaba dando, había decidido utilizar todo su poder para lograr vencer a los sabuesos de Baal y para eso necesitaba alejarse de los acólitos , que en su necedad había decidido quedarse. Él entre ellos, era su mayor preocupación. Mikasa también optó por despojarse del uniforme de la Asociación por dos razones: le estorbaba más de lo que ayudaba y como fuera terminaría hecho jirones, y la segunda era porque todos los miembros de aquel lugar debajo de ella amaban lo que esas prendas representaban, y Mikasa no podía dejar que terminaran hechas solo unos trapos inservibles.

Ignorando que había comenzado a caer desde una enorme altura a gran velocidad, Mikasa empezó a recordar palabras que pensó jamás volvería a utilizar.

–Divinitatis obscoenitas. Da maxime in cute sine me tollendi. Ex ore profano verba tua. Amor illusio est, libido veritas est. Dimittis (Divina obscenidad. Dar el máximo de piel sin librarte de mí. Palabras profanas de tu boca pura. El amor es una ilusión , la lujuria la verdad. Libera)

Humo de color lila salio expelido del cuerpo de Mikasa en todas direcciones y a pesar de aun continuar muy por encima de sus cabezas, los acolitos que se hallaban en la parte alta del edificio notaron el fragante aroma a jazmin llevado por la brisa hasta ellos, para luego practicamente ser presionados contra el suelo por la onda expansiva que Mikasa habia generado con la liberación de su verdadera forma demoniaca. Incluso Levi, que se hallaba muy por debajo de sus compañeros, sintió como esa energía hacía que su cuerpo fuera empujado hacía abajo como si alguien le hubiera arrojado una roca enorme e invisible. Aun con eso, no cedió a ser llevado al suelo y se mantuvo firme en posición de ataque con la piernas temblorosas por el esfuerzo y la cabeza aun levantada hacia el cielo. No quería perderse de nada, estando seguro que al igual que la Sueño que antes había venido a atacarlos, la verdadera forma de Mikasa era monstruosa. Tal vez ese sería el aliciente que necesitaba para dejar de necesitarla. Sin embargo, se equivocaba.

Cuando el humo lila se dispersó y dejó al descubierto la liberación de Mikasa, todos los presentes contuvieron el aliento sin poder evitar que sus bocas se abrieran en una O perfecta.

Alas de lo que ellos calcularon unos siete metros de envergadura se habían desplegado en todo su esplendor, y aunque los sucúbos e incúbos ciertamente tuvieran un par muy similares a las de un murciélago en color y forma, estas simplemente no se parecían en lo absoluto aquellos apéndices que rayaban en lo común y corriente.

Las alas de Mikasa eran de una belleza exquisita con plumas aterciopeladas cubriendolas en su totalidad, que en la parte superior eran pequeñas y algodonosas, para conforme cubrían la extensión del órgano fueran creciendo en tamaño, siendo las plumas inferiores enormes y señoriales. Al ver esa silueta, cualquiera hubiera pensado que estaban en presencia de un ángel, sin embargo el color de aquellas alas gritaba que no era así. Negras como el onix, brillaban igual que aquella piedra preciosa.

El espectáculo aún no terminaba pues cuando por fin Mikasa estuvo a una altura donde sus rasgos ya eran fáciles de enfocar, las O es las bocas de los acólitos simplemente se hicieron más grandes.

El cabello de la demonio a la altura del hombro y por lo regular  recogido, había crecido hasta llegar casi a sus pantorrillas y se había soltado del listón que lo mantenia sujeto en una cola de caballo , agitándose de un lado a otro, parecía haber cobrado vida. Dos cuernos en forma de espiral de un blaco níveo habían crecido en la frente de la demonio, que al unirse en la base parecían una corona. El cuerpo de Mikasa estaba totalmente expuesto dejando al descubierto su bien delineada silueta, que era aprisionada por gruesas y negras cadenas, enrollándose a su alrededor, cubriendo el pecho, y de ahí hacia sus brazos . Luego las restantes bajaban por su monte de venus y se dividían en sus piernas enroscadas como serpientes. Tanto las cadenas de los brazos como las de las piernas terminaban en grilletes del mismo color y textura que los eslabones que sujetaban. Los pies descalzos de Mikasa se veían diminutos en comparación con las argollas que los aprisionaban.

La súcubo sabía lo que los acólitos pensaban, incluso estando relativamente lejos de ellos, pues sus mentes gritaban: Hermosísima, bella, irreal, etc. Decepcionante que los únicos pensamientos que le interesaba conocer era de la única persona a la que no le podía leer la mente. Curiosamente, el aludido de sus deseos, pensaba exactamente lo mismo que los otros acólitos, multiplicado por cien. 

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2022 ⏰

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