Pereza

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Mina tenía miedo. De alguna manera la amante de humanos se había repuesto de las heridas que le había causado como si de nada se tratara, y le había arrancado de un solo tajo uno de sus brazos, sin que ella hubiera podido hacer algo para evitarlo. La sueño intentó regenerar la extremidad perdida, pero sus esfuerzos fueron inútiles, simplemente no podía.  La sucubo habia cercenado la extremidad atrofiándola irremediablemente. Para empeorar la situación la energía que emanaba Mikasa había cambiado por completo, inspirándole el mismo terror que la de su maestro. Esa similitud perforaba cada espacio de su ser, dándole la sensación de una infinita debilidad. Sin embargo, Mina era orgullosa como cualquier demonio habitante del infierno, y en breves instantes el miedo desolador que sentía fue reemplazado por una ira implacable. 

¿Cómo se atrevía esa puta traidora a lastimarla por salvar un insignificante humano? Y la peor de las afrentas era la forma descarada de querer imitar a las altas huestes del infierno. Era su deber exterminar a semejante plaga.

- ¡¿Por qué continúan aquí?! ¡Váyanse sino quieren terminar muertos! ¡Armin que no me escuchaste! ¡Regresen a su fortaleza! –

Mikasa vigilaba atentamente los movimientos de Mina, que parecía haberse quedado petrificada en su sitio, mientras suplicaba a los acólitos que se alejaran. Aunque ella estaba más que calificada para protegerlos, exterminar a uno de su misma especie, y a una tan poderosa como Mina, era una labor ardua que requería, literalmente, reducir a la demonio frente a ella a solo pedazos. Espectáculo nada agradable de ver, pues si bien la sueño era un ente infernal, su apariencia seguía siendo la de una simple humana.

En cualquier otro caso le daría igual mancharse las manos, pero no con él allí presente. Esos ojos azul acero que la miraban con odio descomunal, pesaban como una tonelada de plomo, no quería darles más motivos para despreciarla. Una soberana estupidez, en distintos niveles, pero así era, Mikasa amaba como el primer día esa alma que, no poseía recuerdo alguno de su gran amor, de su gran dolor, del enorme sacrificio por parte de ambos. Ese sentimiento poderoso como ninguno, no había cambiado en todo ese tiempo, aunque él no tuviera memoria alguna de ella.

No importaba, no cambiaba el hecho de que Mikasa lo protegería aún en contra de los deseos del acólito de primera jerarquía, que, según palabras de Armin, era de los más experimentados en tal labor. Una ironía trágica, su gran amor reencarnando en un cuerpo y mente destinados a odiarla. Sin dudas las bromas del destino eran sumamente crueles.

- ¡Calla demonio! Tú no eres quien para darnos órdenes. Somos acólitos de primera jerarquía de la ilustre Asociación Ackerman, no necesitamos, ni queremos tu impía ayuda. Yo, Levi Ackerman, portador de la sangre de Ángel acabare con ese inmundo sueño y, luego tú seguirás, te doy mi palabra. -

Mikasa sintió un dolor agudo recorrer su cuerpo entero, ¿Así que se llamaba Levi? y por si todas la agravantes acumuladas no fueran suficientes, era un Ackerman, y no cualquier Ackerman, él era el dichoso portador. Su suerte era tan negra como su sangre.

-¡Pobre Mikasa! ni tus preciadas mascotas te quieren. ¿Qué se siente ser un paria para el infierno y para el reino del hombre? Si no te aborreciera como lo hago, puta de humanos, me darías mucha lástima. - Mina reía a carcajadas que, sumadas a su apariencia cada vez más demoníaca y el muñón sangrante dejando ver con dantesca claridad tendones, músculos, hueso y articulaciones rotas, daba una verdadera visión de lo que era tener una pesadilla en la vida real.

-Pequeña sueño. Olvidaste mi advertencia ¿No es así? Te dije que si osabas volver a insultarme haría con tus entrañas lindos cordones para tus hermosas coletas. Quizás sea una puta, pero créeme siempre cumplo mi palabra. –

Mikasa oculto el dolor que las palabras de Levi y la demonio le causaban, sonriendo amplio a la sueño, que de nuevo sintió su instinto de conservación sonar como una alarma en todo su cuerpo. Pero fueron solo segundos, esta vez Mina no se dejó intimidar, era simplemente indigno que una súcubo hiciera temblar un sueño. La mataría lo más lenta y dolorosamente que pudiera, pero primero terminaría con los asquerosos humanos, que no solo eran el objetivo de la misión, sino que también habian presenciado la humillación sufrida. Comenzando con el bravucón que fue lo suficientemente estúpido como para revelar que era el portador de la sangre de ángel. Si, tal vez estaba alterando sus planes, pues ya no podría torturar a los perros de la Asociación, pero en definitiva darle una lección a la súcubo era más importante y seguramente más satisfactorio.

Con gran agilidad a pesar de su estado, Mina se movió en dirección a Levi, sorteando a Mikasa en el camino, y haciendo crecer una afilada cuchilla en el brazo que aún le restaba,  arremetió con gran fuerza y precisión en el acolito. Sin embargo, el humano reaccionó a tiempo, bloqueando el el embate con su propia espada, aunque no lo suficientemente rápido como para contraatacar. Lo cual Mina utilizó a su favor para embestir de nuevo con mayor fuerza. Estaba segura de que no fallaría, apuntando directo a la yugular, dejo que la cuchilla cayera con todo su poder.

Levi sabía que estaba muerto. E imágenes de su vida pasaron frente a sus ojos en fracción de segundos, lo bueno y lo malo. Y por breves instantes el portador disfruto la paz de saber que pronto se liberaría del peso de su deber.

Su deber, esa simple alusión le devolvió el espíritu que caracterizaba a los Ackerman. Él no podía morir, aún no. Debía vengar a Petra, y la única manera de hacerlo era venciendo al infierno. Empuñando con todas sus fuerzas la espada, que le fue confiada desde que se convirtió en acolito de primera jerarquía "Alma blanca", se dijo a sí mismo que haría todo por sobrevivir y llevar a la humanidad a la victoria. Aunque en su corazón sabía que era un hecho que la cuchilla cortaría su cuello, Levi puso todo en ese ataque.

Un grito infernal, que hirió los oídos de los presentes.

Mikasa se había interpuesto entre la demonio y el acólito, y con una sola mano detuvo el ataque para luego sin piedad alguna destrozar la cuchilla de la sueño. Aun cuando la espada de Levi se había clavado en su costado, profundo, lo suficiente como para cercenar las costillas que encontró de un solo golpe. Pero la súcubo a diferencia de la sueño, que aullaba de dolor, no emitió sonido alguno. Solo se limitó a desenterrarse la espada del acólito para luego como si nada, proceder a sacudirse los pedazos de cuchilla de la mano, que al ser destruida se desmaterializo volviéndose sólo una masa viscosa compuesta de piel y hueso.

Mina que continuaba bramando de dolor se alejó de inmediato de la demonio maldita por instinto, como una bestia que ha sido herida fatalmente. Mikasa aparentemente imperturbable a la situación también se alejó.

Su razón, que distaba años luz de la de la sueño, se limitaba a que la cercanía del hombre llamado Levi alteraba todo su ser. Si, él no era aquel por el cual rindió su voluntad, pero el alma de su amado habitaba su cuerpo y eso era lo suficiente como para que su proximidad le quemara como hierro al rojo vivo.

Esos instantes de distracción fueron lo suficientes como para que Mina se recuperara y en un acto desesperado usara su última carta.

- Fracti somniabunt. Inutiles prorsus deceptionis praetendebant. Vi vacui. Pigredo inmittit regina intra me sunt. Liberam, posuerunt. (Sueños rotos. Ilusiones inútiles. Fuerza vacua. Pereza reina mi ser. Libera.)-

Mikasa aun en la lejanía pudo escuchar el cántico de la sueño. ¿Era una maldita broma? Con gran desesperación la súcubo busco la roca más grande de los alrededores y cargándola como si de una pluma se tratara prácticamente se materializó junto a los estupefactos acólitos . La herida producida por Levi ya era historia antigua.

-¡Cúbranse tras la roca rápido! Y sí ya sé que soy un maldito demonio al que no le deben nada, pero si no hacen lo que les digo pronto habrá pedacitos suyos regados por todo el lugar. - Mikasa sin dar tiempo a réplicas salió del refugio provisional para los acólitos, solo para ver como humo de un color azul intenso comenzaba a cubrir por completo a Mina Carolina.

La Sueño, cuyo regente era el pecado de la pereza había decidido liberar su verdadera forma.

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora