Una inesperada bienvenida

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Mina estaba acorralada. Todo su cuerpo le dolía y jamás en toda su existencia había sentido tanto miedo. Iba a morir, a manos de un demonio de bajo nivel frente a criaturas que no deberían ni siquiera estar respirando el mismo aire que ella.

¿Por qué de todos los demonios que podían cegar su existencia tenía que ser precisamente ella? La traidora, maldecida entre una raza maldita, la que había entregado su ser a un humano y no conforme con ello había rendido su voluntad para que esa alma, débil e inútil, no ingresara al infierno, que era claramente su lugar. ¿Por qué ella?

Entre los sueños, el nombre de Mina Carolina era conocido por su destreza, lealtad y habilidad. No había nadie que fuera equiparable en los demonios de su pecado o de otros pecados, y aun así, no sirvió. De alguna manera esa había logrado evolucionar y convertirse en el monstruo que acabaría con ella. 

¿Cómo podía ser, algo que en probabilidades era la posibilidad uno de un millón? Esa súcubo había sido castigada y sin embargo parecía que, a cambio del desprecio de ambos mundos, el terrenal y el infernal, se le hubiera concedido una cantidad obscena de energía pura.

Mina se estremeció de solo pensar que tan absurdo podía llegar a ser el poder de la súcubo si esta liberase su verdadera forma, simplemente aterrador. Pero no le daría el gusto de verla rogar, aun tenia el orgullo de ser quien era y esa no podía arrebatárselo.

-... ¿Recuerdas la que te hice? Apuesto a que si...-  La voz de Mikasa sonaba amenazante y fría, Mina sintió que su valor se esfumaba por completo. ¿Orgullo? ¿De qué hablaba? La infeliz frente a ella planeaba eviscerarla y luego como un auténtico ente de oscuridad, utilizaría sus propias entrañas para colocárselas como adornos en su cabello. O al menos esa era la promesa que esa asquerosa puta le había hecho.

La desesperación tomó presa la racionalidad de una, de por sí irracional, sueño. No quería morir, ni por esa imbécil escoria ni por nadie. Estaba débil, y poco a poco su fuerza vital la abandonaba fluyendo en forma de sangre de las heridas de su pecho y cabeza, pero tal vez aun podía usar su poder, aunque fuera de manera eventual para tratar de salvarse.

Dando un rápido vistazo a los humanos presentes analizo las auras de cada uno, descartando de inmediato al portador de la sangre de Ángel, que era inmune a cualquier manipulación que pudiera tramar en su contra. Debía hallar entre esos perdedores de una raza inferior el que emanara más bondad, y lo halló.

El pelinegro pecoso que había intentado matar antes de que la súcubo se interpusiera, despedía una aura de color naranja muy tenue. Símbolo de una calidez y amabilidad innatas, que tanto su despreciable raza como la demoníaca, usaban para luego desechar. Sí, aquellos seres que estaban dispuestos a sacrificarse por el bien de los demás, eran presa fácil. Sencillos de manipular, resultaban una rareza en los tiempos que se vivían.

Mina comenzó a llorar desconsoladamente, mientras se cubría el pecho desnudo con sus brazos y se hincaba suplicante ante los acólitos y la súcubo. Una actriz maravillosa que podría conmover a una multitud con su interpretación.

-Por favor, ayuda. Yo, me arrepiento de lo que he hecho. Les suplico, no me maten. Juro protegerlos, así como Mikasa ha hecho. –

La voz de la sueño era temblorosa y se quebraba a cada palabra de auxilio. Miraba fijamente a los acólitos con los ojos inundados y su aspecto indefenso logró su cometido.

Marco impulsado por las súplicas de la que, a sus ojos era una mujer que necesitaba de su ayuda, comenzó a caminar hacia la sueño. Segundos bastaron para que Mina usara lo último de su poder para moverse con rapidez y tomar al amable acólito como su rehén.

-Un paso hacia mí malditos infelices y verán la columna de este imbécil fuera de su asqueroso cuerpo. – La sonrisa siniestra de la pelinegra regreso a su rostro con gran naturalidad. 

Mientras que Marco, temblaba de pies a cabeza, la demonio que lo apresaba, clavaba sus afiladas uñas en su cuello haciendo finas cortadas que ardían como si le hubiesen quemado con algún tipo de ácido. La cara del pecoso reflejaba un inmenso dolor, que sus mejores amigos no podían ignorar, y que los obligaba a apretar los dientes tan fuerte que las mandíbulas les dolían. Todo para evitar salir corriendo directo al pelinegro y la demonio, que se deleitaba lastimándolo.

-Verán esa perra infeliz ha roto mi daga llave así que necesito otro medio para volver al infierno. Es bastante estúpido que hayan decidido no atacarme por salvar a este escoria débil, no lo entiendo, pero tampoco entiendo a las hormigas, por eso tengo el derecho de aplastarlas.- Mina hablaba con autosuficiencia, mirando con el mayor desprecio a los acólitos que, inmóviles presenciaban al traicionero ser burlarse de ellos. Como si disfrutara las caras de los guerreros presentes, Mina les sonrió antes de continuar su soliloquio.- Creo que divago, lo que quiero decir es que para volver al infierno debo tener mi daga o pagar. Y como la única moneda que conoce el infierno es la sangre, usare a su amigo como sacrificio. Debieron matarme imbe...-

-Te dije que siempre cumplo mis promesas, Mina. - Mikasa cargaba en sus brazos a Marco, que después de lo que dijo la sueño se había desmayado. El cómo había logrado quitarle el acólito a la demonio era un misterio, o al menos eso parecía. La realidad era que Mikasa había usado toda su velocidad para rescatar al aturdido y asustado pelinegro, haciendo imposible para la sueño reaccionar o siquiera notarlo, al igual que para los humanos presentes.

-¡Perra Traidora! ¡Te mataré! Y luego a esos imbéciles humanos, pero antes ...- Mina no pudo terminar la frase pues tan pronto dio un paso en dirección a la súcubo su vientre plano, perfecto a simple vista, se abrió dejando salir todo el contenido.

Un corte profundo, totalmente limpio, atravesaba de extremo a extremo a la sueño. Mikasa no solo había rescatado a Marco con su velocidad, también había herido fatalmente a la sueño, que yacía tirada en el suelo. 

Dejando al desmayado acólito en los brazos de uno de sus compañeros que se acercaba con lágrimas en los ojos, Mikasa se dirigió hacia Mina. Colocando su pie en la cabeza de la demonio caída, procedió a tomarla con ambas manos para luego jalar con fuerza hacia arriba. Hasta que la piel se desgarró, seguida por los músculos, para terminar con un crac del hueso de la columna.

Con la cabeza de Mina separada de su cuerpo, la ojigris la colocó en el piso para luego aplastarla con su bota. Otro crac, y un reguero de sangre, sesos y huesos manchaban, el de por sí mermado, suelo. Todo frente a la mirada atónita de los acólitos que después de asegurarse que Marco estuviera bien, contemplaron la escena mudos.

Mikasa miro el cielo, inmutable, ajeno a la carnicería que acababa de llevar a cabo en contra de uno de los suyos. Seguro que el infierno mandaría más emisarios a asesinar al portador, y después de lo que había hecho, también a ella.

Debía cuidar a Levi Ackerman, así él no lo quisiera. Su existencia dependía de que ella no solo lo vigilara día y noche, sino que se asegurara de que él no se percatara para que no pudiera evitarlo. Suspirando, Mikasa se dispuso a huir, por el momento, no era necesaria su presencia. Luego volvería y se apostaría como centinela del nuevo dueño del alma que amaba.

De pronto, Mikasa sintió el filo agudo de una espada contra su garganta.

-He presenciado todo el espectáculo que nos brindó señorita ¿Mikasa? Bien, eso no importa. Lo importante es que tengo muchas preguntas y usted me va a acompañar para responderlas. O por cierto mi nombre es Erwin Smith, diácono de la Asociación Ackerman, y le doy la bienvenida a nuestra organización. Depende de usted que su estadía sea confortable. -

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora