Mal momento. Mal lugar. Mala idea

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Levi no podía, ni debía y tampoco quería sentir algo por Mikasa. Ella era un demonio, uno peligroso, de esos que él había jurado exterminar. Así que conocía la respuesta a la pregunta que Hanji le había hecho. La conocía mejor que nadie.

-Nada. –

Mentía, Mike y Hanji lo sabían, él único que continuaba aferrado a su versión de los hechos era Levi. Esté, en apariencia inmutable, ni siquiera despegó la mirada de "Alma Blanca", había dejado de pulirla desde la irrupción de sus amigos a la habitación, pero aun la mantenía empuñada como si se aferrara a ella en busca de seguridad.

- ¿Nada? Entonces, ¿Por qué actúas como si lo sintieras todo? –

Touché, Hanji al igual que con las flechas, siempre era certera cuando utilizaba las palabras como arma. Levi sabía que había sido derrotado y su única opción para evitar a toda costa revelar lo que su estúpido corazón había comenzado a sentir era huir.

Levantándose estrepitosamente, Levi guardó a Alma Blanca en la funda que colgaba de su cinto y lanzando una mirada desafiante a sus amigos, que Mike interpretó de inmediato como desastre en potencia, lo obligó a moverse de la puerta muy contra su voluntad. Inmediatamente después, Levi salió de la habitación decidido a demostrarles a sus amigos que se equivocaban. A demostrarse a sí mismo, que se equivocaba. Para eso necesitaba a Nifa.

 Para eso necesitaba a Nifa

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Eren estaba aburrido.

Caminando por los pasillos de la Asociación trataba de distraerse. Marco y Jean no se encontraban en el edificio, pues esa semana les había tocado patrullar las zonas aledañas, junto con otros acólitos de jerarquías menores y llegarían muy probablemente al atardecer.

Eren se había ofrecido para acompañarlos, pero el diácono Pixies le había negado la petición, escudándose en que tenía una labor muy importante para él. Labor que olvidó por completo después de la botella de vino que ingirió en el comedor, donde ahora dormitaba.

Para colmo con Armin no se podía contar por esos días, pues se había vuelto la sombra de la súcubo y Eren se sentía incómodo en presencia de la demonio.

Sabía que su rubio amigo le debía la vida, pero también creía firmemente que ambos habían perdido a personas muy importantes por esos malditos demonios, así que en opinión de Eren, la deuda estaba saldada. Pero, aunque trato de convencer a Armin de esto, él no cedió ni centímetro en lo que se refería a la súcubo.

No podía negar que quizás Armin estuviera cegado por la aparente belleza de la demonio. Él no era ciego y tampoco se engañaba, la tal Mikasa era la fantasía de cualquier hombre. Incluso él mismo trato de inspirarse en ella para saciar sus necesidades físicas, sin embargo, el recuerdo de la otra demonio, la sueño, luego de su transformación mataba todo deseo de hacerlo. Pues Eren estaba convencido que Mikasa era un monstruo igual o peor que la extinta Mina y esa idea lo aterrorizaba, al grado de no dejarlo dormir algunas noches, desde que la súcubo se plantó en la Asociación Ackerman.

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora