Dolor y placer

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Mikasa no podía creer lo que escuchaba. Sabía que lo que había hecho estaba mal, un error. Pero , ahora que Levi lo sabía , parecía que todo el mundo se volvió un lugar hostil, juzgándola. La mirada que le dirigía el acólito era más de lo que podía soportar. Aun sin conocer los pensamientos de aquel, sabía que la despreciaba.

La súcubo no hallaba palabras para explicar, era como si ni siquiera hubieran sido inventadas. Sus ojos grises instintivamente , bajaron la mirada.

– ¿En serio? ¿Te avergüenza? ¿Por qué? Recuerdo que en el gran salón , dijiste que no podíamos juzgarte por los actos cometidos debido a tu naturaleza.

El aliento de Levi al decir estas palabras chocaba con el rostro de Mikasa. Su cercanía en ese instante le parecía simplemente insoportable.

– Vamos, dime, ¿Arlert aun sirve para que yo pueda entrenar? o ¿Su aura ya no será tan fácil de leer?

La sucubo deseo desaparecer y hubiera dado todo por poder hacerlo, pero el agarre del acólito en su brazo era firme. De pronto , los gritos de dos hombres los alertaron y por fin, Levi soltó su agarre, poniéndose en posición de ataque, ignorando por completo a Mikasa, dirigiendo su vista hacia donde había escuchado el clamor por ayuda. 

Los caballos estaban extenuados, resoplando, luchaban por inhalar el suficiente oxígeno para seguir adelante, Marco y Jean, en los lomos de los animales, los instaban a ir al máximo de su velocidad, rogando que aquellos monstruos que habían acabad...

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Los caballos estaban extenuados, resoplando, luchaban por inhalar el suficiente oxígeno para seguir adelante, Marco y Jean, en los lomos de los animales, los instaban a ir al máximo de su velocidad, rogando que aquellos monstruos que habían acabado con el acólito Python y con toda la patrulla de vigilancia no hubieran notado su presencia, y en el caso de que sí y estuvieran tras ellos, que no los alcanzaran.

Era increíble que en un mundo tan aterrador como aquel donde, la muerte parecía esperarlos detrás de cada sombra, hubiera algo como aquellos seres. El miedo atenazaba sus entrañas de manera tan dolorosa que al igual que los equinos, sus jinetes luchaban por respirar. Hilos incontables de sudor frío recorría desde su frente hasta el mentón, donde el aire veloz, hacía volar las gotas que, bien pudieron ser lágrimas de desesperación, pues ambos jóvenes jinetes se sintieron atrapados, ellos eran los cerditos y el lobo, o en este caso lobos, estaban cada vez más cerca.

La acción de mirar atrás para comprobar la posición de aquellas extrañas y espeluznantes bestias les arrebataba la poca calma que habían logrado conservar y pese a todo lo que habían vivido y sobrevivido en este cruel mundo gracias a su valor, esta vez no pudieron encontrar las agallas para girar la cabeza y cerciorarse de la posición de aquellas criaturas. Lo único que les quedaba a los dos jóvenes acólitos era tener fe y esperar lo mejor, mientras seguían espoleando a los caballos para que galoparan a toda la velocidad que sus fornidas patas les permitieran. Lo cual dada la situación casi no hizo falta, pues los animales llenos de instinto sabían que debían huir, pues de ello dependía su supervivencia, así que a Marco y Jean solo les quedaba no soltar las riendas y sujetarse hasta con las uñas, cualquier error implicaría una muerte de pesadilla.

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora