Torbellino

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Gritos que estremecían la habitación desde los cimientos.

El dolor era palpable.

El arrepentimiento y las súplicas eran inútiles ya, pues llegaban a oídos sordos que gozaban con el sufrimiento que infligían.

En el elegante salón, decorado con pinturas de una obscenidad morbosa y esculturas de un realismo aterrador, se hallaban esparcidos una veintena de almohadones de la más fina seda, donde un hombre de apariencia extraordinaria yacía en ellos, como el amo y señor del lugar.

Su cuerpo musculoso, pero no en exceso, hechizaría a cualquiera que lo mirara.

Él sabe lo perfecto que es y deleita a sus siervos paseándose casi desnudo por el lugar.

Brillante cabellera de un inusual color azul eléctrico con ojos salvajes en el mismo tono, coronan el aspecto irreal de aquel ser, sobrenaturalmente hermoso.

Belfegor, señor de la Pereza, se ha sentido muy aburrido desde la partida de Mina Carolina, su preferida, entre todos los Sueños que comanda. Nada extraordinaria en comparación con otros de los demonios a su mando, sin embargo, Mina poseía un talento único que la hacía excepcional.

Mina Carolina era capaz de mantener el enorme miembro del Señor de la Pereza, por completo dentro de su boca, cada que él así lo deseara hasta hacerlo venir, una y otra vez.

Para él, gobernador todopoderoso del quinto círculo del infierno, era un fastidio el haberla mandado al reino del hombre para acabar con los insignificantes nuevos perros de la Asociación Ackerman, sin embargo, una orden era una orden.

Y todo por esas escorias que eran nada para un sueño tan poderoso como lo era Mina, incluso con la atenuante de su inexperiencia.

Quizás el único que podría representar un ligero problema para ella sería el inmundo portador, pero de él se encargaría la traidora sin lugar, esa súcubo sin orgullo. Una verdadera lástima que tan bello ejemplar hubiera sucumbido a un aberrante, asqueroso e imperdonable sentimiento. Y lo peor, por un despreciable e insignificante humano. Belfegor se lamentaba en silencio, debió follarla cuando hubo la oportunidad.

Un desperdicio sin dudas, pero era demasiado agotador pensar en lo que pudo ser y no fue. Lo único que deseaba era el regreso de su agujero favorito al infierno y hacer uso de ella hasta el cansancio.

Lamentablemente para el todopoderoso Belfegor, los minutos se transformaron en horas y las horas en días, pero Mina no regresó.

Y el aburrimiento inicial, se transformó en irritación que poco a poco, conforme el tiempo avanzaba, fue mutando en una ira descomunal.

¿Cómo osaba esa infeliz no volver de inmediato después de terminada su tarea? Ni siquiera había dado señales de vida, ¿Qué acaso no le había quedado claro que su única y verdadera misión, su razón de existir era complacerlo a él, hasta en el más mínimo deseo? ¿Qué tan arrogante y estúpida podía ser la insignificante Mina? No le había dejado claro, en más de una ocasión, lo fácil que era reemplazarla, lo poca cosa que era y que si la apreciaba era solo como a una herramienta excepcionalmente buena en un propósito. 

Era obvio que aniquilar a los acólitos de primera jerarquía debió ser cuestión de minutos y aun con eso la torpe Mina tentaba su suerte no volviendo al infierno al instante. 

Si creía esa absurda demonio que podía dejar esperando al señor de la pereza estaba equivocada.

Había sido un error enviarla en una misión junto a la súcubo traidora, seguramente esa exiliada había lavado el diminuto cerebro de Mina, que inexperta y fácilmente impresionable, se dejó manipular y ahora ambas debían reírse de él a carcajadas.

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora