Bajo ataque II

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Eren estaba confundido, no sabía exactamente qué había sucedido , pero era obvio que algo había pasado frente a sus ojos que por mucho que deseara saber, no alcanzaba a adivinar. Podía ver la figura del acólito Ackerman alejarse a toda velocidad y, esa imponente silueta que tanto admiraba, ahora caminando rápidamente en dirección contraria a él, parecía huir. Incluso podría decir que era una sombra, la más triste que hubiera presenciado.

Aun con ello, se sintió aliviado, pues pese a que todo parecía que no podría salvar esta vez a Armin de su imprudente proceder, lo había logrado, ese rubio bobo nunca sabría lo cerca que estuvo de una catástrofe.

Cuando Eren por fin pudo exhalar todo el aire que había contenido, el acólito Ackerman giró sobre sí mismo y corrió a toda velocidad, acercándose nuevamente a él. Y a diferencia de escasos segundos antes, cuando su cara parecía descompuesta y a punto de derrumbarse, ahora la mirada que le dirigía le podía decir sin palabras que estaban en peligro. Un enorme y aterrador peligro.

-¡¡Jaeger, da la voz de alarma!! ¡¡El infierno nos ataca!!

Eren ni siquiera preguntó por más información, de inmediato corrió como enajenado hacia las atalayas para sonar la alarma. Sabía que Levi nunca se equivocaba en detectar una amenaza y ahora era obvio por su expresión aterrada y furiosa que lo que les había enviado el infierno era terrible.

Habían pasado 222 años después de haber sido maldita por haberse enamorado de un humano

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Habían pasado 222 años después de haber sido maldita por haberse enamorado de un humano. Más de dos siglos de haber sido la causante de perder al único ser que la había hecho sentir amor y luego de su ausencia, una honda e infinita desolación. 222 años de una existencia vacía y dolorosa donde nada podía aliviar la desesperación constante en la que vivía. En todo ese tiempo  solo habia experimentado una vez la sensacion que ahora recorria su  cuerpo. 

Mikasa tenía miedo, su interior apretándose, rogando por ayuda, que sabía, nadie le proporcionaría.

Armin intuitivo como siempre, lo notó al instante, los ojos de la mujer que tenía enfrente, que solo segundos atrás devoraban su boca con exuberante pasión, ahora reflejaban un temor inconmensurable; y aunque el rubio pensó que nada podría apartarlo de Mikasa en esos instantes de lujuria, resultó que esa mirada descolocada, ausente y llena de hondo terror , lo hicieron.

Recuerdos tristes y muy dolorosos, que había guardado en un lugar inaccesible de su memoria, llegaron como en torrente, golpeando como un yunque a Armin.

La última mirada que le dirigió su madre, esos ojos iguales a los suyos le suplicaban que huyera, mientras ella se colocaba junto al amor de su vida para protegerlo, su arma, un sartén de hierro poco efectivo contra el enemigo. Su padre armado unicamente con una hoz de campo, balanceandola de un lado a otro, acertando una de cada diez veces en esos demonios amarillos. Esos demonios que, en cada descuido le arrancaban un pedazo de carne devorándolo al instante. Extenuados, heridos y aterrados, ninguno de sus progenitores se movió ni un centímetro, evitando que sus verdugos llegaran hasta él. Sintiéndose la peor basura del mundo, Armin corrió con todas sus fuerzas dejando la casa que había sido su amoroso hogar atrás. Sin embargo, aunque se alejaba a toda la velocidad que sus piernas le permitían, su mirada siempre estuvo fija en sus padres, aun cuando esto lo hacía chocar una y otra vez con otros desesperados que también huían de aquel pandemonio. 

Lo último que vio de su adorada madre, fue una sonrisa tranquila, al verlo alejarse de ese escenario de muerte, y luego como un tumulto de demonios se arremolinaba para devorarla.

Un grito desde lo más hondo de sus entrañas desgarró su garganta, girando sobre sí mismo, comenzaba la carrera de vuelta, pues la locura y el odio se había apoderado de él. Sin embargo, no avanzó ni dos pasos cuando tropezó con alguien, cayendo inmediatamente de rodillas.

El obstáculo que le había impedido regresar a tratar de vengar a sus padres o dar la vida por ellos, era ni más ni menos que su mejor amigo Eren, o la sombra de aquel niño intrépido y risueño, que lo lideraba para vivir pequeñas aventuras. Pues en esas orbes verdes todo rastro de esperanza había sido borrado y miraba, sin parpadear, al frente.

Al girar la vista, Armin pudo ver la casa Jaeger y el tiempo se detuvo. Lo que una vez fue una hermosa fachada blanca con jardineras al frente, llenas de flores y un rústico, pero elegante letrero de médico en el frente, ahora era una visión del mismo infierno.

La cabeza aún unida a la espina dorsal del doctor Jaeger, padre de Eren, había sido clavada en la fachada del sitio y a su lado, su esposa, Karla Jaeger, tambien clavada por el pecho, colgaba inerte, salvo por su amable rostro, todo su cuerpo había sido desprovisto de piel, manando un torrente de sangre que cubría la fachada principal. Dentro, a través de la puerta abierta se veía demonios verdes danzando, uno de ellos llevaba la piel de la madre de Eren como si fuera un abrigo. Mientras que otros, jugaban con lo que eran las piernas del doctor Jaeger.

Armin creyó que podría enloquecer, y al nuevamente mirar a su mejor amigo, noto una herida profunda en el brazo. La desesperación y el miedo se adueñó de él, lo había perdido todo, no podía perder a la única persona que aún le quedaba. Tomando a Eren del brazo, jalándolo como si fuera un bulto, corrió hacia el bosque que colindaba con su pueblo natal, corrió y corrió, incluso cuando sus piernas parecía que se romperían del dolor , aun cuando Eren se desplomó y tuvo que cargarlo en su espalda, siguió corriendo.

Mikasa con una solo mirada le hizo recordar todas esas emociones tortuosas que él siempre trató de mantener a raya, ocultas en su subconsciente, solo libres en sus pesadillas.

Mikasa lo notó, cómo esa aura antes de un brillante tono rosado, se apagaba en una especie de degradé, volviéndose casi blanca. La libido de Armin simplemente se esfumó.

Con movimientos de una rapidez sobrehumana, Mikasa colocó su uniforme en orden, mientras Armin quien había empezado a temblar, hacía lo mismo de manera torpe.

–¿Qué sucede Acólito Mikasa?- La voz del rubio salió apenas como un suspiro contenido, pues sabía que no deseaba conocer la respuesta a la pregunta que acababa de formular. Pero, el recuerdo de sus padres, de los padres de su mejor amigo y de su pueblo natal, cayeron pesados encima de sus hombros. Así que aunque Armin no deseaba saber, debía saber.

–Nos atacan.- La frase de Mikasa aunque escueta, contenía una fuerza abrumadora, que hizo que Armin se sintiera enfermo.

–Esta vez el infierno de verdad nos quiere muertos.

La voz vino de la puerta de la Asociación. Mikasa la reconoció de inmediato, era Levi. Su cruel y bienamado Levi.

–Acólito Arlert, la voz de alarma ha sido dada. Que todos los miembros sin excepción se preparen. Si vamos a caer, lo haremos con honor.

–...

— Exacto, está vez ni la demonio a su lado nos podrá salvar.

Armin aún temblaba, pero sus piernas ajenas a este hecho recordaron lo que debían hacer. Corriendo hacia la puerta de la Asociación, la cabellera del rubio se perdió en las entrañas del edificio.

Mikasa no se atrevió a contradecir a Levi, ella sabía que si sus suposiciones estaban en lo correcto, esas auras malignas moviéndose a toda velocidad hacia la Asociación no podían ser otras que las mascotas de Belfegor, los sabuesos de Baal.

Sumida en su desesperación de lo que debía hacer para poder salvar a todos los acólitos del edificio, Mikasa no notó cuando Levi se acercó a ella, para luego tomarla del brazo. El movimiento no era violento, pero la energía que emanaba del hombre, sí.

–¿Te divertiste con Arlert, Mikasa?

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora