Como viniera haciendo desde algunos días, Kyogre emergió desde la profundidad y se acercó a la orilla de la isla en donde ahora habitaba el poderoso pokemon de tierra. Le vio desde lejos, a varios metros de la orilla, dando la espalda al mar y sentado junto a un helecho grande que había florecido. Con una mirada, el enorme pez pudo comprobar que había otros iguales por toda la isla, grandes y pequeños, y millones de diminutos brotecitos verdes habían florecido por doquier. Realmente el trabajo de ese pokemon estaba rindiendo frutos, y muy rápido.
— ¡Groudon!—llamó Kyogre desde el agua, feliz de volver a verle.
El aludido dio un leve respingo al escucharle. Al instante siguiente pretendió que no había escuchado nada y se hizo el desentendido. Kyogre lo intentó de nuevo, pero el otro no respondió ni volvió la cabeza. El pokemon azul frunció el ceño: sabía que no estaban a tanta distancia como para que Groudon no le escuchara, por lo que a su tercer intento y notando como el pokemon rojo se fingía distraído jugando con el helecho, el gran pez terminó de comprender que el otro simplemente quería ignorarle.
—Oh, vamos… ¿estás molesto por lo de ayer, verdad?
Groudon nuevamente no prestó atención. Kyogre soltó un bufido como un gran chorro de agua por la abertura en su cabeza y se sintió apenado.
—Lo siento mucho— dijo, disculpándose—, no fue mi intención dejarte parado hablando solo…
— ¡Oh, Seguro que fue un accidente!—ironizó el mayor, diciendo algo al fin.
—Ah…claro que no fue un accidente…—el pokemon cerró los ojos y negó con la cabeza—Bueno, está bien: sí lo hice a propósito, pero no con la intención de dejarte hablando solo. Fue…por otra razón.
— ¿Qué razón?—exigió saber Groudon, mirando seriamente por sobre el hombro.
Ante esta pregunta, Kyogre se sonrojó sin querer. Se hundió levemente para intentar esconder el bochorno, aunque a esa distancia era difícil que se le notara.
—N-no podría explicarte…
—Si no fue por algo importante, entonces tus disculpas no le sirven a nadie—sentenció el pokemon rojo, volviendo la cabeza otra vez y picando el helecho con su garra, como si aquello fuera lo más entretenido de hacer en el planeta.
Kyogre se lo pensó: no estaba dispuesto a decirle al otro que estaba sintiendo…cosas extrañas y difíciles de entender, y además que estaban relacionadas con él. Necesitaba algo más de tiempo para poder aclararse a sí mismo esa parte. Sin embargo y si no le daba una buena razón a Groudon para haberlo dejado así como así en medio de una conversación, no conseguiría nada por parte del pokemon. Igualmente no se atrevía a mentirle: su honor como una de las primeras creaciones le impedía mentir, pero no significaba que no pudiera esconder la verdad temporalmente.
—Mira…—dijo en tono sumiso y tratando de conseguir algo de comprensión—no puedo explicarte bien por qué te dejé ayer, porque ni yo estoy muy seguro de la razón…pero te puedo prometer que no fue por molestarte ni querer ofenderte. Fue un…impulso desacertado—dijo, para llamarlo de algún modo—, no volverá a pasar.
Groudon se volvió a verlo con el ceño fruncido. No estaba del todo convencido. Kyogre sonrió al ver su cara taimada y se impulsó hasta dejar su pesado cuerpo azul sobre la arena.
—Discúlpame—dijo.
El otro frunció el ceño todavía más, casi apretando enteramente los ojos amarillos bajo la coraza rojiza. Su gesto gracioso divirtió aún más al menor, quien no pudo evitar reírse un poco.
—Anda—volvió a pedir, notando que Groudon se estaba haciendo de rogar—, di que me perdonas.
El pokemon de tierra movió la mandíbula inferior, como denotando que el otro todavía no se estaba esforzando lo suficiente. Obviamente en este punto ya no estaba molesto y solo estaba tomándole el pelo al pokemon azul. Kyogre le siguió el juego, feliz de que el otro le hubiera disculpado, aunque fuera silenciosamente.
—Puedo estar aquí todo el día.
—Está bien—soltó el mayor sin más.
Se levantó y caminó pesadamente hasta la orilla. Se sentó a un lado de Kyogre, bostezó y luego se estiró un poco. Se hizo un largo silencio en el que solo se escuchaba el sonido de las olas en la lejanía. Groudon no era muy conversador y Kyogre se sentía algo cortado, por lo que no sabía muy bien qué decirle. Las otras veces la conversación fluía por sí sola, o Groudon estaba haciendo algo que hacía saltar dudas en el pokemon azul, pero ahora solo eran dos enormes criaturas echadas una al lado de la otra en una isla desierta en medio del mar, con todo el silencio del universo sobre ellos y la eternidad por delante para conversar.
—Debes querer mucho a las criaturas del mar—dijo Groudon de pronto y rompiendo el silencio.
Kyogre levantó la cabeza para verle: el pokemon miraba distraídamente el cielo claro de aquel día. Le pareció extraño su comentario.
— ¿Por qué lo dices?
—Eres alguien de carácter muy manso; diría que amigable. Para haberte enfurecido de aquella manera esa vez en que nos conocimos…realmente debió dolerte lo que le hicieron a los seres del mar.
—Así es—sentenció el pez.
— ¿Por qué les tienes un sentimiento de apego tan grande?—preguntó el otro, mirándole hacia abajo— ¿Es porque vives en el océano con ellos? ¿Por qué eres parte de ellos?
—Yo no soy parte de ellos—respondió Kyogre, sorprendido en parte de que el otro no lo supiera—. Ellos son parte de mí. Yo soy el océano. Ellos viven conmigo y en mí. Yo ayudé a crearlos y los mantengo con vida. Me fueron entregados desde el principio de la creación. Es normal que sienta amor por quienes están a mi cuidado.
Estas palabras sorprendieron mucho a Groudon. El pokemon rojo se quedó viendo fijamente al pez abajo, quien le sostenía la mirada. Nunca había escuchado a nadie hablar así en años, aunque su convicción y la autoridad con la que hablaba le hacían pensar en él mismo, en su hermano Rayquaza y en el creador…
— ¿Qué eres…el océano?—preguntó, mientras algo extraño e inexplicable se removía en su interior.
Kyogre asintió sin apartar su mirada intensa de la de él.
—Yo hice los mares hace miles de años, y todas las criaturas que el creador me cedió están bajo mi cuidado en mis aguas. No es solo mi responsabilidad: ellos me pertenecen, los amo y debo cuidarlos.
En este punto, Groudon cerró con fuerza los ojos y volvió la cabeza. Se llevó una mano a la frente mientras algo pujaba en lo más hondo de su memoria por querer salir. Algo que él no podía identificar, y que dentro de su mente no tenía forma, ni color, ni sonido. Esta vez fue él quien se levantó y se apartó un poco del otro. Kyogre le observó extrañado de su reacción.
— ¿Qué ocurre?—quiso saber.
El pokemon rojo negó y abrió los ojos otra vez. Luego inspiró profundamente el aire salino y soltó:
—Así que… ¿conoces al creador?
—Sí…
—Qué raro—soltó el otro con cierto aire irónico— yo también.—
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Canción de las olas (KyogrexGroudon)
FanficEsta historia está parcialmente basada en el génesis de pokémon (y los juegos), que pueden leer en Wikidex. Así mismo, están modificados algunos eventos de este génesis canónico tanto en orden como en hechos, pero sigue siendo bastante similar al or...