Capítulo 4

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Al día siguiente y con un abrasador sol de verano sobre sus cabezas, los dos pokemon seguían en donde habían anclado la noche anterior. Groudon estaba extenuado y no tenía intenciones de despertarse. Pero Kyogre lo necesitaba despierto y con urgencia.

—Groudon...Groudon!— le llamó, tratando de moverlo —despierta...

El aludido refunfuñó algo incomprensible y siguió durmiendo. Kyogre lo intentó de nuevo, como venía haciendo desde la mañana.

—Groudon...levántate por favor...— llamaba el pokemon pez, tratando de zafarse del poderoso brazo del otro
—me estás matando...

Al escuchar esto, el pokemon de tierra abrió levemente los ojos, bajó la cabeza y vio que bajo su brazo izquierdo el pokemon azul estaba atrapado, tratando de hacer un vano intento por regresar al mar. Su piel estaba dañada por el sol que había recibido en las primeras horas, las más calurosas.

—¡Rayos!— soltó Groudon, levantándose rápidamente y liberando al otro de su gran peso.

Se puso en frente de él y con ambas manos lo empujó de regreso al agua. Kyogre se sumergió enteramente, agradeciendo a los cielos por el agua fría sobre su cuerpo dañado y probablemente enrojecido. Se quedó allí casi un minuto completo, hasta que se sintió mejor y asomó la cabeza a la superficie.

Groudon observaba el trabajo del día anterior: la isla era muy grande y tendría suficiente espacio para moverse. Su superficie era de tierra y arena, y la había levantado desde los lechos marinos a varios kilómetros de profundidad, por lo que traía algunos corales y conchas. Movió la cabeza de derecha a izquierda, pensando, haciendo una imagen mental de cómo quería su nuevo hogar y luego se puso a trabajar. Kyogre lo observó en silencio y sorprendido de que el otro no dejara su trabajo. Él por el contrario, era muy perezoso. En sus dos patas, el pokemon de tierra encendió el fuego interno de su cuerpo y echó a caminar, mientras desde las grandes grietas de su coraza caían minerales calientes, polvo, ceniza y nutrientes que crecían de forma natural en su piel y que se le adherían además por vivir bajo tierra. Recorrió la isla entera mientas el pokemon pez le seguía desde el agua. Era callado y metódico para sus cosas.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó Kyogre al cabo de un rato y sin poder responderse.

—Nutro el suelo— respondió el otro a secas.

—¿Para qué?

—Para que cuando llueva la tierra comience a florecer. Aunque...— dijo, al tiempo que se detenía para descansar y miraba el cielo tan claro y despejado, sin la menor nube avistándose en la distancia —no creo que con este clima consiga lluvia hasta dentro de mucho tiempo...—

—Yo puedo ayudarte— dijo el pez, sonriendo y mostrándose entusiasmado.

Groudon lo miró hacia abajo con gesto serio.

—No me sirve el agua salada...

Kyogre soltó un chasquido y entornó los ojos.

—Ya lo sé. Hablaba de hacer llover.

—¿Puedes hacerlo?— preguntó el otro muy sorprendido.

El pokemon azul asintió. Groudon lo siguió viendo con gesto ceñudo.

—¿Qué?— quiso saber el atacado.

Canción de las olas (KyogrexGroudon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora