Capítulo 14

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Vanesa mantuvo su expresión tolerante, a pesar de que estaba tentada a acompañar a Mónica a la puerta y no volver nunca más. Mónica era diferente de cualquier mujer que hubiera conocido, y Vanesa quería saber más sobre ella, a pesar de que se daba cuenta de que no debía involucrarse aún más de lo que ya estaba. Rara vez le hacía preguntas a una mujer que la hiciera abrirse como ella lo acababa de hacer. Por lo general no le importaba lo que estaba pasando dentro de la cabeza de ellas.

Pero algo en la forma en que Mónica la estaba mirando, una vulnerabilidad que antes no estaba allí, le daba ganas de hacer aún más preguntas de ese tipo y quedarse. Eso y el hecho de que la necesitaba para cerrar el trato con Joaquín. Ese pensamiento la alteró, así que lo empujó a la parte posterior de su mente.

Lo que había comenzado como una noche obligatoria se había convertido en una que no estaba lista para terminar.

- ¿Por qué no me invitas a entrar, preparas unos cafés, y me cuentas todo sobre ello? - Mónica ya había divulgado la historia básica la noche que se conocieron, pero Vanesa sabía que había más que eso en ello.

Mónica estudió los ojos oscuros de Vanesa, en busca de lo que había detrás de su petición. Otras mujeres con las que había compartido la situación en relación con Jesús se habían ido y nunca regresado. Era como si ella fuera la asesina. Nadie podía entender su situación y su devoción por su hermano. Nadie se interpondría nunca entre ella y Jesús, lo que era una sentencia de muerte para cualquier relación.

- Si te cuento, es probable que no me quieras a tu alrededor. - dudaba de que Vanesa se acordara mucho acerca de lo que le había revelado acerca de Jesús la noche en que tomaron un café.

- ¿Por qué? ¿Fuiste cómplice y te atraparon?

- Algunas personas podrían verlo así.

- Déjame juzgar eso. Vamos, se está poniendo frío aquí fuera. - Vanesa se deslizó fuera del asiento del conductor y se apresuró hacia la puerta del acompañante. Ayudó a Mónica a salir del coche y juntas subieron hasta su piso.

- Aquí, permíteme. - ofreció Vanesa. La mano de Mónica estaba temblando y las llaves tintineaban cuando se las entregó. Tomó tanto las llaves como los dedos de Mónica. - Está bien. 

No tenía ni idea de por qué había hecho esto, y no tenía ni idea de lo que estaba pasando en su vida o si quería ser parte de ella. Pero Mónica la necesitaba en ese momento, y bueno, ella necesitaba a Mónica.

Una vez servido el café, Mónica se sentó en el sillón y ubicó a Vanesa en el sofá, separadas por la estrecha mesa de café. Mónica necesitaba tomar distancia, nunca se había abierto tanto, tan rápidamente, a una mujer. Sentía la tensión del dinero y de Jesús, y después de esta noche, rodeada de la riqueza, la bondad y la generosidad que Jimena le había dado, se sentía abrumada.

- ¿Por qué no comienzas por el principio? - preguntó Vanesa mientras se sentaba pacientemente frente a ella.

Mónica tomó una respiración profunda, sopesando sus opciones. Había avanzado demasiado como para simplemente decir "Olvídalo" y pedirle que se fuera. ¿O podía hacerlo? Podía hacer eso, pero luego nunca la volvería a ver. A pesar de que Vanesa podía irse, tenía que decirle. Podía irse por lo que tenía que decir o porque no dijera nada en absoluto. Pero ¿por qué estaba aquí si planeaba simplemente irse? Fácilmente podría haberle dicho buenas noches en el coche y haberse ido. Pero no lo hizo. Le había tomado la mano, la hizo mirarla a los ojos, y le preguntó. Y diez minutos más tarde, todavía estaba sentada en el salón de su casa esperando a que ella hablara.

Todos estos pensamientos y mil más se agolpaban en el cerebro de Mónica como una avalancha.

- Jesús es mi hermano mayor, mi único hermano. - se corrigió a sí misma, y las palabras comenzaron a fluir y no se habrían detenido aún si hubiera querido que lo hicieran. Cuarenta y cinco minutos más tarde, se sentó y tomó una respiración profunda, purificadora. Sus manos se mantenían estables, sus nervios en calma, y su anticipación de lo que Vanesa diría o haría a continuación colgaba sobre su cabeza como una lámpara de araña. No tuvo que esperar mucho tiempo.

- ¿Por qué crees que eres la culpable de todo esto? - Vanesa no era psiquiatra ni mucho menos, pero aún ella sabía que Mónica había tomado más responsabilidad por lo sucedido esa noche y con Jesús de lo que debería.

- No me siento responsable de ser atacada. - disparó de nuevo Mónica, a la defensiva. 

Vanesa se mantuvo en calma y mantuvo su voz pareja. - Eso no es lo que dije. Te pregunté por qué estás asumiendo la culpa. Esos dos hombres interrumpieron en tu casa. Ellos te atacaron y fue tu hermano quien los detuvo. ¿Por qué la responsabilidad por las acciones de esos hombres cae sobre tus hombros?

Mónica saltó de la silla. - No me siento responsable por los hombres que me atacaron. Ellos lo hicieron. Decidieron tratar de matarme. A diferencia de lo que me hicieron a mí, nadie tenía una pistola en su cabeza obligándolos a que hicieran algo. - su cuerpo de inundó de calor y estaba al borde de un ataque de ansiedad. Había reaccionado así por meses después del ataque cada vez que pensaba en ello. Tomó unas cuantas respiraciones tranquilizantes.

- ¿Y por qué no dices lo mismo de Jesús? Por lo que me has dicho, es un hombre hecho y derecho, capaz de tomar sus propias decisiones. Él hizo la elección por ser quien es. ¿Crees que hubiera decidido de forma diferente si alguien más hubiera estado en tus zapatos?

Mónica comenzó a contestarle a Vanesa, pero se detuvo. Ella no estaba juzgándola. No estaba tratando de decirle que lo que estaba sintiendo era ridículo, al igual que la mayoría de personas con las que había compartido su historia. Simplemente estaba haciéndole preguntas que nadie le había hecho nunca antes. O si lo hubieran hecho, la experiencia hubiera estado todavía demasiado cruda en su mente como para que pensara con claridad. Vanesa estaba tratando de entender, no de juzgar.

- No - este entendimiento disipó una capa de culpa de su alma - Él habría hecho lo mismo por un completo desconocido en la calle.

Siempre se sentiría culpable de estar disfrutando de la vida mientras él estaba encerrado en una jaula. La culpa no era lo que la llevaba a luchar por su libertad, lo había porque amaba a su hermano, que había sido injustamente acusado y condenado por acciones que no había tenido más remedio que cometer. 

Vanesa vio a Mónica luchar por controlar las emociones que bailaban en su rostro. No ocultaba bien sus sentimientos y parecía hacérsele aún más difícil cuando estaba molesta. Primero tenía una mirada vacía, seguida por un ceño fruncido y a continuación una expresión que sugería aceptación.

- ¿Por qué estás dudando acerca de este fin de semana?

Mónica cruzó la habitación, pero esta vez se sentó en el sofá junto a ella. - Supongo que tengo dificultades para disfrutar, eso es todo - respondió tímidamente. 

Vanesa entrelazó sus manos, y segundos después, sin ser plenamente consciente de ello, se encontró a sí misma abrazada a Mónica, en una lucha por ver quién trasmitía más calma a quien. Sus brazos se sentían cálidos, de esos a los que quieres volver cuando tienes un mal día y necesitas de algo que te haga volar un poquito lejos, o de esos que son capaces de traerte a tierra firme con un simple roce. Se sentían seguros.

Pero Mónica parecía casi derrotada, y por mucho que Vanesa quería quedarse, sabía que no era lo más inteligente. Sería lo suficientemente difícil distanciarse de Mónica después de este fin de semana. No necesitaba añadir más complicaciones y lazos de un vínculo emocional a la mezcla.

Vanesa se levantó y tiró de Mónica para que se pusiera de pie.

- Por mucho que lo odie, mejor me voy a casa. Has pasado por mucho esta noche, y no quiero hacer algo que podrías lamentar en la mañana.

Sostuvo la mano de Mónica mientras caminaban hacia la puerta, que crujió cuando la abrió. De pie en el umbral, tomó sus dos manos calientes y las imaginó en su cuerpo. Luchó contra su libido, que estaba gritándole que volviera al interior. En su lugar, le dio un beso en la mejilla. 

- Te llamaré después de recibir los detalles de Joaquín. - Vanesa se dio cuenta de que había asumido, si no obligado a Mónica, para que fuera con ella a las Islas Baleares. Sintió un remordimiento de conciencia, pero de inmediato empujó al intruso de su mente. Al igual que su hermano, Mónica no era una niña pequeña, era capaz de tomar sus propias decisiones.



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