Capítulo 3

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El ritmo de la música asaltó a Vanesa tan pronto como dio un paso desde su coche. Apenas pudo oír el canto de la alarma del coche por encima del bajo, y se tuvo que dar la vuelta para ver las luces parpadear en su BMW para convencerse de que el coche estaba seguro. Uno de sus coches había sido robado en este parking y no quería que volviese a suceder. El dinero no le molestaba. Tenía más que suficiente para cubrir lo que el seguro no. El papeleo era el dolor en el culo. Le deslizó un billete de cincuenta al guardia de seguridad, y le agradeció por dejarla estacionar en uno de los lugares codiciados cerca del frente del edificio. Cuando abrió la puerta, los decibelios de la música casi la tiraron al suelo.

Asintió con la cabeza al portero y pagando los diez euros de entrada, Vanesa prácticamente cayó sobre una pareja fundida en un abrazo que, dado en cualquier lugar que no fuera dentro de un bar de lesbianas, sería motivo de arresto. Miró de nuevo y revisó su opinión. Ellas realmente podrías ser arrestadas por lo que estaban haciendo en público. El cosquilleo de excitación que acompañó la escena le recordó que no había tenido sexo en mucho tiempo, y una mirada de barrido alrededor de la sala le dijo que podría muy probablemente rectificar este problema pronto.

Tejió a través de la multitud de mujeres y le pidió a la camarera su bebida habitual. Vanesa había frecuentado el bar desde antes de cumplir la edad legal suficiente. En un viaje de bachiller a México, ella y sus amigos habían comprado identificaciones falsas que le sumaban cuatro años a su edad, lo que les permitía acceder a cualquier bar de la ciudad. El Incógnito fue el primer bar de lesbianas al que había entrado nunca, y siempre recordaría cómo se sintió cuando entró. La visión de las mujeres bailando juntas, besándose, tomadas de la mano, y riéndose fue la mayor afirmación que había visto nunca. El Incógnito siempre sería especial para ella.

Mientras intercambiaba un billete de cinco euros por una botella de Fat Tire, vio justo por encima del hombro izquierdo de la camarera a una mujer sentada sola, quitando la etiqueta de su botella de cerveza. Por lo general Vanesa ni siquiera habría reparado en ella, la experiencia le decía que alguien como ella solía sentarse sola en un bar por una razón, y ella siempre se mantenía alejada. Pero había algo diferente en ella, y después de que Vanesa se escurrió de entre las otras clientas que había amontonadas detrás de ella por su turno en el bar, se trasladó para poder verla con más claridad.

Apoyándose contra la pared, Vanesa bebió la cerveza, mirando a la mujer hacer lo mismo. Después de unos minutos cambió su botella vacía por una llena, evaluando de manera sutil a la mujer como si la estuviera juzgando para algún tipo de concurso. Nada acerca de ella era especial. Aún desde el otro lado de la sala, Vanesa sospechaba que su pelo hasta los hombros, castaño y ondulado era suave y espeso. Las mangas de su camisa azul real estaban arremangadas hasta los codos, y a Vanesa le gustó el modo informal y poco pretencioso en que había prescindido de ellas, a diferencia de los puños perfectamente doblados de la mujer que estaba sentada a dos sillas a su izquierda. Los brazos de la mujer solitaria estaban un tanto bronceados y revelaban manos libres de anillos. El único tipo visible de joyas que Vanesa vio era un macizo reloj que la mujer no dejaba de mirar cada pocos minutos. Estaba esperando a alguien o disidiendo si irse a casa.

Una punzada atrapó el estómago de Vanesa cuando una impresionante morena se acercó a la mujer. Vanesa sabía, por el lenguaje corporal de la intrusa, que estaba a la caza de algo más que conversación y observó interesada mientras la mujer era cortés pero firmemente rechazada. Vanesa se sintió aliviada pero no estaba segura por qué.

Una mujer golpeó a Vanesa, arrastrando su atención lejos de la mujer de regreso a la razón principal por la que estaba allí. Escaneó a la multitud que había crecido en tamaño en los últimos quince minutos, proporcionándole una amplia variedad entre las que elegir. La pelirroja que había notado cuando llegó parecía particularmente interesante, al igual que la que se veía como Angelina Jolie jugando al billar. Saludó con la cabeza a una mujer con la que había estado alguna que otra vez y que definitivamente sabía qué hacer con su boca además de argumentar un caso ante la corte suprema del Estado. Sin embargo, su mirada continuaba desviándose de nuevo a la mujer en el bar, y cuando Vanesa miró esta vez, ella estaba pagando su cuenta, al parecer a punto de irse. 

Antes de que Vanesa se diera cuenta de lo que estaba haciendo, había cruzado la barra y se puso a su lado.


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