El camino hacia Estremera simbolizaba el aislamiento de la prisión misma. Mónica podía ver por kilómetros en todas direcciones, pero la única manera de llegar a ninguna parte era permanecer en la carretera larga y recta que parecía no terminar nunca. El viaje hasta allí duraba por lo general una hora y minutos, y ella había hecho este viaje tantas veces que prácticamente había memorizado cada señal de tráfico.
Le temía a estas visitas con su hermano. Su corazón le dolía cuando lo veían consumiéndose en un lugar tan frío y duro, donde el odio crecía día a día. Era evidente que trataba de ocultar los detalles de su existencia en estrecha proximidad con ocho mil hombres, con nada más que tiempo para matar, y en ocasiones a ellos mismos, pero tenía que hacer algo. Jesús era su único hermano. Él la había salvado de un ataque vicioso y posiblemente de algo peor. Siempre se iba triste y enojada. Se sentía deprimida hasta dos o tres días después, y justo cuando empezaba a sentirse mejor, se ponía de nuevo en camino a Estremera. De cierta forma estaba atrapada como Jesús, pero no había absolutamente ninguna comparación.
Mónica entró en el amplio estacionamiento, en un lugar en primera fila. El aparcamiento, por lo general, estaba lleno cuando llegaba , pero hoy era viernes, y obviamente no era un día de gran volumen de visitas.
Firmó su nombre tres veces, mostró su identificación cuatro veces, registraron su bolso en dos ocasiones, y se sentó finalmente en un taburete duro y redondo atornillado al suelo. El grueso cristal que la separaba de su hermano estaba rayado, y varias personas habían tallado sus iniciales en el mostrador, cerca de donde ahora descansaban sus manos.
El asiento a su izquierda estaba vacío, pero una mujer con un trasero demasiado grande para el taburete se sentó a su derecho. A pesar de que estaba prácticamente gritando al teléfono que tenía en su mano, Mónica apenas podía entender lo que estaba diciendo. Algo sobre su "lamentable trasero" y su necesidad de conseguir un trabajo mientras él estaba sentado durante todo el día jugando a las cartas y hablando. Mónica se preguntó por qué el hombre al otro lado del cristal incluso accedía a verla si todo lo que hacía era tirarle mierda. Sospechaba que si se negaba estaría hundido aún más profundo en la mierda cuando saliera.
Jesús entró con una mirada expectante en su rostro, y se sentó con cautela en el taburete frente a ella. Su pelo negro había sido cortado corto y su tez estaba más pálida que una semana atrás. Cogió el teléfono que colgaba en la gruesa división que daba una falsa ilusión de privacidad. El teléfono estaba pegajoso, y trató de no pensar qué germen o fluido estaba tocando.
En su primera visita había sacado una botella de desinfectante para manos de tamaño de viaje de su bolso y limpiado el teléfono que estaba en una condición igualmente desagradable. Jesús inmediatamente le dijo que no volviera a hacerlo de nuevo, ya que le causaría problemas. Los otros presos pensarían que se consideraba superior que los demás, simplemente por sus acciones de higiene, y como ella era su hermana, él se ganaría la misma reputación. Apretó los dientes, pensando en la gran botella de desinfectante que la esperaba en el coche.
- Hey, amigo. - saludó a Jesús usando su apodo.
- Hola, Moni. ¿Qué estás haciendo aquí? - por lo general lo visitaba el sábado, a menos que tuviera alguna noticia con respecto a su apelación.
- ¿No puedo venir a visitar a mi hermano cuando yo quiera?
La voz de Jesús se ablandó un poco y dejó caer sus tristes ojos color marrón. - Tú sabes que no quiero que me veas así.
Él había estado tratando de convencerla de que dejara de visitarlo. Ella siempre lo ignoraba, y oraba para que no le hiciera prometer que no volvería nunca o, peor aún, se negara a entrar en la sala de visitas cuando ella hacía el viaje.
- Jesús, te quiero. Eres mi hermano, y tú estás aquí por mi culpa. - esta era su frase usual.
- Por el amor de Dios, Mónica. ¿Cuándo vas a superar eso? No es tu culpa que esos rateros irrumpieran en tu casa, o que te rompieran la nariz y te golpearan con tanta fuerza que te estallara el tímpano, o que Díaz se golpeara la cabeza en el borde de la mesita de noche y muriera. Tú no tienes la culpa de nada, y ciertamente no eres responsable de mis acciones. ¿Cuántas veces tenemos que tener esta discusión? - su voz se hizo más fuerte a medida que hablaba.
Mónica sabía que Jesús tenía razón, pero algo más que un vidrio reforzado los separaba ahora. Él tenía suficiente basura a la que hacer frente. No necesitaba cargar con su culpa también. Ella agachó la cabeza y encendió su medidor de actitud positiva.
- Tengo una cita mañana por la noche.
Sus ojos poco a poco se iluminaron. Él la había estado acosando para que siguiera adelante con su vida, y su reacción demostró claramente su alegría de que hubiera hecho justamente eso. En visitas anteriores había pensado en mentirle, pero lo respetaba lo suficiente como para no hacerlo.
- Bueno, ya era tiempo. Háblame de ella.
Mónica sonrió al pensar en Vanesa - Es divertida, inteligente y segura sin ser arrogante, y muy educada.
- ¿Y? - preguntó su hermano con una sonrisa pícara.
- Es ardiente. En plan, me refiero a que es realmente caliente. Su cuerpo se ve como si estuviera esculpido en mármol, con todos los músculos correctos y curvas en todos los lugares correctos. Tiene flequillo, hoyuelos cuando sonríe y los ojos más traviesos y bonitos que he visto nunca. - Mónica sintió que se ruborizaba.
- Ahora tía, eso es lo que yo quería saber. - por primera vez en meses, Jesús se echó a reír.
Mónica pasó los siguientes veinte minutos compartiendo su vida con él. Hablaron de la tienda de flores, de su jefe, de Vanesa. De la única cosa de la que no hablaron fue de su caso. Jesús le había dicho que si no tenía alguna buena noticia sobre su curso de apelación, no quería oír nada en absoluto.
Él fue la primera persona a quien le dijo cuando se dio cuenta de que le gustaban las mujeres, y había sido su mayor apoyo desde entonces. Salían juntos y abordaban a las chicas, haciéndose bromas por no tener que competir por la misma. Jesús las prefería rubias y Mónica era más de morenas.
El timbre sonó en su oído, lo que indicaba que tenía sólo cinco minutos antes de que su tiempo hubiera terminado. La política penitenciaria permitía no más de treinta minutos por visita. Después de eso, se cortaba la línea se hubiera terminado la conversación o no.
Marcando el último minuto el timbre volvió a sonar, y le dijo a Jesús lo mucho que le quería y que pensaba en él todos los días. Se comprometió a describir su cita en detalle y le pidió que tuviera cuidado. Acababan de terminar cuando sintió el familiar silencio en la línea. Se sentaron allí por un minuto antes de que el guardia tocara a Jesús en el hombro, indicando que era el momento de que se fuera. Una vez más, mutuo acuerdo, Mónica abandonó la sala primero.
Se las arregló para contener las lágrimas a través del proceso de control de salida, y sólo cuando estuvo en la seguridad de su coche cerrado dejó que se derramaran sobre sus mejillas. Apenas podía soportar el dolor de ver a Jesús en una situación tan horrible. Su padre se había ido cuando Jesús era un niño, y su madre tenía sus propios demonios que soportar. Por momentos se sentía como si fueran ella y su hermano contra el mundo.
A menudo Mónica deseaba haberse "establecido" antes, y tener a alguien en su vida que la ayudara. Tenía un montón de buenos amigos que eran su sistema de soporte, pero no eran lo mismo que una pareja. Alguien que la amara, que estuviera allí para ella, sin importar lo que necesitara. El peso de lo que enfrentaba constantemente la desgastaba, pero Jesús dependía de ella y no lo defraudaría.
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Solo un negocio
De TodoLo que debería haber sido únicamente un tema de negocios se convierte en mucho más cuando dos mujeres acuerdan un trato que cambia sus vidas. Adaptación Vanica, todos los derechos reservados a la autora.