Media hora. Ese era el tiempo que Vanesa creía llevar despierta, pensó varias veces en levantarse, pero la cabeza de Mónica apoyada sobre su pecho desnudo, y su pierna sobre ella, se lo impedían. No sólo físicamente hablando, sino que simplemente no le apetecía dejar esa posición. Sentía que se encontraba en una burbuja, una que sabes que en algún momento explotará, pero de momento, no le apetecía salir de allí. En su lugar, se dedicó a acariciar la espalda desnuda de Mónica, sus dedos sentían comezón por trazas líneas suaves sobre ella, y no iba a negarse la oportunidad.
- Mmmm, buenos días - dijo una Mónica aún con los ojos cerrados, pero que había levantado la cabeza del pecho de Vanesa para ahora esconderse en su cuello.
- Perdona si te he despertado.
- No me molesta - susurró mientras depositaba suaves besos en el cuello que en ese momento era su refugio - Te has quedado.
- No podía permitirme cometer el mismo error dos veces, aunque muero por una taza de café. Anoche acabaste con todas mis fuerzas, Carrillo.
Vanesa sintió como Mónica detenía el recorrido de besos por su cuello para reemplazarlo por una risa tímida.
- Pues nada, vamos a por tu taza de café entonces.
Mónica hizo amago de levantarse pero Vanesa no lo permitió. Tiró de ella, y quedó estirada sobre su cuerpo, mientras no paraba de reír. Vanesa no pudo pensar en otra cosa que no fuera en lo bonita que estaba así, recién despierta, con el pelo alborotado, desnuda sobre ella y riendo. Riendo con esa risa tan bonita. Ahora Mónica la miraba con una mezcla entre ternura y travesura en los ojos, por lo que no pudo resistirse y la tomó de la cintura para luego besarla. Ella no se hizo de rogar, se abrazó a su cuello y así estuvieron por un largo rato. Disfrutándose mutuamente, en una mañana cualquiera donde el mar se oía de fondo, y ellas no podían despegar sus manos de la otra.
El beso se intensificó en algún momento, y terminaron volviéndose loca la una a la otra. Después de perder la cuenta de las veces que hicieron el amor, quedaron acostadas en la cama, exhaustas. Ambas de lado, mirándose a la cara.
- ¿Quieres dormir un rato más? - preguntaba Vanesa, mientras se sorprendía a ella misma viéndose jugar con un mechón del pelo de Mónica.
- Quiero que me cantes algo.
- ¿Que te cante algo?
- Porfi - dijo Mónica, mientras ponía ojos de cachorro triste.
Vanesa nunca cantaba ni tocaba la guitarra delante de otras personas. Era su método para evadirse del mundo, la forma en que expresaba aquello que le molestaba, que le gustaba o cualquier cosa que pasara por su mente. Era su intimidad más preciada, pero cuando Mónica se lo pidió, algo dentro de ella le dijo que podía abrirse con ella. Algo dentro de ella quería compartir esa intimidad con Mónica.
Vanesa se levantó de la cama y sintió, más que vio, la mirada de Mónica sobre ella mientras buscaba su guitarra. Al girarse, la observó apoyada en la cabecera de aquella cama que hacía unas noches era suya, la esperaba con una sonrisa en el rostro, y podría permitirse decir que con cierta ilusión en los ojos.
- Vale, a la espera de tus órdenes estoy, ¿qué quieres que te cante? - preguntó Vanesa mientras se sentaba con su guitarra en su lado de la cama, mientras veía como Mónica se acomodaba para mirarla y escucharla mejor.
- Algo tuyo.
- ¿Segura que no quieres alguna de Paolo Nutini, Rocío Jurado, o algún otro?
- Segurísima.
Con todas las dudas y emoción que en ese momento le cabían en el cuerpo a Vanesa, decidió cantar unas estrofas que había escrito el día anterior en uno de sus arranques de inspiración.
"A un palmo de ti me muevo hoy
y sé que va a costarme
a un palmo de una sin razónUn paso más y otro gira
la noria de estas dos suicidas
a veces me comprendo y otras no..."
Mónica la observaba fascinada, detrás de esa faceta fría y a veces un poco borde que Vanesa se esforzaba en mostrar, se encontraba una Vanesa sensible y sutil, que conseguía erizar los vellos de la piel cuando habría la boca para cantar.
"A un palmo de tu cuello estoy
y sé que va a dolerte
a un palmo del desastre soy...Qué fácil fue perder la calma
cien huracanes me acompañan
si quemas ya, ya te soplo yo..."
Vanesa no despegaba sus ojos de los de Mónica, en ese momento deseó poder leer su mente para saber qué estaba pensando sobre lo que estaba cantando, si sentiría que estaba hablando de ellas, de sus sentimientos hacia ella. De la calma que le trasmite, y también de la manera única que tiene para hacer que la vuelva a perder. Que verdaderamente cien huracanes, o más, la acompañaban y que tenía miedo de que ambas estén en esa noria como dos suicidas. Desnudándose frente la otra, en piel y en alma. Por lo que en el aquí y ahora, no sólo no le importaría soplar si Mónica quemaba, sino que se quemaría con ella.
"Sucederá, tal vez ya fue
y ni si quiera consigo acordarme
tal vez no sé...Sucederá
que llego y te resuelvo con cierto desaire
que olvido las promesas porque pido más
que es esta boca mía la que tiene hambre..."
Mónica no sabía que decir, sabía que la mirada expectante de Vanesa le pedía una respuesta, pero no había palabras para explicar lo que sentía en ese instante. Así que hizo lo único que se vio capaz de hacer, tomó la guitarra de Vanesa, la apoyó en un lugar apartado de la cama y la besó. No fue un beso fuerte, ni intenso, fue todo lo contrario. Fue uno de esos besos que desnuda emociones, tierno, sutil, lento, cargado del sentimiento que afloraba dentro de ella.
Si Mónica tenía la piel erizada al escuchar a Vanesa cantar, ahora era Vanesa quien sintió erizarse cada parte de su cuerpo con el beso tan delicado que le había dado Mónica. Nunca nadie antes la había besado de esa manera. Si se atreviera a admitirlo, podría decir que fue su primer beso real, su primer beso lleno de ¿amor?
Se quedaron mirando a los ojos de la otra durante unos segundos, mientras sonreían, sus sonrisas que mezclaban alegría y temor, alivio y agravio, como cuando corres en la arena caliente de la playa, y no te importa quemarte, porque sabes que al final está el mar esperándote.
De un momento a otro, volvían a estar acostadas, otra vez su cabeza en el pecho de Vanesa, quien la besó en lo alto de ésta y le acariciaba el pelo, mientras Mónica dibujaba formas sin sentido en su pecho y abdomen hasta quedarse dormida.
Vanesa no durmió, prefirió seguir con sus caricias hasta notar la carencia rítmica de la respiración de Mónica, y contra su voluntad, y definitivamente contra la voluntad de su cuerpo que se encontraba tan a gusto junto al de su acompañante, tomó fuerzas y con mucho cuidado salió de la cama intentando no despertar a Mónica. Necesitaba urgentemente esa taza de café, y necesitaba aún más urgentemente ordenar las ideas en su cabeza, que en ese momento era un torbellino amenazando con incentivar su huida lejos de todos los sentimientos que Mónica estaba despertando en ella.
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Solo un negocio
РазноеLo que debería haber sido únicamente un tema de negocios se convierte en mucho más cuando dos mujeres acuerdan un trato que cambia sus vidas. Adaptación Vanica, todos los derechos reservados a la autora.