Capítulo 7

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- No me importa lo que ellos quieren. Soy la propietaria del edificio. Mi voto vale más. - Vanesa cambió su atención desde Ana a la siguiente carpeta en la pila de su escritorio. Estaban revisando la solicitud de arrendamiento de una propiedad que había comprado hacía varios años y recientemente remodelado.

- Vanesa, Le Bec-Fin ha estado en ese lugar por tres generaciones.

- Bueno, ahí tienes otra razón más para que quieran quedarse. - Vanesa cerró la carpeta que contenía la aplicación impresa de la pastelería familiar.

- Vanesa... - dijo Ana, aún a sabiendas que nada podía hacer para cambiar su decisión. 

- Si no quieren cumplir con el requisito de señalización, la respuesta es no. No me importa cuánto tiempo han estado allí, lo que venden, o el número de hijos que están manteniendo. No me importa. Sí me importa la propiedad, cómo se ve, y mi reputación. Más allá de eso, no me importa nada. - espetó Vanesa a Ana.

Esta no era la primera reunión en la que se había impuesto a un inquilino. Sus propiedades tenían una cierta apariencia, y estaba decidida a mantener sus diseños puros.

- ¿Qué pasa con José Antonio Álvarez?

- ¿Qué pasa con él? - Vanesa reconoció el nombre del hombre a quien le había comprado otra propiedad a principios de mes.

- No está contento con el precio de compra.

- ¿Y qué? Firmó los papeles y cobró mi cheque. Si tenía un problema con la venta, no debería haber firmado en un principio.

Álvarez era un caballero en sus ochenta años, era el propietario original de una casa ubicada en una esquina prominente del centro. Su esposa había muerto de repente, y el día en que puso la casa a la venta Vanesa conducía por allí camino a su trabajo. Inmediatamente se detuvo y le hizo una oferta. La había desvalorizado sólo para ver su reacción y luego se obligó a contener su sorpresa cuando él aceptó de inmediato. El precio era mucho menor de lo que valía la propiedad, y se dio cuenta de que podría no ser consciente de lo que había hecho, pero cuando el período de reflexión de siete días requerido pasó, siguió adelante.

- Su nieto está haciendo ruido.

- Es una lástima. Si pensaba que el viejo abuelo tenía sus capacidades disminuidas, debería haber dicho algo al comienzo, no tres semanadas después de que se secara la tinta. - Vanesa levantó la mano para evitar que Ana hablara. 

- Fin de la discusión, Ana. ¿Qué sigue?

El teléfono de Vanesa sonó y Ana respondió, dijo unas pocas palabras antes de pasarle el auricular a Vanesa.

- Es Joaquín Sabina. - dijo, dejando una taza de café negro sobre la mesa y cayendo de nuevo en la silla frente a ella. - Quiere hablar contigo específicamente para confirmar la cena.

Vanesa levantó la vista de la única hoja de papel que había estado leyendo toda la mañana. Sin embargo, no podía recordar ni una palabra de las que había visto, lo que contribuía a su mal humor. Había pasado más de una semana desde que ella y Mónica habían compartido un baile y una taza de café. Se sentía como una eternidad.

Su taza de café se había convertido en tres, y hablaron por una hora más después de que Mónica rechazó su invitación a cenar. Regresaron al coche de Mónica en silencio, y Vanesa había querido besarla al darle las buenas noches. Mónica debió haber leído su mente, porque rápidamente abrió la puerta y se metió dentro.

Vanesa había pensado en Mónica a menudo desde que la vio saliendo del parking. Se sintió decepcionada cuando Mónica no quiso salir a cenar con ella. En realidad, estaba más que decepcionada y sorprendida. Nunca invitaba a mujeres a cenar, y quería pasar más tiempo con Mónica, pero nunca le había rogado a una mujer que estuviera con ella.

En vistas de que Ana no pensaba irse, pulsó un botón en el teléfono.

- Buenos días, señor Sabina. Es Vanesa Martín.

- Sra. Martín, es bueno hablar finalmente con usted. - su voz resonó en la oficina a través del altavoz del teléfono.

- Sí, lo es, y por favor, llámame Vanesa.

- Y tu debes llamarme Joaquín.  Toda esta formalidad no es más que una pérdida de tiempo para un hombre de mi edad.

- Todo lo que he leído y visto de ti, Joaquín, indica que tú eres la imagen de la salud. - Vanesa rodó sus ojos a Ana, quien estaba sonriéndole. 

- Mi esposa está esperando ansiosamente la noche del sábado. A ella le encanta ser anfitriona. Ha invitado a otras pocas parejas, una pequeña fiesta, ya sabes. Espero que no te importe.

Vanesa hizo una mueca. Odiaba estas actuaciones impuestas, pensó que tendría un uno a uno con Joaquín y que sellaría el acuerdo esa noche. Estaba equivocada.

- No, en absoluto. Estoy deseando que llegue también. - dijo mientras lanzaba un clip a Ana, que tenía su mano sobre la boca ahogando una risa por su mentira.

- Bien, bien, Jimena estará tan complacida. ¿Tu asistente te dijo que trajeras a alguien, verdad?

Vanesa detectó un ligero énfasis en la palabra "alguien".

- Sí, lo hizo. Dijo que ¿la cena es a las siete? - Vanesa quería desviar el tema lejos de la todavía no definida cita, pero se dio cuenta de que eso que decía de "en el arte de evitar, soy una experta" no iba a ser tan fácil con Joaquín. 

- En realidad, la cena es a las siete y media, pero todo el mundo va a llegar alrededor de las siete para tomar unas copas. No dudas en venir en cualquier momento... Um, Vanesa... odio preguntar, pero Jimena insistió en que averiguara el nombre de la persona que vendrá contigo. Tarjetas de ubicación o algo así. - dijo vagamente luego de vacilar durante un momento.

Vanesa sintió los ojos de Vanesa en los suyos, probablemente, en alerta máxima por su respuesta. Aún no había determinado a quién invitar y no sabía por qué no había llamado a cualquiera de un gran número de mujeres, por lo que pensó con rapidez una respuesta.

- Mónica. - dijo Vanesa. Sí, Mónica era perfecta. Ella estaba desesperada por un poco de atención, y Vanesa estaba segura de que podía convencerla de que fuera con ella. Ella sería la ideal. Y bueno, también le apetecía mucho volver a verla, pero eso no lo admitiría. 

- Maravilloso. Esperamos verlas a Mónica y a ti la semana que viene, entonces.

Vanesa no le prestó atención a la despedida de Joaquín debido a que ya estaba pensando dos pasos por delante. - Ana, consígueme la dirección de una tienda de flores cerca del Museo del Prado llamada El florista o algo así.

- Pero siempre usas la Floristería Madrid. - replicó ella, poniéndose de pie.

- No necesito pedir flores. Mi cita trabaja allí.


...


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