Capítulo 011

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Miércoles 31 de diciembre, 2008

Gritos me hacen despertar o, mejor dicho, una discusión en la sala de mi casa entre dos personas que optan por decirse las cosas en una tonalidad de voz muy alta.

Tallo mis ojos con el dorso de mis manos y me siento sobre mi cama tanteando con mis manos la misma hasta encontrar la campera que había dejado allí anoche después de haber cenado, nuevamente, con mis amigos. Prácticamente estuvimos juntos todo el día ya que no se fueron ni siquiera después de mi ataque de llanto, Brad hasta se burlaba y, por alguna razón que no entiendo, logró hacerme reír.

Me pongo mis pantuflas azules de Sullivan (también tengo las de Mike) y decido salir de mi habitación para averiguar de qué se trata tanto espamento. Ni siquiera me preocupo en arreglar mi imagen o cepillarme los dientes, creo que eso es lo último en lo que tendría que pensar si es que se está desatando la tercera guerra mundial en mi casa.

Desciendo las escaleras intentando y obligándome a no hacer ruido, no sin antes descubrir de quién se trata y por qué discuten de esa manera. Sé que una de esas personas es mi madre, reconocería su voz en cualquier lado. Me apoyo sobre el barandal de la escalera al darme cuenta quién es la otra persona, ya que me tambaleo a causa de la sorpresa y el mareo.

—Déjame verla, Jen —suplica mirando a mi madre con dolor.

—¿Para qué, William? ¿Para que vuelvas a irte? —inquiere mi mamá con dureza y dolor, también.

—¡Sigue siendo mi hija, Jenna! ¡Tengo derecho!

—¡Lo perdiste cuando decidiste abandonarnos! ¡Abandonarla a ella! ¡A ella que no tiene nada que ver en nuestros problemas!

—Si tan sólo me dejaras hablar —suspira llevándose una mano a su cabello con desesperación—, tengo una explicación, lo juro. Necesito verla, Jen, no puedes... no puedes prohibírmelo.

Siento el corazón a punto de salirse de mi pecho. Mi papá está aquí rogando por una charla conmigo, ¿no es esto todo lo que quise durante este tiempo? ¿Por qué, entonces, no puedo intervenir y decirle a mi mamá que está bien? Siento como si me hubieran clavado algo que me ancla al piso y como si me hubieran puesto pegamento en la boca para no poder hablar.

—No lo hago, Will —habla ella al cabo de unos segundos, más calmada—. Ha visto a Danielle, a tus hijas... No está pasando por un buen momento. Te recomiendo que vuelvas otro día.

—Jen... Por favor.

Aprieto mis ojos con fuerza al igual que mis manos en la baranda y me decido a bajar el último escalón que me resta, captando así la atención de los dos adultos.

—Está bien, mamá —asiento mirándola para confirmarle mis palabras. Trago saliva al desviar mis ojos hacia William Eastwood.

Siento unas inmensas ganas de correr hasta él y abrazarlo. Me bastó aquel simple contacto de miradas para darme cuenta que no me importa en absoluto su ausencia durante estos años, que realmente lo que importa es que después de todos estos años él decidió volver y, lo más importante, es que aún se acuerda de mi, que no se olvidó de mi existencia de un día para el otro como muchas veces lo creí.

Noto que su boca se abre y dice algo que no soy capaz de entender, me encuentro absorta en mis pensamientos analizando cada expresión facial y cada rincón de su cuerpo, de William, de mi padre.

Sus ojos verdes resaltan tal y como sucede en la primavera, la cual estoy deseando que aparezca y que el invierno se vaya, por primera vez, a pesar de recién haber empezado. Aquellos ojos verdes también están fijos en los míos del mismo color, penetrándome, tratando de descifrarme, dejándome sin habla. Y cuando menos me doy cuenta, sonríe. Esa sonrisa se extiende a sus ojos, los cuales brillan como si estuviera orgulloso de mi, como si no existiera otra cosa más maravillosa.

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