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Miércoles 4 de febrero, 2009
Me abrazo a mi misma arrinconándome en una esquina sentada sobre las sábanas que ayer dejó Kristen para mi. Esto cada vez se pone peor y me genera impotencia no poder hacer nada para que la situación se de vuelta y podamos salir ilesas. Ni siquiera llevo un día completo aquí, pero ya me siento terriblemente mal y las ganas de llorar me abrazan a cada segundo, aún más desde lo que ocurrió en la madrugada.
No entiendo cómo es que Emily puede estar durmiendo, se la ve tan tranquila mientras que yo estoy hecha un manojo de nervios. Me siento sucia en todos los sentidos de la palabra, quiero darme una ducha para poder sentirme limpia físicamente, aunque el alma lo tenga ya completamente lleno de basura. Extraño a todos, extraño hasta a mis egocéntricos abuelos que creen que regalándome cosas materiales pueden comprar mi amor.
Jamás imaginé sentir este tipo de dolor, jamás imaginé que algo como esto podría sucederme. Deseo que mi padre entre por aquella puerta oxidada diciendo que nos podemos ir, que ya todo está arreglado, pero sé a la perfección que eso no va a suceder. Él nunca va a llegar, ni siquiera la policía podrá encontrarnos. Un nudo se forma en mi garganta al recordar las palabras de Nancy, nunca nos iremos, Kristen nos condenó para siempre.
Cierro mis ojos con fuerza, permitiendo que las lágrimas se escurran de los mismos. No quiero perder las esperanzas, no quiero convencerme de que nunca vamos a salir de aquí, no quiero darme por vencida, no quiero dejarle la victoria en bandeja a Kristen, no se lo merece, ni siquiera Emily se merece estar pasando por esto. Ella no debería estar aquí, ninguna debería estar aquí. Sin embargo, Emily es la que peor lo está pasando.
Anoche cuando entraron aquellos dos hombres que nos dejaron la cena, ella de inmediato se hizo la dormida, aunque no fue convincente.
—Sabemos que estás despierta, princesita —dijo uno de ellos. Un escalofrío me recorrió por completo al escuchar su voz gruesa—. Es de muy mala educación fingir y mentir.
—Quiero dormir —expresó Emily con voz temblorosa. Noté cómo aferraba sus manos a las sábanas. Ambos rieron como si aquello fuera divertido.
—No has comido —observó el otro. Emily negó con su cabeza—. Qué mal, tendremos que dejarlo para otro momento.
—Aunque... podríamos divertirnos, igual.
—Quiero dormir —repitió en un susurro. No obstante, ninguno de los dos le hizo caso. Mientras uno observaba todo sentado en el piso como indio, el otro se dedicó a pasar sus asquerosas manos sobre el cuerpo desganado de una niña de catorce años. Me levanté de inmediato para quitárselos de encima, pero la cadena me dio el aviso de que no podía moverme.
—Mira quién está despierta y comió —alardeó con una sonrisa el que estaba sentado. Los miré sintiendo el enojo y desesperación aumentar en mi interior.
—Déjenla.
—Claro —rió palmeando el hombro de su amigo—, deja a la niña. Tenemos a otra.
—No me gustan morenas —hizo una mueca volviendo a acariciar el hueco entre los pechos de Emily.
—¡Déjala! —grité con impotencia. El que estaba en el piso se puso de pie acercándose con rapidez hacia mi, tomándome por el mentón con fuerza.
—Tú no vas a gritar, ¿entendido?
—¿O sino qué? —escupí olvidándome del miedo por completo. Sentí sus dedos cerrarse con más fuerza alrededor de mi mentón, acto seguido sentí sus labios causándome repulsión y, por último, me soltó con fuerza. Caí en seco sobre las sábanas y mi cabeza dio de lleno contra la pared.
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Lexie
Teen FictionLexie no está preparada, ni siquiera se imagina, para el giro que va a dar su vida en tan pocos meses. La presencia de una sola persona hace que todo se ponga patas para arriba.