Capítulo 18: El vino

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– ¿Qué dices? Quiero volver a empezar.

– Está bien– le sonríe– Quiero volver a intentarlo.

– Prometo cuidar está nueva...amistad que se está dando– toma un trozo de frutilla y se lo lleva a la boca con chocolate– Mm esto está muy bueno Altagracia– la mira– Vamos, pruébalo.

– Está bien– lo mira y le sonríe– Espero que lo que me dices sea cierto y no me estés tendiendo una trampa...

– Por supuesto que no mujer. Ya nada más de eso.

José Luis toma su tenedor y le da un poco a Altagracia en la boca.

– Está bastante bueno– dice al terminar de tragar.

– Lo está– saca otro trozo y se lo lleva a la boca.

– A ver– ríe y se acerca a él– Te manchaste de chocolate– dice pasando su dedo pulgar por la comisura de los labios del empresario.

– Lo siento, soy un desastre.

– Un poco– ríe y se lleva el dedo con chocolate a la boca.

Eso definitivamente provocó algo en José Luis. La manera en la que no le importó que eso viniera de sus labios, el cómo lo saboreó. Se le estaba haciendo realmente difícil controlar sus deseos por Altagracia.

– ¿Por qué hiciste eso?– dice algo desconcertado.

– Porque estabas manchado– lo mira– Y aún te queda algo ahí– dice mirándole la boca.

– ¿Dónde?

– Aquí...– la doña se acerca lentamente a su boca y pasa lentamente su lengua por los labios de José Luis.

– ¿Aún queda?– dice en voz baja.

– Si...– deja un pequeño beso en la comisura de sus labios.

– Altagracia...

– ¿Mm?

Ella se deja llevar y comienza a besarlo sin importar nada más. Su boca tenía esa mezcla de sabor a chocolate y frutilla, y una suavidad exquisita que le había encantado desde su encuentro en la tarde.

Ambos estaban disfrutando de ese beso apasionado, lento, suave. Ella sostenía su rostro con ambas manos mientras el aprovechaba la instancia para acariciar su pierna. De pronto, el teléfono de José Luis comienza a sonar.

– Contesta– dice apenas soltando la boca del empresario.

– No quiero– la toma de la cintura y la acerca lo que más puede hacia él.

– Puede...ser importante– dice entre besos.

– Está bien– la suelta– pero luego continuamos.

José Luis la suelta y toma su teléfono que se encontraba sobre la mesa. Mira la pantalla y se toma la cabeza al ver quién era.

– Es tu esposo– le muestra la pantalla.

– ¡Dios!– dice al reaccionar.

Si no hubiese sido porque estaban en un restaurante, ella ya estaría sobre sus piernas sin una silla de por medio. Se había dejado llevar como nunca. No se controló ni en lo más mínimo y lo estaba disfrutando.

– Bueno– dice contestando.

José Luis, ¿Cómo están?

– Bien, bien– mira a Altagracia– estábamos cenando en este momento.

Que bien. Oye, ¿Altagracia está bien?

– Si, claro, ella...– la recorre con sus ojos– ella está muy bien.

Infielmente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora