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Siempre que veía a Deuce, procuraba mostrarse calmado y fuerte, pero cada vez era más difícil. Su corazón no lo soportaría por mucho tiempo más, lo sabía muy bien.

Gracias por todo lo que haces por mí, Yuu... —Deuce le dijo débilmente, postrado en cama y envuelto entre mantas. Estaba tan débil que ni siquiera podía ponerse de pie, era apenas una sombra del Deuce que Yuu tanto apreciaba y extrañaba, su piel pálida como un muerto y sus ojos vidriosos—. De verdad, lamento ser una carga para ti.

No eres una carga, eres mi mejor amigo —Le dijo con una leve sonrisa, aguantando con todas sus fuerzas las lágrimas que tan desesperadamente quería dejar fluir. Le rompía el alma en pedazos verlo así, pues lo recordaba tan fuerte y lleno de vida, daría lo que fuese por volver a esos tiempos—. Te pondrás mejor, ya verás, y cuando lo hagas, me cocinarás por un mes entero —Bromeó y soltó una amarga risa, pero era tan falsa, que no tardó en deshacerse en el aire.

Lo haré, lo haré —Contestó mientras tosía.

Ahora come un poco, lo necesitas —Le pidió pasándole un cuenco de "sopa", aunque en realidad, era la misma comida pobre e insípida de siempre: papas hervidas en agua con un poco de sal. En cuanto a él, durante las últimas semanas, sus comidas consistían en las cáscaras de papas que sobraban.

Desde que Deuce enfermó, sus gastos se habían elevado por los cielos. A parte de trabajar en el huerto, había conseguido un trabajo ayudando al panadero del pueblo, pero sin importar cuantos trabajos adquiriera, el dinero jamás era suficiente.

Llegas de trabajar todo el día, solo para cuidar de mí... —Deuce murmuró con tristeza en sus ojos—. Realmente lo lamento, Yuu.

Está bien, no es tu culpa haber enfermado —Respondió, mordiendo su labio inferior para evitar que temblara, y luchando con la familiar sensación de un doloroso nudo formándose en su garganta—. Además, hago todo esto porque quiero.

Con delicadeza, colocó la palma de su mano sobre la frente de su amigo, despeinando sus cabellos suavemente. Al hacerlo, sintió un vacío inmenso en su pecho.

La fiebre había aumentado todavía más.

Iba a quebrarse, pero no iba a hacerlo frente a Deuce, no quería que lo viese así.

Voy a buscar algo, ya vuelvo —Soltó como excusa antes de salir apresuradamente de la habitación.

Tras salir, cerró la puerta cuidadosamente. Caminó fuera de la casa, respiró hondo, e interrumpiendo el silencio tan puro y profundo de la noche, rompió en llanto. Cayó al suelo llorando desesperadamente, sintiendo el frío sereno de la noche erizarle la piel y la tierra húmeda ensuciarle las manos.

No podía seguir perdiendo a sus amigos. Nunca se perdonaría no haber podido ayudar a Ace cuando enfermó gravemente, la culpa lo perseguiría por siempre y no lo dejaría dormir por las noches. A pesar de todos sus esfuerzos, a pesar de todos sus intentos, no pudo evitar que muriera hacía unos meses atrás.

Y ahora, exactamente la misma historia se estaba repitiendo con Deuce.

Otra vez, la misma impotencia, la misma desesperación, el mismo odio hacia sí mismo por ser incapaz de hacer algo.

Era un simple humano, ni siquiera era un cazador, era bajo y débil, no tenía ningún tipo de influencia ni poder, y tampoco tenía el más mínimo rastro de magia.

¿Es que acaso estaba condenado a verlos morir sin ser capaz de hacer nada? Maldecía ser tan, tan inútil.

Y mientras en su pequeña ciudad todos enfermaban y morían como animales, la iglesia se limitaba a hacer la vista gorda, y hablar acerca de su Dios. Le daba tanta rabia ver a los reverendos y monseñores escondidos y completamente ajenos a la situación, resguardados tras las lujosas paredes y los preciosos vitrales de sus catedrales, vestidos en sus despampanantes trajes y luciendo costosas joyas.

Cada que los oía hablar de Dios, cada vez que sus ojos se cruzaban fugazmente con los de ellos durante los sermones, sentía ganas de vomitar. Cada vez que los escuchaba hablar de compasión y amor, sus intestinos se retorcían con asco. 

Apretó los puños con ira, clavándose las uñas en las palmas y haciéndolas sangrar.

Y ahí, con la maldiciente luna como testigo, lo decidió.

Sabía que le dirían que era una completa locura,  pero no lo detendrían.

Le dirían que era un suicidio, pero no le importaba en lo más mínimo. 

No permitiría que nadie más muriese, no mientras su corazón siguiese latiendo en su pecho. 

Estaba harto de la miseria.  

𝘽𝙡𝙤𝙤𝙙𝙮 𝙏𝙚𝙖𝙧𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora