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Como había prometido, lo primero que hizo cuando salió el sol fue tomar sus lujosas ropas e ir al mercado del pueblo. Aunque Deuce tenía que ir a trabajar, eso no le importó en lo absoluto, se negó a despegarse de Yuu y lo acompañó a todos los sitios. 

Una vez más, Yuu atrajo los recelosos ojos de todos los habitantes de la aldea, pudiendo sentir su sospecha y desconfianza. Después de todo, había regresado de la nada, el bosque lo había escupido de vuelta, sano y salvo.

Aun así, no le importaba tanto estando con Deuce, quien se tronaba los nudillos y hacía que cualquiera que los viera mal bajara la mirada al suelo.

Buenos días... —Yuu saludó a Jamil. Ya lo había visto rondando por el pueblo desde hace un tiempo, pero nunca se habían hablado. Sabía que era sirviente de una familia asquerosamente rica, y que de vez en cuando bajaba al pueblo para hacer los recados de su amo. Usualmente venía a recoger cosechas o bienes, o a hablar de negocios con Azul Ashengrotto.

Hmm... ¿Quién eres? —Jamil le miró por algunos instantes, levantando la mirada del inventario que tenía que terminar—. ¿No ves que estoy ocupado?

Quiero vender estos bienes —Dijo, mostrándole las ropas de lujosa tela e impecables zapatos—. ¿A tu amo le interesaría?

Los ojos de Jamil primero se ensancharon con sorpresa, e inmediatamente después se entornaron con sospecha.

¿De dónde sacó alguien como tú algo como esto? —Preguntó con el ceño fruncido—. ¿Lo has robado?

He estado viajando, haciendo algunos negocios... —Contó. No era mentira después de todo—. ¿Qué ofreces a cambio?

6 monedas de plata —Dijo, pensando que estaba hablando con un campesino que no sabía contar hasta 10.

Que sean 10 —Contestó, sabiendo el valor que tenía la mercancía que quería vender. Quizá antes podrían haberlo engañado fácilmente, pero ya no más.

Y entonces, Jamil chasqueó la lengua con molestia.

Trato —Accedió.

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Una vez realizado el intercambio, Yuu contó las monedas con calma, y también las olisqueó un poco.

¿Yuu...? —Deuce le llamó confundido—. ¿Por qué hueles las monedas?

Oh... Para asegurarme de que sean auténticas —Explicó, y recordó cuando Sebek le enseñó ese pequeño truco cuando quiso demostrarle que los cubiertos que usaban en el castillo realmente eran de plata y no imitaciones baratas—. La plata no suele tener olor. Si huele a metal, están intentando estafarnos.

𝘽𝙡𝙤𝙤𝙙𝙮 𝙏𝙚𝙖𝙧𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora