𝟗

495 61 69
                                    

Sus días eran pacíficos. Estaba aprendiendo a leer, podía comer todo lo que quisiera, estaba protegido del frío e incluso le habían regalado algunas ropas.

Y lo único que le pedían a cambio, era que contara historias y contestara sus preguntas.

Era libre de andar por todo el castillo y pasearse a su antojo, pero no se atrevía a poner un pie fuera, ni muchísimo menos a acercarse al muro de espinas que rodeaba todo el castillo.

Era maravilloso, tanto que a veces se iba a dormir con miedo de que todo hubiese sido un sueño, y de despertar de nuevo en su sucia y pequeña casa.

Aunque, era difícil acostumbrarse a tanto espacio, y sobre todas las cosas, a tanto silencio y quietud. El castillo era inmenso, y los pasillos siempre estaban solitarios. Curiosamente, aunque tenía todas las comodidades que podría desear, nunca antes en su vida se había sentido tan solo.

Además, la culpa lo estaba comiendo vivo.

Cuando sentía su estómago lleno, no podía evitar preguntarse si Deuce habría comido ese día.

Cuando sentía el agua caliente en su piel al darse un baño, solo podía pensar en lo genial que sería si Riddle pudiese experimentarlo también.

Cuando una fruta que no conocía aparecía mágicamente sobre la mesa, se imaginaba qué cara pondría Trey al probarla.

No podía evitar pensar en todos a los que había dejado detrás. Mientras él dormía bien arropado y cómodo en un cálido castillo, quizá ellos estaban muertos de frío.

No había ni un solo día ni una sola noche en la que no pensara en ellos.

Y cuando se encontraba en la soledad de su cuarto, mirando el techo mientras intentaba dormir, ya no podía soportarlo más.

En la oscuridad, se cubría el rostro y lo dejaba salir. Lloraba en silencio hasta quedarse dormido. 

Cierta tarde, mientras caminaba hacia la biblioteca, notó un poco de polvo en los pasillos y algunas telarañas en el techo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cierta tarde, mientras caminaba hacia la biblioteca, notó un poco de polvo en los pasillos y algunas telarañas en el techo. Era algo mínimo, pero fue corriendo a buscar una escoba —y le costó bastante conseguir una—. Empezó a barrer el piso y a limpiar las telarañas, desesperado en sentirse un poco útil.

Quería ayudar en algo, quería compensarle de alguna forma al amo del castillo todo lo que había hecho por él.

Aunque fuera en lo más insignificante, aunque sabía que barrer todo el lugar le tomaría un mes entero. Después de todo, sabía que era un débil humano, y no era como si Sebek le permitiera dudarlo siquiera un segundo.

Era un humano sin fuerza física, que no sabía leer, ni contar, ni podía hacer magia.

Quizá el único valor que tenía era barrer y arar el campo, era lo único que sabía hacer.

Llevaba unos minutos en ello, cuando una voz a su espalda lo asustó.

¿Qué haces? —Le preguntó, mirándolo con confusión.

𝘽𝙡𝙤𝙤𝙙𝙮 𝙏𝙚𝙖𝙧𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora