𝟏𝟎

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Sin siquiera darse cuenta, los días sumaron semanas, y las semanas meses.

El pecho de Lilia estaba lleno de orgullo, pues después de tanta dedicación y tiempo, Yuu finalmente podía leer fluidamente. Ahora el humano solía pasarse tardes enteras sentado cómodamente en la inmensa biblioteca, leyendo cualquier libro que sus manos alcanzaran.

Pero, sin duda, sus libros preferidos eran los de medicina. A menudo Sebek lo encontraba leyendo pasada la medianoche, con tan solo la tenue luz de una vela.

¡Humano! —Sebek siempre le gritaría cuando lo encontraba en la biblioteca tan tarde—. ¡Ya lo hemos hablado! ¡Vas a dañarte los ojos leyendo a oscuras! ¡Es hora de dormir!

Las animadas cenas y exquisitos manjares continuaron.

También lo hicieron sus historias sobre el mundo exterior, y las confortables noches, cálido y cubierto en el castillo.

Pero, Malleus no pudo evitar notar algo distinto en el humano que ahora le pertenecía.

Sus ojos ya no chispeaban de la misma forma, su voz se había apagado también.

Así que sumó más libros a la biblioteca, en un intento de corregirlo.

Buscó las frutas que había notado, más le gustaban a Yuu, y empezó a servirlas en todas las comidas.

Incluso hizo crecer con magia algunas flores en el jardín, con la esperanza de que algo de color pudiera ayudar.

Pero nada funcionaba.

Y aunque Yuu nunca se quejaba, no era difícil notar como el humano veía el muro de espinas que rodeaba el castillo. Nunca había intentado escapar, ni siquiera se había atrevido a acercarse a las espinosas hiedras, le tenía demasiado respeto a Malleus y a su acuerdo como para siquiera pensarlo.

Pero, aun así, su corazón siempre dolía al ver aquellas espinas que lo separaban de aquellos que había dejado atrás.

Era lujosa y cómoda, sí, pero no dejaba de ser una jaula. Una jaula dorada en la que voluntariamente se había encerrado a sí mismo, y tirado lejos la llave. 

Yuu —Malleus le llamó. Estaban en el balcón, y la brisa nocturna soplaba suave—. ¿Qué haces aquí de noche? Hay ventisca. 

Estaba pensando... —Le contestó sin siquiera voltear a verlo. Su mirada estaba anclada en el bosque que se perdía en la lejanía—. Es todo.

¿Extrañas tu hogar? —Preguntó directamente. 

Yuu permaneció en silencio por varios segundos, la pregunta lo tomó desapercibido. 

Por supuesto que lo hago... —Respondió finalmente, su voz un poco más apagada que lo usual—. Todos los días.

¿Y exactamente qué extrañas? —Malleus estaba frustrado, pero hizo su mejor esfuerzo por entenderlo—. ¿La hipotermia al dormir? ¿Tu estomago comiéndose a sí mismo? ¿La fiebre tifoidea?

¿Qué? —Yuu volteó a verlo, parecía casi indignado—. ¿De qué estás hablando? Por supuesto que no extraño eso...

¿Entonces? —Insistió viéndolo fijamente—. He hecho todo para que estés cómodo y feliz aquí.

Lo sé... Y tienes mi gratitud —Yuu respiró hondo. Dudó durante algunos segundos, no queriendo disgustar al amo del castillo, pero finalmente confesó—. Extraño a mis amigos... Son mi familia...

Otra vez, silencio.

Tenemos un trato —Malleus le recordó, cortando la quietud del momento—. La carne y la sangre de tu cuerpo me pertenecen. Tu alma también.

𝘽𝙡𝙤𝙤𝙙𝙮 𝙏𝙚𝙖𝙧𝙨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora