Capítulo 10

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La recuperación fue mucho más rápida de lo que Horacio había supuesto. Al día siguiente, despertó temprano y, tras desayunar en lo de Volkov, volvió a su casa. Su jefe le había concedido dos días de reposo, por lo que se mentalizó para unas pequeñas vacaciones. Sin embargo, su ilusión se rompió en cuanto, esa misma tarde, entró un mensaje al celular de Gustabo.

Era Alex, el chico quien les había hecho de puente con los de la meta, informándoles de la hora y lugar donde se encontrarían para que les dieran el dinero recaudado: esa misma noche, en unos viñedos que habían hacia el norte de la isla. No era lo que el chico de cresta tenía planeado para su descanso, pero no permitiría que su hermano fuera solo a encontrarse con esa gente. Juntos habían aceptado trabajar como infiltrados, juntos saldrían de esa. 

- ¿Estás seguro de que puedes con esto?- le preguntó en voz baja Gustabo. Habían estacionado el Audi en la ostentosa entrada del viñedo, y dos hombres vestidos con traje y pistoleras se acercaban a corroborar sus identidades- No vas a desmayarte, ¿verdad?

- ¡Que no, pesao! Estoy bien- refunfuñó Horacio, bajándose del coche con las manos en alto.

Tras ser inspeccionados por los seguratas, les indicaron qué camino tomar para llegar a donde los esperaban. Debían ir a pie, lo cual era algo incómodo, ya que era noche cerrada. Tras recorrer un camino de tierra que cruzaba entre los viñedos, llegaron a la parte trasera de una pequeña mansión. Allí habían dos personas esperándoles: Alex y una muchacha que nunca antes habían visto en su vida.

Horacio observó con cierto recelo a la muchacha. Conway le había enseñado a no fiarse de la gente de buenas a primeras, por lo que intentó memorizar cada detalle de su aspecto: medía alrededor de un metro setenta, piel blanca, cabello castaño claro rapado en el costado izquierdo, un tatuaje cubriéndole el antebrazo derecho. Vestía pantalones y botas militares, una camiseta negra de algodón y una bandana naranja cubría su cuello.

- Buenas- los saludó Gustabo al acercarse-. ¡Menuda casa! Muy humilde. Me gusta- bromeó, señalando la construcción. Sus amplios ventanales ostentaban lo costoso del lugar.

- ¿Le gusta mi morada?- preguntó la chica, sonriéndole de costado. Tenía un curioso acento, que Horacio identificó como italiano.

- Está chula, la verdad- contestó el rubio sin despegar la vista del edificio.

- Mia, éstos son Gustabo y Horacio- se los presentó Alex, señalando respectivamente a cada uno-. Chicos, ella es Mia, contadora de la organización- explicó.

- Un gusto- le dijo Horacio, saludándola con una inclinación de cabeza, al que la chica correspondió.

Gustabo hizo entrega de la suma total del dinero que ganaron vendiendo meta en las calles. Mia, la joven contadora, hizo un conteo rápido de los billetes y, tras hacer un par de anotaciones en su celular, les entregó el treinta por ciento de lo vendido. Quince para cada uno, ese era el trato.

- Veo que les ha ido bastante bien, chicos- comentó Alex, genuinamente sorprendido. Siendo sinceros, ninguno de los dos hermanos pensó que serían capaces de vender todo lo que le habían encargado pero, por suerte o desgracia, los niveles de consumo habían aumentado en la isla.

- Ya ves. Con mi pico de oro y la cara bonita de éste vendemos lo que sea como si de pan caliente se tratara- alardeó Gustabo.

- ¿No tuvieron problemas con otros vendedores o la poli?- quiso saber Mia, haciendo entrega del resto del dinero a uno de los seguratas.

- Unos pringados quisieron asustarnos cerca del Vanilla pero les mostré mi pincho y se cagaron- contestó Horacio con una sonrisa socarrona.

- ¡Merda, Alex!- bufó Mia, fulminando al otro con la mirada- ¿Los mandaste a las calles sin un arma?

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