Capítulo 11

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Lo había intentado de todo. Cada uno de los consejos que le habían aparecido en internet, pero ninguno había funcionado realmente. Es más, alguno hasta había empeorado el asunto. La única solución que le quedaba era tratar de disimularlo con algo de maquillaje, pero hacía un par de meses había gastado lo último que le quedaba y no había vuelto a comprar (y no gastaría nada de sus ahorros por una nimiedad como esa).

Así que, con el hematoma que Mia le había causado días atrás adornando su cuello, Horacio emprendió su camino a la librería. Era una mañana brillante, de esas que te hacen creer que las cosas no irán tan mal después de todo, por lo que pensó que bastaría con una bandana para cubrir la prueba de ese encuentro fugaz. El accesorio desentonaba con el resto de su outfit (deportivo casual) y con el calor de ese día, pero de algo serviría.

El día transcurrió tranquilo. Le gustaba estar en la librería solo, tomándose su tiempo para desempolvar cada estantería y ordenarlas. Estar rodeado de tantas historias impresas le traía algo de paz, algo difícil de conseguir trabajando como infiltrado en una mafia.

Mientras acomodaba los ejemplares sobre la mesa de novedades, recapituló lo sucedido en el viñedo. Mia lo había intimidado de entrada, mas nunca se le hubiera ocurrido que lo acorralaría de aquella forma. Todas las chicas con las que había estado pretendían, al final, que fuera él quien tomara las riendas del asunto. ¿Sería eso, acaso, lo que lo había hecho reaccionar así al final? Negando en silencio, reconoció que esa no era la causa de su enojo. Al menos, no así planteado. Haciendo un poco de memoria, recordó que la última mujer que se le había acercado de aquella forma, tan demandante y desinteresada por sus propios deseos, desoyendo su pedido de alto, había sido Elizabeth, la vampiro que casi lo mata. Mia no era de su tipo, era tan humana como él, pero la actitud de ella se asemejaba más a la de Elizabeth que a la de cualquier otra persona que él conociera.

Sin embargo, el miedo no había sido el único motor de su repentino arranque de furia. También estaba el hecho de que Mia lo había marcado sobre el mismo punto donde Volkov lo había mordido con anterioridad. Ahora era capaz de reconocer que aquello lo había hecho sentir sumamente culpable; como si el dueño de esa parte de su cuerpo fuera el ruso, Horacio se encargaba de que nadie más lo tocara allí.

El celular vibrando en su bolsillo trasero lo sacó de sus cavilaciones. Se atragantó con su propia saliva al ver que era un mensaje de su jefe. Quería saber si seguía en Súzdal para hablar con él. Con una repentina oleada de calor recorriendo su cuerpo, Horacio le respondió que todavía estaba en la librería. Que lo esperaba.

Los minutos transcurrieron muy lento. Casi nunca se veían tan temprano, menos aún con el sol brillando tan claro sobre sus cabezas. A diferencia de lo que casi toda la literatura fantástica proponía, los vampiros no se desintegraban a la luz del sol, pero sí su piel sufría daños a largo plazo que sólo se solucionaban consumiendo más sangre.

Por eso mismo, Horacio no se sorprendió al ver a Volkov bajar de su deportivo vistiendo una gabardina con el cuello vuelto hacia arriba, lentes de sol y guantes de cuero enfundando sus manos. El chico no pudo evitar soltar un suspiro frente a semejante imagen. Si quisiera, podría dedicarse al modelaje profesional. Estaba seguro que en cuestión de meses, sería una de las figuras más cotizadas de las pasarelas.

- Privet, Horacio. Buenos días- lo saludó con una sonrisa nada más entrar al local. Estaba de muy buen humor, algo nada habitual en él-. ¿Le importaría si bajo las cortinas?

- No, no. Lo ayudo- respondió.

Sólo cuando las cortinas estuvieron bajas y la penumbra se adueñó del local, Volkov se quitó los lentes de sol y los guantes.

- Disculpe que lo retenga aquí a estas horas, Horacio. Quería hablar con usted antes de que se fuera a casa- comenzó a explicar el ruso. Horacio simplemente asintió, alentándolo a continuar-. ¿Cómo ha estado? Luego del otro día, me refiero.

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