Capítulo 12

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Cumpliendo con su deber, el sábado a la tarde Horacio y Gustabo asistieron a la reunión que la mafia había concretado con otro grupo. Por lo que pudieron escuchar y ver de reojo, se trataba de una compra de materia prima necesaria para fabricar meta.

Se habían reunido en un galpón abandonado al norte de la isla. Desde donde estaban, podían oír las olas romper contra los acantilados. El calor comenzaba a hacerse presente en la zona, por lo que Horacio traspiraba a mares debajo de su máscara. Mia era la encargada de llevar el intercambio. Se habían presentado cinco sujetos de cada bando. Al menos eso había contado el joven, a quien habían mandado a hacer perímetro alrededor del galpón. Los de la otra organización iban vestidos casi en su totalidad de azul, anotó mentalmente.

Todo se dio acorde a lo planeado, por lo que no tuvieron necesidad de mandarle una señal de alerta a Conway ni de disparar sus armas. Aún así, la sensación de estar atrapado en la boca del lobo continuaba acechando a Horacio, incluso cuando subieron a la furgoneta junto al resto y hubieron conducido varios kilómetros sin nadie siguiéndoles. Sospechaba que su estado se debía a que Mia no paraba de lanzarle miradas coquetas o buscar cualquier excusa para tocarlo. Recordaba haberle prometido acompañarla con un vino espumante si esa misión salía bien, pero era lo que menos le apetecía en ese momento.

Tratando parecer casual, sacó su móvil y le pidió a Gustabo que, en cuanto llegaran a la casa en el viñedo, se inventara alguna excusa para que pudieran irse lo más rápido posible. Después de todo, su pico de oro los había sacado de incontables situaciones peligrosas. Esta vez debería ser pan comido.

- ¿Por qué tan serio, Horacio?- canturreó Mia a su oreja. Iba sentada en el asiento detrás del suyo, dando pataditas al asiento del de cresta cada tanto, intentando captar su atención en vano.

- Nada, nada. Estoy bien- mintió el chico, desviando su vista a la ventana.

- Lo hiciste excelente hoy, amore- lo felicitó, masajeándole los hombros. Horacio se tensó al sentir su tacto-. ¿Qué pasa? ¿El trabajo te tiene agotado?

- ¿Esto? No, ¡qué va!- le restó importancia.

- Me refiero a... Debes tener otro trabajo a parte de dealer, ¿no?- sus manos se quedaron quietas un segundo. "Está atenta", razonó en un segundo Horacio.

- Pues no, la verdad. Tampoco lo necesito. Estoy bien así- mintió, encogiéndose de hombros y alejándose de las manos de la chica.

- Es que Horacio y yo venimos de barrios humildes, señorita- intervino Gustabo, regalándole una fingida sonrisa-. No necesitamos mucho para ser felices.

- Ya veo- respondió ella de mala gana antes de volver a su lugar.

Al llegar al viñedo (tras dar innumerable cantidad de vueltas para despistar a cualquier persona que pudiera estar siguiéndoles), los dos jóvenes tuvieron que devolver sus armas. Les pagaron en efectivo por su ayuda de esa tarde. Siempre era efectivo, nada de cuentas bancarias o cosas que quedaran registradas en el sistema.

- Tengo preparado el vino que te prometí, Horacio- canturreó Mia, ya libre del pasamontañas que había usado esa tarde.

- Eh... Ah, eso, cierto- tartamudeó el chico, mirando de reojo a Gustabo.

El rubio asintió disimuladamente. Fingiendo una cara de preocupación digna de un Oscar, e interrumpiendo la animada conversación que mantenía con Alex, se alejó de su lado con el celular en mano. Se lo llevó a la oreja, como si lo estuvieran llamando, y comenzó su monólogo:

- ¡Abuela! ¿Qué pasa? Sí, que estamos bien, es que Horacio... ¡¿Cómo?!- gritó, captando la atención de todos los presentes- ¡¿Cómo que te caíste de las escaleras?! ¡Quédate quieta, abuela! ¡Quieta! Vamos en camino- se giró hacia el de cresta y le hizo señas para que lo siguiera. Sin prestarle atención a las preguntas que Alex le formulaba, Gustabo se encaminó hacia el Audi con las llaves en la mano- ¡Horacio, apura, hostias! No, no, no es contigo. Es que el otro no me hace caso...

Donante [VOLKACIO AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora