Capítulo 3

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Horacio pensó que la muerte sería mucho más cómoda, más cálida, más... acogedora. Escuchaba, amortiguado por el manto del sueño, conversaciones lejanas, y un pitido que se pronunciaba cada cierto tiempo. Se revolvió en lo que consideraba una suave nube en la que reposaba (porque, a su criterio, él debía de estar en el cielo y no abajo, ya que había sido buena persona... O, al menos, la mayor parte del tiempo lo había sido). ¿Qué tan alto estaría como para ni siquiera sentir una brisa revolver su cresta?

Sentía el peso de una manta sobre su cuerpo, pero no era suficiente como para mantenerlo caliente. Además, su cuello molestaba, picaba. También sentía como algo rodeándolo, ahogándolo. De golpe, todos los recuerdos de la vampiro atacándolo volvieron a su mente, y se incorporó rápido, casi cayendo de la cama en la que estaba.

- ¡Horacio, tranquilo!- escuchó gritar a Gustabo junto a él.

Parpadeó rápidamente para acostumbrarse a la penumbra de la habitación en la que estaba. Suspiró aliviado al darse cuenta que no estaba ni en el cielo, ni en la casa de Elizabeth, pero no bajó la guardia. ¿Dónde estaba? ¿Por qué Gustabo estaba ahí?

- Menuda siesta, ¿eh, cabrón?- se rio Gustabo- Anda, acuéstate otra vez que se te van a enredar los cables sino- le indicó, tomándolo del hombro y ejerciendo una leve presión para que volviera a recostarse.

Con los ojos abiertos de par en par, y un gesto de clara confusión pintada en el rostro, Horacio volvió a acostarse. La molestia alrededor de su cuello continuaba, pero tenía miedo de hablar. ¿Qué tal si la vampiro le había rajado hasta las cuerdas vocales? Porque, hasta donde podía recordar, ella lo había mordido más de dos veces y en distintas zonas.

Desesperado, tomó una de las manos de su hermano para llamar su atención, y lo miró a los ojos. Necesitaba explicaciones, y el único que podía dárselas en ese momento era él.

- ¿Qué te pasa?- preguntó extrañado el rubio. Por su tono de voz parecía molesto, pero las suaves caricias que depositaba sobre el dorso de su mano le indicaban lo contrario-. ¡Joder, Horacio, que si no me hablas, no me voy a enterar qué te pasa!

El de cresta carraspeó suavemente, temeroso a sentir algún tipo de dolor. Por suerte, no sintió nada extraño, sólo la sequedad de su boca.

- Pensaba que me habían rajado las cuerdas vocales, joder...- murmuró Horacio, soltando un suspiro de alivio- ¿Qué ha pasao?

- Pues lo que te dije que pasaría: que un chupasangre casi te mata- le reprochó a media voz-. De no ser porque el viejo llegó con su escuadrón suicida, la hubieras palmado.

- ¿Cómo que "escuadrón suicida"?- preguntó. Sus recuerdos estaban hechos un lío, y que Gustabo hablara en clave no lo ayudaba en nada.

Se acomodó en la cama del hospital, y giró la cabeza buscando algo que beber; sentía su boca y labios resecos. Sólo entonces se fijó en las vías intravenosas unidas a sus brazos. Sintió desfallecer al ver la intravenosa llena de sangre, y la bolsa a la que estaba unida. ¿Cuánta habría perdido?

- Resulta ser que el Supervergardiente tiene un equipo de puros chupasangres con los que trabaja en casos como estos- le explicó Gustabo. Le soltó la mano para, acto seguido, estirarse cual largo era sobre la silla en la que estaba sentado. Mirándolo con picardía, agregó:-. Al parecer uno de sus vampiros te conoce, porque no paraba de llamarte por tu nombre. Es más, fue él quien detuvo el sangrado.

Horacio abrió los ojos como platos. El único vampiro que conocía su nombre era Volkov. Pero él era dueño de una librería, ¿no? Eso era lo que le había dicho. No era poli. Ni siquiera estaba seguro de que los vampiros pudieran ser policías. ¿O le había estado mintiendo todo ese tiempo?

Donante [VOLKACIO AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora