Capítulo 5

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Para la noche del sábado, me puse un vestido en color azulón de Max, que me quedaba demasiado ajustado del pecho. <<Así ligarás>>, me decía. Para aplacar la bajada de temperatura me echó un precioso mantón de manila en tono blanco por los hombros. Nada más llegar al local del amigo de Gus, unos hombres nos sacaron inmediatamente a bailar. A las tres de la madrugada estábamos agotadas y con los pies destrozados.

—Creo que es hora de tomarse una copa de algo. ¿Os apetece, niñas? —nos preguntó Gus. Asentidnos, agotadas y derrengadas de tanto baile. Gus y Daniel se levantaron, quedando Gwen, Max y yo solas en las sillas.

—Dios... el juanete del pie derecho me va a explotar —se quejó Max.

—Calla... que la tirilla del tanga, me está dando una noche fina —reí yo.

Pero de pronto Max murmuró:

—No me lo puedo creer, la madre que lo parió...

— ¿Qué pasa?

Con gesto risueño Max exigió con rapidez:

— ¡Sonríe! ¡Sonríe!

— ¡¿Cómo?!

—Dientes... dientes, ¡pero ya!

Rápidamente me calcé una de mis maravillosas sonrisas pero volví a preguntar:

— ¿Me puedes decir qué narices pasa?

—Uis, Livy. No mires para la puerta. El impresentable de Axel acaba de llegar agarrado del brazo de una churri de lo más barriobajero.

«Mi ex, ¿aquí?» pensé volviéndome hacia la puerta. Y casi grito cuando le ví saludando a uno de los amigos de Gus.

—La madre que lo parió —dijo Gus uniéndose a ellas con cuatro copas. Daniel se había quedado en la barra hablando con unos amigos. — ¿Habéis visto quién ha llegado con un grupo de cutrosos?

—Sí, hijo sí —asintió Max con gesto grave.

Yo, volviéndome con gesto de horror miré a mis amigos.

— ¿Por qué? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Qué hace él aquí?

—Uis nena, está claro. Aprovecharse de los contactos que hizo cuando estaba contigo. Gracias a ello le han dejado pasar a este local, ¡será caradura!

—...de momento no te ha visto. Pero no creo que tarde mucho —susurró Max—. Si se acerca a ti, por favor, dale una patada donde más duele o se la daré yo. Te lo juro.

Eso me hizo reír. Diez minutos después reía con mis amigos mientras la música y el calor del local hacía que todos los asistentes bailaran y bebieran como cosacos.

— ¡Te acabas de beber mi JB! —acusó Gus.

—Lo sé... lo sé, pero es que lo necesito —dije, disculpándome.

— ¡Ehhhh, Livy nuestra canción! ¿Vamos a bailar? —gritó Max muerta de risa. Sonaba la canción “Señorita” de Justin Timberlake y como locas comenzamos a mover el esqueleto junto a dos morenazos de muy buen ver que nos sacaron a bailar.

Y para colmo mi ex no me quitaba ojo. Estaba tan guapo como siempre y aunque una parte de mí deseó correr hacia él, ni me moví. Ese impresentable me la volvería a jugar como ya había hecho en otras ocasiones.

—Ni le mires, que te ha visto —murmuró Max.

—Sí, ya me he dado cuenta —asentí –Pero para mí ya sabes que está más muerto que Michael Jackson. Por lo tanto, muerto y enterrado.

No se lo digas a nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora