UNO

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La guerra se podía oler por todas partes, mientras que el viejo cajón gastado arrastrado por caballos viajaba por la barrosas calles, dentro llevaba a unas seis personas, entre ellas el pequeño hijo de una campesina, el cual veía las alargadas caras de sus acompañantes, no entendía nada de lo que sucedía pero algo le hacia temblar de miedo, su madre lo abrazaba de forma protectora por la espalda haciendo que el pequeño apenas y se relajara un poco. El olor a suciedad de las personas, la tierra humedecida de sangre y los cuerpos inertes de más de seis días que se había librado la ultima contienda, hacían la estancia en esa apretada caja un sufrimiento. Por fuera solo se escuchaba el chirrido de las viejas ruedas y los quejidos de los caballos. Así, durante más de dos semanas fue su trayecto, eran inmigrantes del reino de Kim, quien estaba a nada de exterminar a la familia de los Do, quienes habían corrido desde el primer aviso al reino de los Min. 


Mas de trescientos años después, un pequeño nacía un doce de enero, bendiciendo enormemente a sus padres, un omega de piel pálida y oscuro cabello, a pesar de ser un recién nacido, estaba completamente oscura su cabeza. Su madre lloraba de la felicidad mientras su padre lo mecía en sus brazos esperando a que el menor dejara de llorar. Este atendió los movimientos y se dejo llevar por el sueño, sus padres estaban más que felices y con gran amor, miraban al pequeño. Un omega hermoso. 

—Soy tan feliz, mi vida, me has hecho tan feliz...—sonrió el rey aturdido besando a su mujer, la cual al roce volvió a llorar. —Estamos muy bien ahora.—sentenció el robusto hombre. Fuera el rio rugía debido a la cantidad de agua que poseía debido a la tormenta de la noche anterior. Su majestad dejo al pequeño junto a su madre y sonrió, mirando fuera al hermoso y escandaloso rio. Volvió a sonreír.—Mi felicidad... Mi pequeño KyungSoo...

La reina sonrió del mismo modo. —Nuestro, nuestro...—y también cedió al sueño que tanto esfuerzo le provoco. Al fin del día, el único despierto era el rey, quien sonriendo a la luna, mientras el rio de susurraba, se daba cuenta de que era el mas afortunado. 

Dos días después, se presento al pequeño bebé ante el pueblo, el cual festejo al igual que los reyes, su nacimiento, pues hacia mucho tiempo, un omega como primogénito era signo de prosperidad y amor en el reino, un símbolo de buena suerte. Mientras que no muy lejos, a dos semanas de ahí, un pequeño alfa concebido a través de la intimación castigada, nacía. 

—¡Desaste de él ahora mismo!—sentenció el rey asqueado al ver a su "Mujer" con aquel bulto en sus manos. El rey desolado lloraba. Se le había perdonado la vida por una sola razón, el reino de los Kim ya estaba muy manchado por su historia como para dejar que esto los carcomiera aun mas, sin embargo, las cosas en aquel reino seguían siendo llevadas bajo la manga de manera antigua y grotesca. Los Kim, a pesar de sus esfuerzos por ser vistos de buena manera, seguían bajo la atenta mirada del pueblo, quien al no ver como omega al primogénito de ninguno de los Kim, temían porque la guerra volviera a ellos, sin embargo, aquello no duro más, pues tres años después de aquella traición, el rey anuncio como primogénito a un omega. 

Aquella noticia llego al pueblo y se difundió por los reinos cercanos como una ola en la playa, aquello fue recibido por todos como una buena señal de que al fin se habían acabado los conflictos con aquel reino, y fue celebrado por todos, menos por los reyes, quienes ante el pueblo y demás actuaban, pero entre ellos se conocía la verdadera historia. 

—JongIn, como te extraño mi pequeño...—chillaba el rey, mirando fijamente a la luna, esperando que su bebe si estuviera bien cuidado y amado por aquella mujer que acepto aquel deber, para su esposo el pequeño estaba muerto, incluso le intento hacer una lapida en la que hiciera creer al otro rey que el cuerpo de su primer hijo descansaba, pero no era de ese modo, pues el menor seguía vivo, y solo esperaba el día adecuado para darle lo que le pertenecía, no solo el reino, si no su apellido también. Aquel segundo hijo le causaba tanto asco, como el primero a su esposo. Subió a su alcoba, mañana irían reino de los Do, al cual le debían bastante, y estaban dispuestos a pagarlo solo por verse mejor y tener mejores relaciones con reinos más allá de aquel país, pues los Do tenían las relaciones que les convenían mas debido a su cercanía, y solo tenían que pedir disculpas. 

—¿Dónde estabas?—cuestiono su esposo al verlo llegar, el se tenso un poco, sin embargo respondió lo obvio. 

—Lo sabes...—dijo seco, dirigiéndose a la cuna de su hijo, el cual dormía tranquilamente. Su esposo se acerco de inmediato.

—No te le acerques, no dejare que le hagas nada.—gruño. El respiro hondo y asintió.

—Jamás sería capaz de matar a mi hijo, no de nuevo.





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