20. De finales y tinta

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[—Adrien ¿Qué te pasa mi pequeño?— preguntó su madre con dulzura acariciando la mejilla del rubio.

—No me gusta Inglaterra.— respondió un tanto triste.— Los niños aquí son muy raros, me dijeron que hablo muy feo; no sé si lo hago mal, hago lo que puedo.— la mujer lo invitó a sentarse a un lado suyo, él no hablaba mal el inglés ya que era el idioma que había acostumbrado a hablar dentro de casa, sin embargo debido a que su infancia fue en Francia, estaba bastante acostumbrado al acento francés, y aunque su acento no era demasiado obvio, los niños a veces podían ser crueles.— Quiero regresar a Paris.— se sinceró.

—Hey, aún no podemos regresar, todavía tenemos nuestro diario de aventuras de Bristol para completar.— Adrien torció una mueca a pesar de que su mamá intentó animarlo.

—Ni siquiera lo vamos a completarlo, tú me vas a abandonar.— la miró con un poco de resentimiento. No es que no quisiera a su madre, pero verla en cama, con esa piel pálida y esos labios púrpuras le frustrab, justamente porque así sentía todo: sólo habían ido a Bristol a que su familia muriera.

—M-Mi niño.— tartamudeó sorprendida pero el infante ni siquiera le regresó la mirada. La mujer soltó un suspiro.— Prometo que antes de que me vaya completaremos nuestro libro de historias.— el niño negó y se levantó.

—¿Cómo lo vas a hacer si siempre estás en cama?— replicó apretando los labios. Emilie soltó una suave risa.

—Eso es lo que vuelve especial a estos diarios, siempre se terminan completando mientras permanezcas a lado de alguien a quien amas.]

Cuando era una niña había pensado en cómo sería su boda. Seguro sería con un parisino, lo conocería con el atardecer rozando sus pies mientras él le regalaba una rosa; no sería adinerado pero vivirían felices, una vida simple, una pequeña casa. Gastaría sus ahorros en un hermoso vestido para esa fiesta y después lo atesoraría; sería un evento en compañía de sus amigos y familia, teniendo de frente al hombre que ella había elegido amar por toda la vida.

Incluso después de haberse ido a Bristol pensaba así, jamás se hubiera imaginado que terminaría casándose acá: alejada de cualquiera que conociera, con unas profundas ganas de llorar y tener que vivir el resto de sus días atada a un adinerado inglés que odiaba.

Ni siquiera le había enviado una carta a sus padres, no hallaba la manera fácil de explicarles todo.

—Mi hijo tenía razón: para ser una baja campesina tienes rasgos delicados.— decía la señora Roth mientras Marinette era picada con alfileres y se le ajustaba el corsé lo más que se podía.— Y además tú no causas problemas como la niña Bourgeois; sólo un par de clases de etiqueta y serás la esposa ideal.— "esposa ideal", seguro, se moría por serlo.— Pero tienes los pechos pequeños y eres delgada, espero que resistas los partos.— ahora empezaba a entender porqué Xavier salió tan insoportable, su madre era una mujer asquerosa.

Pero ni siquiera valía la pena pelear. Entre menos palabras dijera, más soportable sería su estancia en la mansión Roth

—Es callada, eso habla de que será una buena mujer, Cecile.— dijo una de las tías de Xavier a su madre.

—Lo sé, pero mírala, tiene un rostro demacrado. Hasta casi siento pena por mi hijo.— respondió Cecile como si ella misma no estuviera presente.

Prefirió enfocarse a lo que veía en aquel espejo: ella usando un vestido de lo más fino, entallando su cintura, con delicados bordes que acentuaban más el subir y bajar de su respiración. Tenía más maquillaje del que le hubiera gustado, sin embargo nada lucía bien con esa mirada triste que traía, por más que intentaba sonreír esa parte no la podía disimular.

Entre tinta y telas // AdrinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora