Epílogo: De nómadas y telas

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Querida madre:

Te escribo ansiosa de recibirte nuevamente acá en Bristol, mi esposo se me ha adelantado y ya anda haciendo un gran banquete para cuando ustedes lleguen; te he mandado dinero que gané con mi última línea de ropa para que ustedes no tengan que gastar ni un sólo centavo y el pequeño Hugo ha estado practicando una canción con el violín que papá le regaló para presentárselas cuando los vea. Los extraño y espero verlos pronto.

—Los ama, Marinette

Volvió a reposar la pluma cerca del tintero y dejó la hoja secar mientras en su rostro había una pequeña sonrisa.

—¿Te he dicho que te ves muy bien escribiendo?— la voz de su esposo se hizo presente en su habitación, pero antes de que pudiera regresar a verlo él la envolvió entre sus brazos y sintió como un cálido beso era depositado en su cabellera.— También te he visto escribir mucho en el diario últimamente.— dijo aún sumergido en la fragancia que expedía aquella azabache.

—Bueno, es que no quedan más hojas, así que creo que tendrás que conseguir otro diario para nuestras aventuras en Bristol.— los besos de Adrien se volvían cada vez más frenéticos, más ansiosos; era como un niño sediento de amor y atención, y se volvía bastante insistente hasta conseguirlo.

Y a ella no le molestaba, en lo absoluto.

—¿No le habíamos prometido a Hugo que lo llevaríamos hoy al pueblo?— cuestionó la fémina algo pícara. Adrien gruñó inconforme con el recordatorio.

—Podemos llevarlo al atardecer, de cualquier modo el pueblo luce más bonito de noche; y ahorita su abuelo está con él en el jardín. Tenemos un rato juntos.— insistió con un tono suplicante. Marinette sonrió enternecida por los ruegos de su esposo, aquellos a los que a penas y se podía resistir pero que adoraba hacerlo para sacar ese lado tierno de él.

—Bueno.— rió suavemente mientras se levantaba de su asiento e iba meneando sus caderas con un suave y delicado compás hasta sentarse en el borde de la cama. El rubio no podía despegar su mirada del cuerpo de la fémina, de cómo ella había aprendido en este tiempo juntos como sacarlo de sus cabales y volverlo un completo demente, de esa manera tan certera que tenía para tentarlo.— Que espera, mi señor.— enunció con elegancia.— Esta cama se siente muy sola y fría sin usted, venga a ofrecerme su calor.

Pasó saliva con dificultad sintiendo que su corazón latía como un loco. No resistió mucho y a penas con dos pasos ya había llegado hacia la cama y se abalanzó sobre el cuerpo de su esposa y devoraba sus labios sin pudor, mientras ella deslizaba sus manos de manera obscena sobre su torso, buscando desprender esas elegantes prendas que en este momento salían más que sobrando.

Y así había sido. Se casaron tres años después de que Adrien la sacara de la mansión Yves. Primero, ya petición de la azabache; terminó sus estudios con Gabriel Agreste y fue este mismo quien, debido a lo cercana que ella se volvió con Adrien y el amor sincero que se obviaba entre ellos, le pidió que fuera ella quien encabezara a los diseñadores en su marca de ropa mientras que Adrien se encargaría de todas las finanzas.

La boda fue mejor de lo que se imaginó. Fue en Bristol, en compañía de todos aquellos que los habían apoyado; no sonó tanto en sociedad, por supuesto que había personas que no les parecía que una cualquiera extranjera viniera a desposar a alguien de la alta sociedad, sin embargo, eso poco les impidió ser felices.

A los seis meses de casados la noticia de Hugo se les presentó y desde entonces los pasillos de la Mansión Agreste estaban llenos de pequeños gritos, risas o un violín un poco desafinado aún, ya no era aquel lugar lúgubre en donde Adrien había pensado que su familia llegó a morir; ahora era el hogar de su nueva familia.

Entre tinta y telas // AdrinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora