VI

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No tardé tanto bajo el agua mágica cómo me hubiera gustado, porque me moría de hambre. Al parecer se podía morir literalmente de hambre, porque estaba en un mundo rarísimo, así que no quise comprobarlo en mí misma. Me puse la ropa que Lehaké me había dejado y salí de allí. Sentía su magia en el piso de abajo, así que fui a buscarle.

Estaba sentado en el sofá, con los pies sobre la mesa y un cacharro cuadrado y negro en las manos. Me hubiera gustado mirarlo mejor, pero lo guardó en su bolsillo en cuanto me vio llegar, y no quise insistir, porque al parecer le molestaba que le preguntase por todo.

―¿Comida? ―pedí con suavidad―. Los cuerpos humanos son horribles.

―Unos más que otros ―bromeó él―. ¿Por qué vas descalza?

Apenas me había mirado, no entendía cómo podía haber visto tanto. Yo miré los extraños dedos de los pies, que eran mucho más cortos e inútiles que los de las manos. También tenía heriditas en estos, pero me daba un poco igual. Era un dolor bastante soportable comparado con los cortes de los brazos.

―Voy más cómoda.

―No puedes ir así, no te dejarán entrar en ningún buen restaurante. Bueno, ni en ninguno aprobado por sanidad.

Subió de nuevos las escaleras y yo le seguí curiosa.

―¡En ese sitio me han dicho que no podían entrar personas como yo! ―recordé de golpe―. Pero Safira me dijo que los humanos no sabían qué éramos los caenunas.

Lehaké soltó una carcajada sincera y yo le seguí por el pasillo superior. Había imágenes en él y me quedé un poco parada para mirarlas. ¿Era algún tipo de destino? No. Reconocí a Lehaké de niño. Así que debían ser imágenes del pasado. Su cuerpo humano había crecido en esa familia, tal como me dijo. Era... raro verlo así. Me dio la sensación de que de pronto le conocía mucho más.

Junto a él había una pareja más mayor y algunos niños más, en otras imágenes. Me quedé parada en una en la que salía sonriendo de oreja a oreja junto a una niña pelirroja que hacía un puchero enorme.

―¿Es esa hermana de la que hablas? ―le pregunté, cuando volvió conmigo.

―Sí. Espero que te valgan. Esa ropa que llevas es suya, de cuando era más pequeña, porque estás demasiado delgada... Pero bueno. No sé. Quizá te queden un poco grandes.

Tendió unas deportivas hacia mí y me señaló una habitación para que pudiera sentarme en una silla y calzarme. Lo hice pensativa. El hambre iba ganando la batalla, así que no discutí. Me puse los calcetines y luego las deportivas y miré de nuevo mi ropa. Me sentía cómoda, no se parecía a la que me había puesto en el hospital. Seguía siendo peor que no llevar nada, pero era mucho más flexible y se amoldaba a mi cuerpo mejor. Iba mucho más a gusto.

―¿Necesitas que te vuelva a vendar? ―preguntó desde la puerta.

Yo miré mis brazos, pero estaban bien. Las heridas ya solo eran marcas rojizas. Así que negué con la cabeza y le seguí fuera cuando me hizo otro gesto para ello.

-o-o-o-

El viaje hasta la dichosa comida fue largo y desesperante. Lehaké no me dejó volar y en su lugar cogimos una especie de artilugio del infierno. Él lo llamó «autobús». Para mí fue una tortura. Esa cosa era metálica, ruidosa y llena de gente que no parecía quitarnos la vista de encima. Según él, era solo porque yo tenía el pelo mojado, pero a mí me parecía una soberana tontería. Es que esos estúpidos humanos eran estúpidos, sin más.

Llegamos hasta lo que él llamó un «centro comercial», que a mí me pareció el siguiente círculo del Infierno. Estaba atestado de gente que no nos permitía apenas caminar. Y me encontré pensando en por qué el dichoso Primero no atacaba esos sitios. Sería tan fácil para él...

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora