―Es lo más cerca que se puede aparecer ―nos explicó Samantha―. Luego hay que andar.
Miré la montaña enorme que se erigía sobre nosotros. Había árboles grandes y frondosos que subían por todo el lateral. Ni siquiera parecía haber un camino propiamente dicho. Los árboles, las ramas y las raíces ocupaban todo el espacio sin ton ni son.
―O podemos subir volando ―sugerí, poco conforme con tener que caminar tanto trecho en condiciones tan complicadas.
―No todos volamos ―me dijo Ezequiel, que parecía más que dispuesto a subir andando.
El chico rubio se había colgado su espada de la cadera y llevaba pantalones oscuros con bolsillos y una camiseta de manga corta que se ajustaba a sus músculos. Parecía más que acostumbrado a hacer ese tipo de ejercicio. Y yo sabía que no me cansaría por subir a pie, pero podía ralentizarnos bastante.
―¿Ese fantasma es peligroso, Samantha? ―cuestioné.
―Claro que no.
―Muy bien, pues esperadnos aquí.
Nos le di tiempo a replicar. Rodeé a la pelirroja con mis brazos y alcé el vuelo. Lehaké me gritó algo desde tierra, pero como no se esforzó en pararme deduje que aceptaba mi iniciativa. La chica gritó entre mis brazos, rodeando mi cuello para afianzarse. No pude evitar reírme con suavidad.
Apenas nos llevó unos minutos llegar al objetivo de esa forma. Me sorprendió comprobar que Lehaké no me había seguido. Pensé que desconfiaría de mis intenciones y de lo que le pasaría a su amada hermana si la dejaba en mis manos, pero se había quedado abajo.
―Odio volar ―se quejó Samantha entre dientes.
A mí me parecía genial, liberador y muy divertido. Aunque quizá tenía que ver con que yo controlaba el vuelo. Recientemente había descubierto que cuando no controlas una situación no es tan divertida. Los besos de Lehaké y de Lucifer eran un ejemplo. Besarme con Lehaké siempre me había parecido perfecto, pero el demonio...
Agité la cabeza y me centré en lo que tenía alrededor. La parte superior de la montaña era plana y ancha, aunque no muy grande en general. Allí arriba solo había un árbol bastante raquítico, que no tenía hojas y su tronco parecía medio muerto y seco.
―¿Kurt? ―le llamó Samantha, con tono tembloroso.
No pude prestarle más atención. El árbol me atraía poderosamente. Tardé demasiado en darme cuenta el motivo: emitía magia. Y magia bastante poderosa, además. El fantasma apareció justo delante de este, cuando yo di un paso hacia él, y salté en el sitio sorprendida, como si estuviera haciendo algo malo.
―Sabryem ―me dijo, como si nos conociéramos.
―Shey, si no te importa ―repliqué con tono más borde del que pretendía―. Es magia de caenuna. ―Señalé el árbol.
―Lo es. Lo único que queda de Ketiel en la Tierra.
―¡Eso es imposible! ¡Le recombinaron!
―Ketiel no era idiota, Shey. ¿Crees que no sabía que el Primero se liberaría? ¿Qué no dejó todo preparado para su regreso? No es gran cosa, pero inclinará la balanza a tu favor.
―¿Cómo sabes tanto? ―pregunté incómoda, dando un paso atrás.
El fantasma guardó un momento de silencio y miró al árbol. Luego pasó la vista por Samantha, que miraba el suelo con un gesto triste, y finalmente me miró a mí.
―Ketiel planeó esto durante siglos. Siempre sintió que había fallado a su Padre por no derrotar al Primero para siempre. Así que ideó un plan. Nosotros solo estamos siguiendo sus predicciones. Somos piezas de una mesa de ajedrez y debemos mover antes de que el diablo gane.
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Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️
FantastikLa guerra contra el Primero atraviesa su momento más cruento. El Caebiru ha creado al más poderoso guerrero para derrotarle de una vez por todas. Shey baja a la Tierra sabiendo cuál es su misión. No duda, no se cuestiona y, sobre todo, está segura d...