Acto 6: La esperanza del guerrero - XXIII

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«Cuando un guerrero pierde la esperanza, muere»

Las palabras de Safira se repetían en mi cabeza una y otra vez. Y me di cuenta de la suerte que tenía, porque fue lo que me pasó a mí, pero quizá esquivé la muerte. Perdí la esperanza en mí, pensé que no podría derrotar a Lucifer y había hecho un movimiento desesperado. Estúpido y desesperado. Pero iba a arreglarlo, porque había recobrado la esperanza y la fe.

No en mí. Al final sí que aprendí algo importante. Si tenía esperanza solo en mí tarde o temprano, ante el mínimo fallo, volvería a perderla. Así que decidí depositar mi esperanza en otro lugar, a buen recaudo. En Lehaké, en Safira, en Zacarías, en Samantha, en las criaturas de Morkvald, en los caenunas fieles al Caebiru y a Padre.

Aterricé donde Safira me había indicado y casi me pareció una cruel broma del destino. De ese destino en que yo elegí no creer. Forjaríamos nuestro camino y nuestra suerte, no dejaría que el Caebiru decidiera el resultado por nosotros. Pero encontrarme de frente a la estatua de la Libertad parecía algo predestinado. O quizá la crueldad provenía de Darah. Ella nos había hecho ir allí. La misma que aseguraba conocer el presente, pasado y futuro. ¿Lo sabría? ¿Sabría que allí volvería a encontrarme con Lucifer como enemigos?

¿Era lo que quería? Por un segundo, mientras hacía aparecer una espada entre mis dedos fríos me pregunté si era eso. Quizá sabía el resultado y no estaba de parte de Lucifer, tal vez solo quería que yo aprendiese. Y lo había hecho. Tenía un cuerpo óptimo gracias a ella, había aprendido lo que era la libertad y el amor gracias a su viaje y conocía la debilidad de Lucifer por su treta.

Definitivamente si Darah estaba de parte del demonio era el peor aliado que él podía tener.

Sonreí un segundo. Luego me giré hacia la ciudad y la sonrisa se me congeló en el rostro. El caos reinaba y el odio me apretó la garganta hasta hacerme desear gritar. No tenía tiempo, tenía que buscar a Lucifer para salvar a Zacarías, pero unos gritos infantiles llamaron mi atención.

Durante un segundo me debatí, aun así, entre mi nueva misión y hacer lo correcto. Pero solo fue un segundo de duda. Luego abrí mis alas y volé hacia los niños. Estaban en un parque. El ataque debía haber sido repentino y parecían asustados, encogidos entre los columpios. Gritaban y lloraban mientras unos monos enormes se acercaban cada vez más. Los padres habían tratado de interponerse y dieron su vida por ello. Sus cadáveres provocarían pesadillas a sus hijos de por vida.

Me lancé contra los animales con la espada en alto. Había dicho a Lucifer que sus criaturas tenían almas, pero estas no la tenían. Apenas parecían saber lo que hacían, eran como animales, movidos por instinto, por hambre, por necesidad. Ni siquiera me costó dar cuenta de ellos, mientras envolvía a los niños con mi magia y los llevaba a un portal cercano. Había algún superviviente más escondido allí, notaba el rastro humano, así que los dejé con ellos y salí de nuevo.

En otras circunstancias me hubiera preocupado más, pero aparte de dejarlos cubiertos con mi magia no se me ocurrió mucho más que hacer. Tenía que dar con Zacarías antes de que Lucifer le matase. Y según los cálculos de Safira apenas me quedarían diez o quince minutos.

Alcé el vuelo y subí sobre el edificio. Desde allí quizá viera algo más allá del destrozo causado por esos animales monstruosos. Zacarías estaría cerca de Lucifer y él debía ser fácil de reconocer.

«―¿Por qué iba a estar Zacarías en un lugar público? ―le pregunté a Safira cuando me lo había contado.

―Porque con la muerte de Anuja es un guerrero sin esperanza. Solo espera la muerte y estará buscándola. La desesperación es aún más peligrosa que la pérdida de la esperanza y él ha reunido las dos cosas».

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora