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―Deberíais saber que no es buena idea celebrar la victoria antes de tiempo ―nos dijo Lucifer, antes de caminar hacia el hueco que el dragón había abierto en la puerta―. La próxima vez que vayáis a tenderle una trampa a alguien, aseguraros de no hacerlo en su casa. Nada pasa en esta cueva sin que yo lo sepa.

Durante un momento ninguno de los tres nos movimos. Solo nos quedamos allí, mirando el hueco por el que Lucifer había salido, como idiotas. Idiotas perdedores. Dominic fue el primero en reaccionar. Golpeó con su puño uno de los barrotes, a la vez que gritaba frustrado. Este se partió en dos, astillándose.

Luego llegó un ruido desde fuera. Fue como un rugido animal que sacudió la tierra, haciéndola temblar una vez más. Aunque esta vez no paró. El temblor tiró piedritas en el interior de la cueva y tuvimos que agarrarnos a las paredes para no caer.

―¿Qué es eso? ―preguntó Samantha.

―Morkvald ―respondió Dominic, bajando los barrotes de nuevo para que pudiéramos salir.

―¿Morkvald? ―No lo entendí. Pensé que éramos nosotros, los nueve, que no había más plan.

―Que se nos escapase era una opción. Pero esto acabará aquí ―me dijo Dominic, mientras se dirigía a la salida de la cueva―. Satanás morirá hoy, aunque me cueste la vida. Esas son todas las fuerzas que restan a Morkvald.

Entendí a lo que se refería según salía de la cueva y me quedé parada unos segundos de más mirando su espalda mientras se metía bajo el sol del exterior. Si perdíamos aquella batalla ya no quedaría nadie en todos los mundos capaz de plantarle cara a Lucifer. Y la idea era aterradora.

―Vamos. Nos necesitarán ―me dijo Samantha, tirando con suavidad de mi mano para llevarme al exterior.

Me faltaba el oxígeno, aunque no lo necesitaba, claro, pero sentía que no podía pensar con claridad. Quizá era por el shock. Fallar era una posibilidad, pero no una opción en la que quería creer. Pensé que saldría bien y fracasé.

―¿Estáis bien? ―Lehaké aterrizó entre nosotras con la preocupación pintada en el rostro.

Yo le miré un momento, solo un momento, antes de que mi vista se moviese por el campo de batalla. El ejército de Morkvald estaba a mi izquierda. Eran muchísimos y mucho más poderosos de lo que yo había supuesto. A la derecha había un poder incluso más grande: el ejército de Lucifer. Pensé que huiría, pero parecía dispuesto a quedarse, a luchar, a aplastarnos.

El demonio permanecía con las alas abiertas sobre su ejército, sobrevolándolo. Ni siquiera podía verlos entre los árboles, pero estaban ahí, solo se veía a Lucifer y al dragón, que volaba a su lado. Tampoco veía a nuestro bando, aunque el suelo seguía temblando con suavidad. Y me miró. Vi su sonrisa burlona dirigida a mí.

―Su prepotencia acabará con él ―murmuró Lehaké a mi oído, devolviéndome a la realidad de golpe―. ¿Recuerdas cuando eras prepotente? No podías ver las trampas que te hacía jugando al ajedrez porque eras incapaz de creer que pudieras perder. Solo tenemos que aguantar hasta que la luna esté cubriendo el sol. Si seguimos vivos entonces, será nuestro momento.

―Se retirará antes de eso ―respondí, con los ojos aguados.

―No le daremos tiempo ni oportunidad ―me dijo con emoción en la voz―. Es demasiado prepotente para creer que podamos vencer. Por eso lo haremos, Shey. Pero tienes que luchar, te necesitamos. No podemos prescindir de ningún guerrero.

Asentí un par de veces y él me dedicó una sonrisa perfecta, de esas que me habían hecho decidir que la Tierra y la humanidad merecían la pena. Acaricié su mejilla con dos dedos, solo un instante y luego me preparé para la batalla.

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora