Acto 4: Lehaké - XVII

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―¿Cuánto alcohol necesita un caenuna para emborracharse, Lehaké?

No tuve que mirarle para saber que era Zack. Se sentó en un taburete a mi lado en la esquina más oscura que encontré en La Bala de Plata y le hizo un gesto al camarero para que nos sirviera a los dos más whisky.

―¿Es uno de esos chistes o una pregunta?

―Un chiste como ese de: «mamá, mamá, mi hermano no es un angelito, porque le he soltado por la ventana del tercer piso y no ha volado...».

Hice un ruido a medio camino entre una nota disconforme y una risa por lo violentamente gráfico que sonó el vampiro. Acabé limitándome a beber cuando nos sirvieron. Le pidió al camarero que dejase la botella.

―No hace falta tanto como crees ―le respondí en serio―. No me regenero a tu velocidad y mi cuerpo es bastante humano.

―«Bastante humano» ―repitió, con una risa, aunque parecía tan deprimido como yo―. Es un término curioso. ¿Has pedido a tu angelita?

―Se ha ido con él. Estamos muertos.

―Bueno, yo diría «bastante muertos» y eso es mejor que muertos del todo.

Alzó su copa y la chocó contra la mía. Me reí con pena y él me dio un golpe amistoso con su hombro en el mío.

―Recuerdo que me dijiste que me matarías si dejaba que el Primero le pusiera las garras encima, Zack, deberías cumplir tu amenaza.

―He vivido miles de años, Lehaké, no puedes engañarme así. Sé que no hay peor castigo que seguir vivo. Vivir cuando la gente que amas muere, o te traiciona, es más horrible que la muerte... Además, me caes bien y aún eres útil.

―¿Cómo sabes que la muerte no es peor? Nunca te has muerto. No sabes cómo es el Infierno... ―Guardé silencio al ver su gesto dolido porque Anuja estuviera allí. Apretó los dientes y sus manos sobre la barra la resquebrajaron sin esfuerzo―. Perdona. Tampoco creo que yo sea útil ya.

Habíamos llamado la atención de los vampiros de alrededor, pero nadie pareció atreverse a decirle nada. Aquel sitio era repugnante, el peor lugar del mundo donde podía haber ido a beber, pero Zack tenía razón. Incluso la tortura eterna que era el Infierno me parecía mejor opción, aunque seguramente yo no fuera allí, mi energía estallaría en mil pedazos cuando muriese y no quedaría nada que pudiera ir allí. En cualquier caso, pensé que en ese antro de mala muerte a lo mejor alguien buscaría pelea con el que era diferente, pero, aunque la gente me miraba, nadie me habló, ni se acercó a mí en horas.

―Quizá no. ¿Alguien lo es ya? Si tu chica está con él...

―Es Sabryem.

―Lo sé.

―¿Qué? ―Le miré sorprendido y él se rio con suavidad y volvió a llenar las copas―. ¿Qué sabes de ella, Zack?

Guardó silencio un rato que me pareció eterno. Bebió, revisó el bar, que estaba inusitadamente silencioso y luego, por fin, tras rellenar las copas una vez más, habló.

―No demasiado. Sé que el Primero necesitó experimentar para ayudar a esa chica y que yo fui su conejillo de indias. En una ocasión me dijo: «Algún día lo entenderás. Algún día, entenderás que merece la pena causar y padecer todo el sufrimiento del mundo, por ver cómo sonríe». Y aún no lo entiendo. No entiendo por qué podía matar a miles, pero no a ella. No entiendo por qué podía torturarnos a nosotros, incluso a los que le servían con devoción, pero merecía la pena ir al Infierno por ella.

Apretó tanto la copa que tenía en la mano que estalló en mil pedazos, lanzando alcohol y cristales en todas direcciones. Y, en lugar de limpiarse, cerró el puño que sangró sobre la barra. Parecía necesitar tanto como yo ese alivio físico de recibir o proporcionar dolor. No es que quisiera morirme, o eso pensaba, pero una buena pelea me hubiera venido bien.

Crónicas de Morkvald: Luna Oscura #4 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora