Día 24

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Día 24: Mitología

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–Por favor Sesshomaru, detente. –pidió nerviosa retrocediendo lentamente, pero por cada paso retrocedido el platinado avanzaba dos más.

La mirada dorada se entrecerró en sospecha. Llevaba tiempo estudiando a su vecina, era raro que desde hace tres años empezara a evitar la playa, la lluvia o los lugares húmedos, siendo que antes era una amante de todo eso y una surfista profesional, lo cual era muy sospechoso. Por ello mismo empezó a estudiarla de cerca y por fin tenía la respuesta, sólo hacía falta la prueba física y todas las piezas estarían en su lugar.

Tenía suerte de que sus hermanos no estuvieran en casa y sus padres tampoco. Aprovechándose de eso, llamó a su vecina argumentando haber visto a su gato en su casa, perfecto teniendo en cuenta cuánto amaba a los animales la bella chica de mirada celeste.

Una vez la atrajo a la boca del león, la acorraló diciéndole que sabía su secreto.

El misterio de la isla Sengoku, su poder para controlar el agua, su reticencia al contacto con la misma. Estudió todo a fondo. Llevándola al borde de la gran piscina trasera de su casa, con una maliciosa sonrisa, dijo:

–Sé lo que eres, Ka-Go-Me. –con un pequeño empujón, la azabache cayó de espaldas al agua con un grito ahogado, burbujas y espuma surgieron por lo que rápidamente se aventó al agua dando un perfecto clavado; abriendo los ojos bajo el agua vio cómo el cuerpo femenino se transformaba, ya no era una simple y linda chica humana, ahora era una seductora sirena que lo veía con temor e incredulidad.

Él, por otro lado, portaba una prepotente mirada, lo sabía, todo este tiempo lo había sabido.

Horas después, Kagome y él ya se habían secado, ambos estaban en su habitación sin hablar o mirarse... Bueno, Kagome no lo miraba pero él sí a ella.

– ¿Cómo lo supiste? –la mirada atemorizada de la azabache hizo que un escalofrío le recorriera la médula. Quizá temía que la entregara a un laboratorio para que hicieran quién sabe cuántos experimentos, pero lo que ella no sabía es que él no estaba dispuesto a que la apartaran de su lado.

–Es sospechoso que de un momento para otro una de las mejores surfistas de esta playa aparentemente haya desarrollado una rara fobia a mojarse y que ésta misma pueda convertir el agua en hielo. –Era la oración más larga que Kagome nunca le había oído pronunciar en su vida.

Encogiéndose ante su escrutinio dorado, preguntó: – ¿Qué vas a hacer conmigo?

Posando su mano en su sonrojada mejilla, confesó: –Retenerte a mi lado.

Sellando el destino de ambos, la besó ferozmente, no sabía si esa mujer le había impuesto alguna clase de hechizo como solían hacerlo con los marineros para ahogarlos, pero por nada del mundo quería que se rompiera tal hechizo, de ser eso.

Él sería el único que sabría su secreto, él sería su todo a partir de ahora y nunca le permitiría dejarlo.

–Eres mía, pequeña sirena.

Nunca.

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