Día 28

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Día 28: Mafia

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Con pesar observaba a los demás niños jugar y divertirse, lo que daría él por poder acercarse y unirse al juego. Pero no podía, su posición no se lo permitía.

Odiaba con toda su alma pertenecer al rango familiar directo del jefe de la mafia Yakuza, el hombre no había tenido hijos y no podía heredarle su título al esposo de su hermana, por lo que se lo heredaría a sus sobrinos. De no ser porque su hermana mayor era una mujer, él no cargaría con el peso de ser el próximo jefe de la mafia en un futuro.

Tan solo tenía once años y ya había sido retraído de todo lo que pudiera hacerlo débil, no tenía amigos, en su familia todos le temían precisamente porque estaba bajo la protección de su tío Naraku, no querían ponerse de su lado malo, si incluso su hermana tenía prohibido acercársele.

Lo odiaba, odiaba el destino que le tocaba, él solo quería ser un niño normal, que iba a una escuela pública, con amigos y poder estar en el parque sin tener a quién sabe cuántos escoltas escondidos, vigilando todos y cada uno de sus movimientos.

De no ser porque hoy era su cumpleaños número once, no estaría allí, como único pedido a su tío. Le suplicó que lo dejara ir al parque por una única vez y él se lo concedió, pero nadie quería acercarse a él ya que sus guardias consideraban a todos un peligro para su integridad física.

Suspiró bajando la mirada, estaba sentado en uno de los columpios, en la televisión había visto decenas de veces cómo los personajes se columpiaban en ellos... Pero sólo hacía que se sintiera más solo de lo que estaba.

De pronto, las cadenas del columpio que estaba a un lado del que usaba se movieron, haciéndole saber que alguien lo estaba ocupando. Volteó a ver quién se había aventurado a acompañarlo en su soledad.

Sus ojos se abrieron como platos al ver la hermosa niña que le miraba sonriente, una gran sonrisa que hacía lucir la falta de unos dientes, mostrándole lo joven que era. La pequeña llevaba un suéter naranja de lana, una falda larga color crema y unas zapatillas verde agua, su cabello oscuro tenía una pequeña cola de caballo a un lado de su cabeza... Por primera vez en su vida tuvo una nítida imagen de lo que significaba la palabra adorable, pues para él, esa niña que lo veía con sus grandes y brillantes ojos chocolates era el epítome de la lindura.

La niña extendió su pequeña manito hacia él para que la estrechara, causando un pequeño sonrojo en sus pecosas mejillas.

– ¡Soy Rin! ¿Cómo te llamas? –en su vida nunca nadie le había hablado con tanta confianza, ese descubrimiento hizo sentir una cálida sensación en su pecho.

–Kohaku...–la tierna sonrisa solo se ensanchó más, él le devolvió el gesto y mientras se columpiaban empezaron a conocerse, no quería alejarse de ella, quería seguir sintiéndose cálidamente feliz.

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