Epílogo: Prefacio del destino

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Tres meses habían pasado desde que partió de Amestris. Tres meses, desde que su vida volvió a cambiar por última vez y tres meses, desde que era inmensamente feliz. Pero aún así, añoraba a los suyos y sobre todo, a su hermana.

-¿Qué haces aquí, preciosa?-

Era de madrugada y la luna estaba llena, mientras era contemplada por la hechicera portadora de su poder, sentada en la barandilla del balcón de su casa, que estaba embarazada al igual que ella. Las antiguas hechiceras o brujas blancas decían que, la luna llena, era la imagen de la propia diosa de la luna a punto de dar a luz. Por esa razón, siempre atraía a las mujeres en cinta a mirarla.

-Nada...- lo miró de reojo por un instante -La luna estaba llena y yo, sin supervisión-

Sonrió, regresando la vista hacia ese bello satélite.

-No deambules por la casa a oscuras. Podrías lastimarte y yo, no saberlo- ella asintió en silencio -¿Qué hiciste?-

La abrazó por detrás y besó su coronilla. Podía sentir la magia de un hechizo a su alrededor.

-Le envíe un mensaje a Gaia- declaró con nostalgia -Quiero verla...- descansó su cabeza en la mejilla de él -¿Cómo estará?-

-Estoy seguro de que, Keilot está cuidándola, como siempre- aspiró ese dulce aroma a flores silvestres que ella siempre tenía -Y más ahora, que tendrán otro hijo-

-Eyra me dijo que es niño y que será el mejor amigo de Sebastián- acarició su vientre -Nacerá prematuro y se llamará Nicholas, al igual que papá- contó.

-A veces, nuestra hija, me asusta- rió al igual que ella -Sus visiones son muy certeras-

-Si- él la ayudó a bajar de la barandilla -La Alquimista del Sol...- guardó silencio -Acaba de recibir mi mensaje...- una suave brisa mesció su cabello en esa noche serena -Vamos a dormir- se dirigieron hacía la habitación que compartían.

- Tú me asustas más que la niña- tomó entre sus manos una pequeña piedra gris, que brillaba en el cuello de ella -Aún no comprendo, como tu hermana y tú, pueden comunicarse a kilómetros, sin importar la hora del día que sea-

Volvió a reír. No iba a confesarle el poder que compartían con su hermana que, sólo ellas y los dioses, conocían.

En Amestris estaba amaneciendo, pero el despertar de un joven cazador alfa fue, terriblemente, traumático. Su esposa no estaba a su lado y en ningún otro lugar de la casa cuando abrió los ojos.

-¡Gaia!-

Gritó desesperado cuando la divisó en el tejado.

-Hola, Keilot-

Saludó sin mirarlo. Su vista estaba fija en los primeros rayos del sol sobre el horizonte.

-¡Por todos los dioses del mundo!- la miraba desde el jardín de su casa, tomando su cabeza entre sus manos -¡Quieres matarme! ¿¡Verdad!?- la apuntó furioso -¡Baja de ahí!-

Ella parpadeó y negó, mirándolo.

-Ven- estiró su mano hacía él -Sube...-

Lo invitó a subir junto a ella. Él suspiró fuerte, sacando todo el aire de sus pulmones y subió al tejado, escalando los muros con sus propias manos.

-¿Qué haces aquí, amor?- la besó en la mejilla al llegar -Me asusté cuando no te ví en la cama-

-Estoy dosificando el sol...- estiró su mano y un rayo de luz, apareció en su palma -La Hechicera de la Luna me envió un mensaje y tengo que descifrarlo- sopló el rayo entre sus manos y miles de pétalos rosados, aparecieron en el aire, junto con un pequeño susurro en sus oídos -Dea está bien...- sonrió con tristeza -La extraño-

El Regreso de la Magia y la AlquimiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora